El comienzo de 100 días cruciales
La primera impresión importa. En la vida personal, pero también en la vida de las sociedades. Por eso, la gestión de los primeros 100 días de un presidente son cruciales para marcar en el ciudadano una impronta favorable hacia su gobierno.
En esta línea, el ejemplo más famoso a nivel mundial fueron "los cien días de Roosevelt", como se conoce al período en que el presidente de los Estados Unidos anunció su New Deal o nuevo trato en los días siguientes a su asunción del mando en marzo de 1933.
La Gran Depresión iniciada con la debacle de Wall Street en 1929 había puesto en jaque al capitalismo, pero las medidas ensayadas con anterioridad a Roosevelt para superar la crisis se continuaban moviendo dentro de sus parámetros clásicos. La conclusión es que la crisis se agravaba cada día.
Frente a esta sombría situación, la gran novedad del New Deal fue la adopción de políticas intervencionistas que facilitaran la recuperación de la economía, donde el Estado pasaría a jugar un papel fundamental para rescatar al sistema bancario, poner en marcha grandes planes de obra pública, otorgar subvenciones a los agricultores, dictar planes masivos de contratación para superar el desempleo, lograr acuerdos de precios entre industriales para evitar la competencia destructiva, etc. Dado que el New Deal se dirigía contra algunos principios clásicos del capitalismo, que hasta entonces representaban las creencias profundas de los norteamericanos, el flamante presidente se debió esforzar por ganar su confianza. Para ello, apeló a contenidos simbólicos como basar su programa en las que se llamaron las tres erres de Roosevelt, «Relief, Recovery and Reform» (Asistencia social, Recuperación y Reforma), cuya sencilla enumeración contribuyó a fijar en la conciencia de los ciudadanos la profundidad de las reformas.
Este breve recuerdo del New Deal es pertinente si lo utilizamos como símbolo aplicable a la situación que enfrenta el presidente Macri. Las circunstancias históricas son por completo diferentes pero, sin embargo, tienen algo en común: en ambas, las recetas del pasado no sirven para enfrentar la crisis. En los Estados Unidos se trataba de una depresión extraordinaria aunque con pocos años de desarrollo. En la Argentina, la crisis actual, aunque de modo muy riesgoso se la minimiza demasiado, es de antigua data; pero si la computamos en términos de crecimiento perdido es superior incluso a la registrada en los años de la gran depresión norteamericana.
Para peor, la crisis argentina no se limita al plano económico, sino que se extiende a todos los órdenes de la sociedad. La pobreza y la desigualdad social han crecido desde la llegada de la democracia, la inseguridad es un azote constante, potenciada por el fenómeno inédito del narcotráfico, la educación se ha degradado a extremos inconcebibles en una nación que supo ser un modelo de proyecto educativo a largo plazo, la corrupción es un flagelo que golpea al ciudadano honesto, la crisis energética y de la infraestructura son de enormes proporciones, y como corolario, el deterioro del Estado para llevar adelante políticas públicas es alarmante y las instituciones de la República han sufrido toda clase de atropellos.
Ante este panorama, no se reencauzará al país en la senda del progreso y la equidad con una combinación de pragmatismo y gradualismo. Lo que se necesita es un New Deal argentino. Que enfrente con decisión las recetas gatopardistas que nos han traído hasta la decadencia actual. Y es que al igual que en el antecedente de Roosevelt, la suerte del gobierno del presidente Macri en buena parte se jugará en sus primeros cien días de gobierno.
¿Cuáles deberían ser las líneas maestras de un New Deal argentino?
Durante la campaña electoral, Cambiemos postuló tres ejes estratégicos: pobreza cero, el combate contra el narcotráfico y la unión de los argentinos. También insistió en la urgencia de recuperar las instituciones republicanas y de reinsertar a la Argentina en el mundo. La tarea de completar estas propuestas con acciones concretas de gobierno es responsabilidad de la nueva administración, pero como ciudadanos que apoyamos el cambio y apostamos por el éxito del presidente Macri, nos animamos a darle a ese conjunto de propuestas un contenido simbólico, que facilite su aprehensión por toda la ciudadanía.
Un New Deal argentino se podría basar en "cinco letras i" que sean la prioridad para los próximos años: Instituciones, Indigencia, Inversiones, Inseguridad, Inserción internacional. Es decir, prioridades para la política, la solidaridad social, la economía, la vida de las personas y las relaciones exteriores.
En el caso argentino, la gran novedad de un nuevo trato será revertir la fórmula de un intervencionismo estatal que ya es "clásico" entre nosotros y ha probado con creces que no sirve para superar las crisis recurrentes en que hemos caído una y otra vez, por un capitalismo basado en la iniciativa privada pero al amparo de un Estado regulador moderno. En los Estados Unidos del los años 30, el keynesianismo fue una respuesta para la crisis frente a un capitalismo incapaz de innovación; en la Argentina del siglo XXI, por el contrario, frente a los excesos de un estatismo estéril, se requiere reavivar el espíritu emprendedor de los argentinos liberando sus energías creativas y reservando al Estado un rol de primera línea en preservar a largo plazo las reglas de juego y en intervenir en beneficio de los sectores postergados justamente por las políticas de un estatismo mal concebido y peor aplicado.
Por sobre todo, un New Deal argentino demanda recuperar el espíritu revolucionario de Mariano Moreno, que en apenas siete meses de gobierno logró que la Revolución de Mayo fuera un acontecimiento irreversible y cuyo ejemplo de pasión y lucidez son fuente de inspiración para los argentinos cada vez que necesitamos retomar el brío sagrado de los grandes cambios históricos.
Historiador, miembro del Club Político Argentino