
El inútil debate sobre el tipo de cambio
El debate sobre si hay atraso cambiario no lleva a ningún lado. Detrás de esta discusión, en general se hallan intereses sectoriales o políticos. Belgrano, luego de ganada la batalla de Tucumán y presto a librar la de Salta, nos recuerda: “Porque hay hombres para todo, y a quienes nada les contenta sino la intriga, y la iniquidad; no pueden vivir en quietud ni en amistad; todo lo que no sea sus caprichos les desagrada…”.
La pretensión de establecer cuál es el valor del dólar –dónde debería estar– es un acto de soberbia. Al depender de múltiples factores, como la balanza comercial y el ingreso de capitales, no es posible determinarlo con exactitud. Para acercarse al hecho, es necesario tomar en cuenta la situación del país según su momento histórico. En tiempos de un régimen corporativista-proteccionista, sostenido por un ideario de sustitución de importaciones, lógico resulta que haya habido un dólar más elevado que con un régimen de libertad cambiaria y apertura comercial. La economía no es una ciencia exacta y en todo está ligada al contexto histórico.
Lo que sí es cierto es que a la fecha hay un atraso cambiario respecto del período reciente de nuestro país. En las últimas décadas, lo usual era un gasto público elevado y un déficit fiscal prácticamente permanente. El nefasto comportamiento del gasto público fue por décadas el resultado de la acción populista de los dirigentes políticos, inclinados a distribuir ingresos y patrimonios con argumentos de carácter social, cuando en rigor buscaban réditos políticos al redistribuir, mediante el gasto público, los ingresos y los patrimonios de la gente.
La situación actual es muy diferente de la de aquellas décadas: el gasto público consolidado ha bajado casi 30 puntos en términos reales y el déficit fiscal se ha reducido en casi 15 puntos del PBI. Por eso no es posible afirmar taxativamente que haya atraso en vista de los resultados del Gobierno plasmados en equilibrios macroeconómicos, superávits gemelos (fiscal y externo) y mayor ordenamiento del balance del Banco Central. En 2024 el país alcanzó superávits gemelos por primera vez en 14 años. La última vez que logró la combinación de un resultado financiero positivo junto con una balanza comercial superavitaria fue en 2010.
Sin embargo, no deben dejarse de lado varios indicios de preocupación. Hay claras señales para despertarse de cierto letargo, como la evolución del saldo comercial, que está lejos de lo ideal. La economía registra en los últimos meses un visible déficit en su cuenta corriente cambiaria. Es decir que salen más dólares que los que entran en el país por comercio, servicios, préstamos, rentas, dividendos y transferencias al exterior.
Si se quiere algo más palpable, basta mirar el comportamiento del turismo, con la masiva salida de argentinos por vacaciones a los países limítrofes. Acá se ha prendido una luz amarilla.
El desafío principal se encuentra en frenar la apreciación en términos reales del peso. Lo positivo es que, en 2025, las reservas seguirán en aumento a consecuencia del ingreso de dólares a través de la cuenta financiera, de la cosecha (aunque de moderado volumen por la sequía) y el superávit energético.
El camino está en persistir con el equilibrio fiscal, con las desregulaciones en un esquema de disciplina monetaria al que se agrega el potencial de Vaca Muerta y la minería. No hay razones serias para apuntar al tipo de cambio. En cambio, sí las hay para apuntar a la competitividad vía la reducción de costos, sobre la base de nuestras ventajas comparativas.
El país está avanzando hacia la libertad en todos los campos. Lo que importa, ahora, es perseverar en este camino, bajo el amparo de la institucionalidad que bien ilumina nuestra carta magna. Y que las autoridades no cedan al impulso populista ni al espíritu autocrático que anida en la sociedad.
Economista
