El fin de la épica, ¿el fin del relato?
Cuando se cumplieron los diez años de la llegada del kirchnerismo al poder, al analizar para la nacion la estructura del "relato K", decíamos que el éxito inicial reconocía dos componentes cruciales: mística y épica, más una adecuada dosis de simbología, y que este núcleo emotivo era la amalgama fundante de sus apasionadas adhesiones y por contrapartida, de sus furibundos rechazos.
Asimismo, explicamos que los relatos tienen momentos fundacionales y de consolidación, pero también de cronificación, decadencia y caída. Enfrentados a la frialdad de los números, a los palpables fracasos de muchas de sus políticas, al esclerosamiento de sus consignas y a las críticas de sus opositores que comienzan a configurar un contrarrelato, ingresan en una fase terminal teñida de desencanto. El fin del relato es el inicio del tiempo en que el espejo no reproducirá, como hasta hace poco, lo que se quería ver, sino lo que la realidad ha permitido que sobreviva. La imagen no será grata, quizás apenas un remedo cruel de la grandilocuencia inicial. Como la diferencia que hay entre minimizar hasta el ridículo cualquier compensación a Repsol y, en cambio, abonarle varios miles de millones de dólares.
Todavía muy cercanos en el tiempo a los sucesos que están teniendo lugar y cuya continuidad está por verse, cuesta atribuir a un solo factor su explicación. No es sólo la golpiza electoral, ni la economía envuelta en serios problemas que requerirán decisiones poco gratas. Ni tampoco se puede descartar la influencia de las situaciones vitales atravesadas, pero las decisiones tomadas parecen delinear, quizá por todas estas razones, la trama final del "relato K". Desde la estética, con el final del luto, hasta los nombres, ha llegado una nueva lógica al poder. Parece surgir el pragmatismo peronista en su versión más ortodoxa. En este contexto se puede comprender la peronización que implica la designación de Jorge Capitanich como jefe de Gabinete, saludada con entusiasmo, y con no poca intencionalidad política por Duhalde, siguiendo por Cavallo y otros tantos dirigentes opositores. Hubo excepciones, las de siempre.
El protagonismo con que el jefe de Gabinete acometió su gestión, compitiendo en presencia mediática con la de la Presidenta, exhibe una situación inédita en la última década. Se instrumentan cuestiones naturales en una democracia, como el diálogo con gobernadores opositores o la prensa no partidaria, y abandonó así algunos de los más absurdos pero orgullosos símbolos del "vamos por todo", que pareciera haber mutado a un modesto salvemos lo que se pueda.
A medida que se acerquen las elecciones de 2015 con el inicio del proceso sucesorio, y la construcción del perfil de un candidato presidencial, se acentuarán las diferencias. Nunca ha sido fácil la convivencia entre un liderazgo emergente y uno saliente; este caso no será la excepción.
Los autodenominados "pibes para la liberación" deberán ajustar su sutil cancionero a los nuevos compases. Será un verdadero desafío a su inagotable creatividad y capacidad de supervivencia.La formidable máquina de adaptación política del peronismo está en marcha y es un fuerte llamado de atención para la oposición no justicialista.
Quedará por ver si el kirchnerismo correrá la suerte del menemismo y terminará sus días en una solitaria banca del Senado. Pero lo que no deja dudas es que al relato, sin su impostada épica, sólo le cabe un final de páginas amarillentas o, para ser más actual, de buscador Google en Internet.