El agro y la devaluación
MANIFESTACIONES de funcionarios públicos han llamado la atención sobre los efectos beneficiosos de la devaluación del peso respecto del sector agroindustrial de nuestra economía. Y en verdad, varias instituciones representativas de la producción y otros ámbitos afines sustentaron esa hipótesis.
Hoy por hoy, la realidad no se condice con esos pronósticos, por lo menos en el corto plazo transcurrido, en el que evidentemente la economía no ha encontrado su equilibrio. En efecto, en lo inmediato existe un cúmulo de dificultades que recaen pesadamente sobre las empresas a todo lo largo y ancho del país. Expresiones públicas de disconformidad, a menudo violentas, y desde ese punto de vista reprobables, han contado con la participación de productores e industriales del sector mencionado.
Ocurre que, en general, nadie escapa a la parálisis económica nacional en cuyo contexto se registra el secuestro del capital de trabajo de las empresas con todas sus onerosas consecuencias. Se advierte ya el encarecimiento y aun la crisis de abastecimiento de insumos importados y bienes de capital y sus accesorios, afectados por reglas restrictivas emergentes del control de cambios y también por la ausencia de financiamiento y la incertidumbre que flota sobre débitos y créditos en general.
Todo ello sucede en todo el país y lo padecen todos. La producción de granos, la cual se supone que debería ser una de las más beneficiadas por la devaluación por ser exportadora, directa o indirectamente, del 75% del total producido, constituye un buen ejemplo de lo que pasa estos días. Por lo pronto, su comercialización se presenta azarosa con motivo de la parálisis del mercado a término de granos, un instrumento hoy indispensable para proyectar certezas sobre los precios de las cosechas y las perspectivas de la exportación y la industrialización. Por este y por otros motivos, ha quedado fragmentado el flujo de los granos y sus productos derivados al exterior, lo que provoca retracción en las compras del exterior, costos adicionales de fletes y puertos, y gestiones de compradores de trigo de Brasil para eliminar la tarifa aduanera de los proveedores extra-Mercosur. Sólo después de un mes, parece estar encaminándose la relación con Brasil sobre este punto.
No abundan, sin embargo, los sectores con tan alta proporción de exportaciones como para influir tan decididamente en los precios locales. De las carnes que en febrero comenzarán a fluir hacia el mercado europeo, se vende al exterior sólo el 10% de la producción. Menor aún es la proporción en el caso de los lácteos cuyos productores e industriales disputan una porción del precio que pagan los consumidores. Las situaciones son diversas según que los productos se exporten o no, y según sea la participación de las importaciones en el abastecimiento del mercado argentino. Además, una importante proporción de las producciones regionales están destinadas al empobrecido consumo nacional.
En suma, la devaluación del peso será capaz de proyectar estímulos a importantes cadenas agroindustriales sólo en la medida en que se restablezcan los grandes equilibrios de la economía. Que se pueda disponer del capital de trabajo, que cese el control de cambios y, en general, que vuelva a andar la rueda de la labor productiva. Que el sector financiero pueda desenvolverse libre y rentablemente cumpliendo su cometido económico y social. También en la medida en que nuestro país logre restablecer la confianza en el concierto mundial tanto público como privado.