teoría y práctica. Ortodoxos o heterodoxos, los hombres que en las últimas décadas asumieron la tarea de poner en orden los números de la Argentina se han encontrado con una realidad indócil a los manuales
Alberto Fernández designó ministro de Economía a Martín Guzmán, que asumió su cargo el martes pasado. Con el arribo de este hombre a la cartera más caliente del Gobierno se presume que llegan a la Argentina las ideas del Premio Nobel Joseph Stiglitz, que fue su profesor en Estados Unidos. Economista preferido de la vicepresidenta, Cristina Kirchner, Stiglitz es un heterodoxo de ideas keynesianas, crítico del capitalismo global. Este no sería el primer caso de influencia de una escuela económica en el país, ya que hay una larga historia de partidarios de una u otra. Pero ¿cuáles fueron esas corrientes? ¿Y qué impacto tuvieron aquí?
La Argentina ha tenido 127 ministros de Economía en 165 años, es decir, desde 1854, cuando se creó esa cartera, hasta la actualidad. Esa lista se puede dividir en dos: hasta el golpe de 1930 hubo más ministros pertenecientes al liberalismo clásico, con un Estado no tan presente en la economía; a partir de allí, tras el impacto de la Gran Depresión, empiezan a ganar terreno las ideas más intervencionistas, con un rol estatal mucho más fuerte.
Dicho esto, el análisis se va a trazar desde 1976 hasta hoy, es decir, desde que comenzó a insinuarse la globalización y desde que, a nivel local, se iniciaron algunos intentos de inserción en el mundo. El primero en esta lista es, entonces, José Alfredo Martínez de Hoz, que fue ministro de Economía desde el 29 de marzo de 1976 hasta el 31 de marzo de 1981, durante la presidencia de Jorge Rafael Videla.
Manuel Solanet, director de la Fundación Libertad y Progreso, dice que en el equipo de Martínez de Hoz predominaba una cercanía con la escuela austríaca de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, y más aquí en el tiempo, con la Escuela de Chicago, partidaria del libre mercado, cuyo principal teórico fue Milton Friedman. "Varios de sus funcionarios, como Alejandro Estrada, Joaquín Llambías, Juan Dumas o Alberto Grimoldi, fueron discípulos de Carlos Moyano Llerena [profesor universitario que fue ministro de Economía de Roberto Marcelo Levingston, en 1970]. Martínez de Hoz era estructuralmente liberal, pero con una dosis de pragmatismo", señala.
La famosa "tablita"
Entre los fracasos que se le adjudican está la reforma financiera de 1977, la circular 1050, método de ajuste de hipotecas ideado por el Ieral de la Fundación Mediterránea y la "tablita cambiaria", que consistía en un tipo de cambio administrado para poder doblegar la inflación inercial y reducir la tasa de interés. Solanet destaca dos éxitos que, según él, se olvidan: "Evitó la hiperinflación que ya se anunciaba en marzo de 1976 y logró el pleno empleo".
Luego, siempre dentro del último gobierno militar, llega Roberto Alemann, admirador de la Alemania de Ludwig Erhard, un democristiano liberal al que se considera padre del milagro alemán de la posguerra. "Alemann era claramente liberal sin expresarse como perteneciente a alguna de sus clásicas escuelas. Venía del derecho y, habiendo sido ministro de Economía a los 38 años con Arturo Frondizi, se hizo más al diseño de políticas que a la teoría", relata Solanet, que fue su secretario de Hacienda, un virtual viceministro.
En su gestión (1981-1982), Alemann adoptó y enunció las tres D: desestatizar, desregular y desinflacionar. "Puedo dar fe de sus convicciones e ideas. Hicimos un presupuesto a valores nominales no ajustables. Bajamos la inflación desde 8,8% mensual en diciembre 1981 hasta 3,1% en mayo de 1982. La ocupación de Malvinas se hizo sin avisarle ni consultarle. A pesar de estar en desacuerdo, manejó las consecuencias con solvencia e hidalguía. Nuestra gestión quedó trunca", concluye Solanet.
Con la llegada de la democracia y el gobierno de Raúl Alfonsín, dos serán los ministros influyentes: Bernardo Grinspun, primero, y Juan Vital Sourrouille, después. Según refiere el historiador Roberto Cortés Conde, profesor emérito de la Universidad de San Andrés, Grinspun tenía cierta inclinación keynesiana. "Quiso repetir lo que pasó en la época de Arturo Illia, cuando se aplicó un plan influenciado por un programa que estaba recomendado por un grupo de asesoramiento de la Universidad de Harvard", explica el académico.
Grinspun intentó usar la expansión monetaria para financiar proyectos de desarrollo, pero la situación en la época de Alfonsín era bastante distinta a la de los años 50 y 60. Además, había una gran deuda, producto del fracaso de la anterior gestión, lo que precipitó el fracaso de la suya.
El Plan Austral
El 19 de febrero de 1985 llega entonces Sourrouille, que estaría en el cargo hasta el 31 de marzo de 1989 y que quedaría en la historia por el "Plan Austral". Cortés Conde afirma que Sourrouille era también de la escuela heterodoxa, aunque su gente decía que no era del todo así, porque también apuntaba a reducir el gasto, algo propio de la corriente opuesta.
Para Cortés Conde, la idea de Sourrouille fue mucho más sofisticada que la de Grinspun. "El Plan Austral trató de apuntar fundamentalmente a las expectativas inflacionarias; pero también se dijo que se iba a contraer el gasto y eso tuvo menos éxito. Todo fracasó porque cayó la demanda de dinero y se terminó en la hiperinflación", recuerda el experto.
En la etapa de Carlos Menem como presidente (1989-1999) el ministro de Economía más preponderante fue Domingo Cavallo, hombre perteneciente a la Fundación Mediterránea. Cavallo adhería a las ideas liberales de la Escuela de Economía de Chicago.
Sin embargo, en la Argentina nada es tan lineal. Según Alejandro Gómez, doctor en Historia y profesor de Historia Económica en la Ucema, Cavallo fue doctor en Economía en Córdoba y en Harvard, por lo tanto, no es tan liberal, sino que cree en determinadas intervenciones del Estado en la economía, sobre todo en cuestiones monetarias. "Con Menem hizo lo que pregonan los liberales, con las privatizaciones y la desregulación de la economía, pero no fue liberal en el tema del gasto, que siguió creciendo", subraya el académico.
Cortés Conde enfatiza que Cavallo hizo una reforma monetaria muy fuerte, el Plan de Convertibilidad, en el que un peso equivalía a un dólar. "Cuando hubo que salir de eso, nadie supo cómo hacerlo", indica.
Así se llega con una bomba a punto de estallar en el gobierno de Fernando de la Rúa. Este elige como su primer ministro de Economía a José Luis Machinea, que, tal como recuerda Gómez, había estudiado en la Universidad Católica Argentina y era "promercado", pero con una fuerte intervención del gobierno.
Gómez recuerda que, cuando la situación se complicó más, De la Rua convocó a Ricardo López Murphy. "Este es el único ministro de Economía estrictamente liberal de la etapa de la Alianza y por eso duró apenas quince días. Quiso aplicar una receta liberal, con ajuste en ciertos sectores. Algo que era lógico, pero que nadie aceptó", dice el historiador.
La gran crisis y después
Luego volvería Cavallo, con las mismas ideas, pero en un contexto diferente del que tuvo durante el menemismo: sin fondos disponibles y con un mundo también muy distinto, que no quería prestar a un país poco confiable y sin disciplina fiscal. Todo terminó con la mayor crisis económica y social de la historia argentina.
En un convulsionado 2002 y bajo el gobierno de Eduardo Duhalde, llega Jorge Remes Lenicov, que podría ser identificado con la escuela keynesiana. "Le tocó asumir el costo de hacer la devaluación, cuando el dólar pasó de 1 peso a 3. Estuvo solo cuatro meses, hasta que llega Roberto Lavagna, quien después continúa con Néstor Kirchner", detalla Gómez.
Lavagna asume con un ajuste ya hecho y con una deuda cuyo pago queda en suspenso, pero, además, va a recibir un impulso inesperado: el aumento del precio de la soja. Ahí se abre otra historia. Lavagna, licenciado en Economía en la UBA, también es un partidario de la escuela keynesiana. Keynes resonará mucho en la era kirchnerista.
Gran parte del "boom de la soja" es aprovechado por los siguientes ministros de Economía de Kirchner, Felisa Miceli y Miguel Peirano.
Cuando asume Cristina Kirchner, en 2007, su primer ministro de Economía es Martín Lousteau, que está más cerca de la escuela liberal, aunque no se lo puede encuadrar como un liberal clásico. "De todos los anteriores, es el más cercano al liberalismo, pero en medio de una presencia fuerte del Estado en ciertas cuestiones sociales", indica Gómez.
Tras la salida de Lousteau asume Carlos Fernández, que está desde abril de 2008 hasta junio de 2009. Después llega Amado Boudou, que estudió en la Universidad Nacional de Mar del Plata e hizo una maestría en Economia en la Universidad del CEMA. Esto último, más su paso por la Ucedé, le daba una supuesta la "chapa" de ultraliberal, pero muy rápido dejó atrás esos antecedentes y se plegó a la política económica kirchnerista. Luego llegaría Hernán Lorenzino, un abogado que cursó una maestría en Gestión Pública y Finanzas, en La Plata, y otra en Economía, en la UTDT.
A Axel Kicillof, que asume en noviembre de 2013, se lo puede catalogar como un keynesiano de izquierda, que está a favor de políticas intervencionistas y tiene, según muchos, influencias marxistas. Dejó su cargo con una economía deteriorada y plagada de controles de todo tipo.
En diciembre de 2015, llega la administración de Mauricio Macri. Según sus opositores, iba a desplegar una política económica ultraliberal y capitalista, pero no hizo nada de eso. Su primer ministro de Economía fue Alfonso Prat-Gay, un hombre que estudió en la UCA e hizo una maestría en Economía en los Estados Unidos.
Prat-Gay había trabajado en la banca y se lo podría enrolar entre los liberales moderados. La política económica que aplica es la del tan mentado "gradualismo". Se va el 31 de diciembre de 2016 y asume Nicolás Dujovne, pero ya como ministro de Hacienda.
Dujovne es un hombre con ideas liberales, que incluyen la reducción del Estado, la apertura al mundo y disminución de los costos de producción. En 2017 parecía que alineaba algunas variables, pero la economía no arrancó. Y terminó por desbarrancar en 2018. Después de las PASO, el 17 de agosto pasado, deja su cargo y asume Hernán Lacunza, al que solo le queda administrar la crisis.
El peso de la política
En síntesis, el liberalismo tuvo en el país desde 1976 tres momentos o versiones: 1) Martínez De Hoz en los años 70, que abrió la economía pero no achicó el gasto; 2) el menemismo en los 90 (con venta de empresas y desregulación), y 3) el gobierno de Macri, que también intentó abrir la economía. Los analistas coinciden en que los tres quisieron hacer lo que se debía hacer: abrir los mercados e integrarse al resto del mundo, pero no pudieron solucionar el déficit fiscal.
En tanto, el keynesianismo también tuvo sus expresiones desde 1976: 1) Sourrouille con su Plan Austral, lo más inteligente que se hizo dentro de la heterodoxia, según los expertos; y 2) la experiencia kirchnerista, que se basó en una expansión exorbitante del gasto público, financiado con los ingresos por la soja y con emisión. Los analistas coinciden en que se desaprovechó una oportunidad histórica para encarrilar la economía y terminar con sus males endémicos.
Más allá de la escuela a la que cada ministro de Economía adhiera, lo que al fin se impone es el contexto en el que debe trabajar y, sobre todo, las necesidades políticas. En eso insiste Cortés Conde: "Si bien cada uno asume con un pensamiento, cuando llega a la práctica tiene que ser pragmático".
El economista Juan Carlos de Pablo coincide con esa opinión y afirma que trabajar en política económica es como trabajar en la guardia de un hospital: no se eligen los enfermos, hay que tomar decisiones difíciles, contra reloj, contando con muy poca información y rodeado de personas que quieren matar al médico. En este contexto, opina De Pablo, mucho más importante que la escuela a la que el ministro "pertenece" es si entiende en qué consiste su labor.
Es que, como en un déjà vu constante, el drama de fondo de la economía argentina es siempre el mismo: el exceso de gasto público, que lleva a un déficit fiscal infinanciable, un monstruo que no se puede atacar, porque lo impide todo un entramado político que va más allá de los nombres y las escuelas de los ministros de Economía. Un nudo gordiano, a la espera de que llegue finalmente un Alejandro Magno que lo pueda cortar.