El cambio empezará con el trabajo
Podría decirse que el cambio comenzará con la educación o con la restauración de valores intangibles, como el respeto, el compromiso, la responsabilidad y muchos otros. También, con el restablecimiento del sistema monetario. Igualmente, sería plausible si se expresase que el cambio se iniciará con amplias y cruciales desregulaciones para volver a “asegurar los beneficios de la libertad” a los argentinos, parafraseando el Preámbulo. Sin embargo, la convicción que tenemos es que la Argentina empezará a cambiar con el trabajo. Es inviable un país en el que, de sus 26 millones de habitantes económicamente activos, solo menos de 7 millones trabajan formal y productivamente. Decimos productivamente con indulgencia, ya que nuestro índice de productividad es uno de los más bajos de la región y del mundo, aun para quienes desempeñan una relación laboral formal en el ámbito privado. Ni hablar de la burocracia estatal –en los tres niveles: nacional, provinciales y municipales–, caracterizada en general por la vetustez, el arcaísmo en las modalidades del desempeño y la escasez de resultados fructíferos para el quehacer de la sociedad. En ese orden, también sería lógico sostener que el cambio tendrá su rodaje inicial con la reforma del Estado. Pero insistimos: solo se revertirá la decadencia si nos resolvemos a trabajar.
Los planes asistenciales deberán ser todos temporales. Estación intermedia con destino inexorable a la terminal: el trabajo. Ni la mínima intermediación, salvo la del enjambre burocrático del Ministerio de Desarrollo Social. No habrá delegación en ningún movimiento por más pomposo y demagógico nombre que tenga. La contraprestación obligatoria de los asistidos subsistentes luego de una pelillosa depuración del padrón será capacitarse laboralmente, teórica y prácticamente. Las pasantías serán el modo de esa habilitación práctica, explicándose que ninguna pyme será “explotadora”, sino que todas serán colaboradoras de un objetivo nacional trascendental: volver a la cultura del trabajo. Empoderar a los asistidos para que puedan desenvolverse en el plano laboral es una liberación, no una explotación. Les dará herramientas para la vida en libertad, los emancipará del sometimiento al que los tiene avasallados y anclados en la pobreza estructural.
En un plazo razonable de cuatro años –un período presidencial–, todos trabajando, salvo quienes ineludible y excepcionalmente deban ser asistidos por causas de enfermedad física o psíquica. Asimismo, los planes no se sobrepondrán ni en el orden jurisdiccional ni en el ministerial. Si bien esta asistencia es una facultad concurrente de la Nación, las provincias y municipios, deberemos plasmar un registro único nacional. Es bello que estas prerrogativas no sean absorbidas por la Nación, pero lo comprobamos con el documento de identidad, el registro de conducir y otros roles. Fueron tantos los abusos y la corrupción que el federalismo fue sinónimo de caos. ¿Y qué sentido tiene que los subsidios los den varios ministerios y también la Anses? Deberán concentrarse, unificarse, en un solo padrón nacional y una sola competencia.
Somos el único país que brinda asistencia para garantizar la pobreza, para cristalizarla. Y que abona esos subsidios para que todos los días “piqueteen” perturbando el tránsito, el trabajo, el comercio, el estudio y la paz social. Este sistema nos arruina a todos y ensombrece nuestro porvenir inmediato. La primera transformación es empezar a trabajar, aunque sea con baja productividad inicial.
No habrá riesgos adicionales en materia de orden en la vía y espacio públicos. Hoy sobrevivimos en y con el desorden, casi hasta naturalizarlo. Desorden para que cada día se alimente más el proceso de decadencia. Asumamos el desafío del desorden y las protestas ante el cambio estructural. Es preferible afrontar reclamos porque se está cambiando que sufrirlos para que se profundicen las políticas pobristas que nos están hundiendo. De la crisis se saldrá trabajando. Todos trabajando.
Diputado nacional (JxC)