El contrato del Nunca Más nunca existió
Hace unos meses el prestigioso constitucionalista Roberto Gargarella sostuvo que se ha roto el contrato del Nunca Más. Su argumento es que, producto de la radicalización política, un amplio sector de la ciudadanía se abocó a defender lo indefendible y a negar lo evidente. La provocadora tesis generó gran debate y muchas personalidades públicas la suscribieron con resignación. Huelga decir que Gargarella es uno de los analistas políticos más lúcidos de la Argentina. Sin embargo, en este caso pecó de optimista. Más que confirmar que el contrato se ha roto, todo parece indicar que nunca existió.
El proceso del Nunca Más fue impulsado por el presidente Alfonsín para dar por concluida una etapa negra de la historia nacional cuyo signo fue el autoritarismo: tanto por derecha como por izquierda, los argentinos creíamos que la violencia era un recurso válido para dirimir las diferencias. La espiral de deliro hizo eclosión con la última dictadura militar: torturas, secuestros y asesinatos perpetrados en nombre de la salvación de la patria.
En teoría, el Nunca Más inauguró una nueva era de fraternidad cívica y respeto por la democracia. Pero hay razones para pensar que no todos suscribieron el pacto. Ya en la campaña electoral de 1983, un candidato incendió un cajón con los colores del partido rival. Y, lejos de apoyar los juicios por violaciones de derechos humanos, su partido apostó por la amnistía primero y el indulto después. Para no mencionar que en un clima de grave crisis económica el sindicalismo peronista inauguró la era de la desestabilización y los golpes blandos.
Durante la década K los violentos se apropiaron del centro de la escena. Hebe de Bonafini, Luis D'Elía, Fernando Esteche, Guillermo Moreno, Milagro Sala y tantos otros reinstalaron la patota en nombre de sus ideales, al tiempo que los integrantes de los grupos armados de los 70 eran elevados al rango de juventud maravillosa. El cuadro se completó con una cohorte de pseudointelectuales y apparatchiks que vieron la oportunidad de desempolvar sus viejas ideas autoritarias y volver a soñar con un régimen a la cubana. Son los mismos que ahora llaman a "resistir" a un gobierno elegido por la mayoría blandiendo palos, piedras y bengalas.
La pregunta entonces es si el contrato del Nunca Más se rompió o si jamás existió como acuerdo genuinamente colectivo. Mientras un sector de la ciudadanía se propuso construir la Argentina moderna, democrática y republicana, otra facción aceptó las nuevas reglas como un mero modus vivendi, esperando la ocasión de romperlas no bien cambiara la correlación de fuerzas. El sueño del partido hegemónico, la identificación de la nación con el líder y el corporativismo fascistoide siguen siendo su hoja de ruta. En el pasado rechazaban de plano la democracia burguesa; ahora solo la toleran cuando ganan las elecciones.
En semejante escenario es utópico esperar que los violentos se sumen a un contrato que nunca suscribieron. Seguirán apostando por el caos, negando la verdad y desestabilizando al Gobierno en nombre de la democracia. Lo único que podemos hacer los que apostamos por la convivencia civilizada es manifestar un categórico rechazo, abandonando la cómoda actitud del observador imparcial que pretende posicionarse por encima de la grieta. Puede gustarnos o no, pero respaldar al gobierno constitucional es defender la democracia. El contrato del Nunca Más así lo exige a quienes todavía creemos en él.
El autor es doctor en Filosofía y Teoría Política