EE.UU. y un proceso electoral con desafíos domésticos y externos
Una nueva filtración de información de inteligencia ratifica –una vez más– que Estados Unidos vigila no solo a sus adversarios, sino también a sus aliados, incluyendo al Reino Unido y a Corea del Sur, cuyo primer mandatario será recibido en pocos días por Joe Biden en la Casa Blanca. Al mismo tiempo, China continúa redoblando su apuesta: acaba de culminar maniobras militares en Taiwán, que implicaron un despliegue impresionante. En este contexto plagado de incertidumbre, volatilidad y una reconfiguración del mapa de poder global, comienza el proceso electoral de cara a las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos.
Mientras Donald Trump gana protagonismo dentro del Partido Republicano y el resto del escenario político por haber sido acusado de pagarle a una estrella porno con dinero de la campaña (lo que lejos de amilanarlo o de sumergirlo en el ostracismo le sirvió de plataforma para posicionarse en el centro del ring), Biden, aún perdiendo visibilidad y nitidez, sigue firme en su pretensión de luchar por la reelección. Muchos creen que se trata de una simple estratagema para evitar convertirse en pato rengo. Pero no faltan quienes coinciden en la ilusión –sobre la base de que en noviembre pasado completó una elección muy por encima de las expectativas– de que es el mejor candidato del Partido Demócrata (excluyendo tal vez a Michelle Obama), en especial si tuviera que enfrentar otra vez a Trump.
Más allá de estas circunstancias bastante conocidas, el horizonte de esta elección estará teñido de peculiaridades adicionales que no han sido lo suficientemente valoradas. Por ejemplo, la corriente migratoria desde el oeste (California) y el noreste (Nueva York, Connecticut, Massachusetts) hacia el sur (sobre todo a Texas y Florida) cambia la geografía humana del país: en poco tiempo el sur albergará un porcentaje mayoritario de la población. El principal motivo de estos flujos migratorios es el mejor clima de negocios que impera en los estados receptores, con gobiernos republicanos que promueven menos regulaciones, una carga tributaria más liviana y últimamente un enfrentamiento con la cultura woke (progre) que impera en los estados demócratas más tradicionales.
Sin embargo, los dos principales partidos están obsesionados por otra región que consideran crítica para imponerse en el Colegio Electoral: el Medio Oeste (Midwest). La convención demócrata tendrá lugar en Chicago (Illinois), al igual que en 1996, cuando consagró la fórmula Clinton-Gore. La republicana será en Milwaukee (Wisconsin). Recordemos que Trump sorprendió en 2016 cuando ganó estados claves que lo catapultaron a la presidencia (incluyendo Wisconsin y Pensilvania), precisamente donde Biden recuperó mucho terreno en 2020. En los últimos tiempos fuimos testigos de resonantes triunfos demócratas en esta región, como el del nuevo alcalde de Chicago Brandon Johnson (que reemplazará a la impopular Lori Lightfoot) o el de la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, que renovó mandato el último año y sobre quien muchos consideran que tiene un interesante potencial como presidenciable. La paradoja: la política tiene sus ojos puestos en una parte del país que pierde inversiones: Citadel, el famoso fondo de inversión, anunció que se relocalizará en Florida y Boeing, con buena parte de sus negocios con el gobierno, sobre todo el Pentágono, abandonará su icónico edificio frente al río Michigan para mudarse a Virginia, muy cerca de la ciudad de Washington.
La economía tendrá, como es habitual, un papel fundamental en estas elecciones. Existe una suerte de alivio debido a que la crisis bancaria que dominaba la agenda hace apenas un par de semanas parece haber sido contenida (con un costo fiscal no menor). Algo parecido surge de la importante desaceleración que muestran los datos de inflación de marzo. Esto no despeja la preocupación que dicho flagelo generó en especial en los sectores medios y populares. Por un lado, el índice no necesariamente refleja la “inflación de bolsillo” para los segmentos más vulnerables de la población, particularmente sensibles a los precios de energía y alimentos (por eso el comunicado de la Casa Blanca respecto del IPC de marzo enfatiza en esos elementos). Por el otro, la sociedad norteamericana se había acostumbrado a tasas de interés notablemente bajas durante la última década: esto se ha revertido y es probable que la Reserva Federal continúe incrementando los tipos de interés hasta que haya síntomas concluyentes de que la inflación está bajo control. Esto afecta en especial a quienes consumen con tarjeta de crédito, pagan autos en cuotas o buscan un crédito hipotecario (mercado complicado por la debilidad de los bancos regionales, que siguen en problemas). Y si bien la tasa de desocupación continúa baja en términos históricos, se verifica un creciente deterioro en la calidad del empleo (despidos masivos en grandes empresas, generación de trabajo en el sector servicios).
El debate electoral tampoco podrá evitar la cuestión de la criminalidad. Más allá de las polémicas alrededor del uso de armas, la inseguridad aumenta en las grandes ciudades, la mayoría gobernada por demócratas. Whole Foods, por ejemplo, anunció que cerrará su megatienda de San Francisco, inaugurada hace apenas un año, por la enorme cantidad de robos sufridos. En un relevamiento realizado por Politico, que convocó a cincuenta alcaldes, cada uno de una ciudad de cada estado del país, quince indicaron que el delito en su distrito se incrementó como consecuencia de las adicciones y las drogas, doce aseguraron que fue debido a la desigualdad económica y el aumento de la pobreza, ocho culparon a las armas ilegales, siete a la salud mental y cuatro, al robo de autos y otros tipos de sustracciones. Pero en un punto estuvo de acuerdo la mitad de ellos: la seguridad pública es el aspecto de gestión que más presión les genera. Otro gran eje será la batalla cultural, que abarca numerosas dimensiones, como la cuestión racial, la política de la identidad (de género, que incluye desde la educación sexual en las escuelas a los derechos de la comunidad LGBTQ+) y, fundamentalmente, el divisivo tema del aborto.
Las revelaciones de inteligencia que comprometen al gobierno estadounidense, por otra parte, agregaron leña al fuego en relación con la fatiga que buena parte de la sociedad norteamericana experimenta respecto de la guerra en Ucrania. Ron DeSantis, gobernador de Florida y uno de los precandidatos del Partido Republicano mejor posicionados para competir con Donald Trump y llegar a la Casa Blanca, cuestionó si el enorme esfuerzo económico para apoyar al gobierno de Zelensky es vital para los intereses y la seguridad de los Estados Unidos. Un dilema para la administración Biden: Ucrania pide a los gritos más ayuda, incluyendo misiles de largo alcance y aviones F15 y F16, que Washington se niega a entregar para evitar una nueva provocación a Rusia y que escale el riesgo del uso de armas atómicas y hasta de provocar una tercera guerra mundial. Una parte del electorado empieza a ver este conflicto con creciente apatía.
Ante tantos desafíos, demócratas y republicanos continúan confiando en una de las estrategias más tradicionales desde que existe la política: embarrar la cancha y ensuciar al rival. Así, mientras los primeros ponen sus fichas en las causas de corrupción que involucran a Trump, los segundos se frotan las manos pensando en las investigaciones especiales por parte de la Cámara de Representantes –en manos republicanas desde noviembre pasado– que salpicarían al hijo del presidente, Hunter Biden.