El futuro de América latina
Más allá de las pasiones que suscitó Hugo Chávez en vida, su desaparición de la escena pública y la ajustada victoria de su delfín, Nicolas Maduro, por sobre Henrique Capriles, demuestran la necesidad de encarar dos debates que permanecen pendientes en América latina en general y en nuestro país en particular.
El primer debate tiene que ver con la relación entre la institucionalidad y la cultura propia de la democracia republicana y la erradicación de la pobreza. Para Chávez, la urgencia de sacar a millones de venezolanos de la pobreza justificaba violentar instituciones que en el fondo, argumentaba, respondían a los intereses de elites que a toda costa buscaban obstaculizar su "revolución." Por eso respetó poco la independencia de poderes y la propiedad privada, y nunca dudó de tildar a opositores como agentes de los imperialismos extranjeros o traidores al pueblo venezolano.
Para Chávez, la urgencia de sacar a millones de venezolanos de la pobreza justificaba violentar instituciones
A primera vista tuvo éxito. En sus más de 14 años de presidencia la economía venezolana creció 46% y la pobreza se redujo 38,5%. También se incrementó el gasto en salud y educación y se redujo la mortalidad infantil. Pero si miramos con más atención, vemos que sus logros son menores a los de gran parte de la región. Durante los mismos años de la gestión de Chávez las economías de Colombia, Chile, Perú y Brasil, además de la nuestra, crecieron más que la venezolana. Más aún, los gobiernos de Chile, Perú, Uruguay y Brasil tuvieron mayor éxito en la reducción de la pobreza y Colombia no se quedó muy atrás.
La diferencia de desempeño se vuelve más notable si tenemos en cuenta que Venezuela disfrutó de una mejora en sus términos de intercambio mayor que el de cualquier otro país latinoamericano. Para decirlo bien claro: Chávez asumió con un petróleo a 18 dólares por barril y disfrutó de su alza a más de 100 dólares. Otros países de la región fueron más exitosos con un contexto internacional menos favorable que el venezolano, implementando políticas económicas que gozan de mayor consenso internacional, sin violentar la alternancia en el poder ni buscando dividir a la sociedad.
El segundo debate radica en la forma que debería tomar la ambición histórica de una "unidad latinoamericana." A pesar del optimismo que despliega la retórica bolivariana, América latina está dividida tanto en lo económico como en lo político. Existe por un lado, por ejemplo, el Mercosur y el eje bolivariano/ALBA y, por el otro, la Alianza del Pacífico. En un mundo donde el eje de la actividad económica y comercial se corre hacia Asia, es fundamental tender puentes, si realmente creemos en la unidad de nuestros pueblos, entre los dos bloques comerciales.
En un mundo donde el eje de la actividad económica y comercial se corre hacia Asia, es fundamental tender puentes
Para ello, el primer paso es terminar con el prejuicio ideológico que supone que la Alianza del Pacífico es una capitulación a EE.UU. Si así lo fuera, significaría que Ollanta Humala es un presidente de "derecha", que también lo es Santos, quien se alejó de Washington para conciliar con Chávez y que Mujica, quien ha pedido el ingreso de Uruguay como observador, es un títere norteamericano. Para nuestro país en particular la necesidad de tender puentes se vuelve más urgente si prestamos atención al hecho de que también se está negociando el Acuerdo Trans-Pacifico de Asociación Económica y que el presidente Barack Obama ha propuesto una zona de libre comercio entre su país y la Comunidad Europea. Hoy mismo, en Brasil, se debate cómo hacer para no quedar afuera de estas iniciativas y, por ende, aislado de los grandes flujos comerciales que dominarían el siglo XXI.
En lo político, hay poco consenso sobre temas tan básicos como el terrorismo internacional y los derechos humanos. En 2007, cuando se votaron en Interpol las tarjetas rojas iraníes para el caso de la AMIA, Brasil y Venezuela no acompañaron a la Argentina; tampoco lo hicieron Cuba y Nicaragua. El "eje bolivariano" también votó en contra de la resolución de la Asamblea General de la ONU en condena a las masacres de Siria, mientras que el resto de la región votó a favor. Hace poco se jugó su futuro nada menos que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que cumplió un papel fundamental, durante plena dictadura argentina, en la divulgación de las atrocidades que ocurrían en el país. En ese momento, el gobierno militar amenazó con retirarse de la OEA para escapar su condena, tal como lo hacía recientemente la Venezuela de Chávez. Ahora Venezuela, Ecuador, y Bolivia lideraron un intento de eliminar su capacidad de permanecer como un organismo independiente.
Hay poco consenso sobre temas tan básicos como el terrorismo internacional y los derechos humanos
Cabe notar que la Argentina no apoyó abiertamente las críticas de estos países, pero tampoco defendió el sistema actual con la firmeza adecuada. El voto no es necesariamente lo que define la posición de grandes países como el nuestro en un tema específico. Se define en las discusiones de trabajo, en los co-patrocinios que se dan o se niegan, en las explicaciones de voto, si la misma se pronuncia antes para influir a otros, o después cuando interesa menos. La realidad que nuestro país históricamente es quien más ha hecho por consolidar un sistema interamericano que ahora otros, ante nuestra pasividad y consentimiento, quisieran desmantelar. No por nada hace mucho que ni siquiera tenemos embajador en la OEA.
Para lograr la unidad latinoamericana hace falta tender puentes entre la OEA y Unasur. No puede ser tan difícil si vemos que toda la región hace política más allá de un simple regionalismo. Brasil es un gran ejemplo de ello: negocia tratados bilaterales con México, firmó acuerdos estratégicos en educación, seguridad y ciencia y tecnología con EE.UU., y acuerdos militares con Francia y el Reino Unido. La realidad es que ninguno de nuestros vecinos piensa que le alcanza con su vecindad más próxima. Lo que falta es un país, que debería ser la Argentina, con la voluntad de articular los nexos históricos tradicionales que unen toda América latina en el compromiso por valores básicos como la libertad de prensa, la alternancia en el poder, el rechazo al armamentismo y otras cuestiones que deberían ser banderas latinoamericanas. Ambos debates quedan pendientes. De la posición que en ellos tome el país dependerá mucho no solo nuestro futuro sino el de toda la región.