
El libro que Milei les hace leer a sus ministros
El economista neoyorquino Walter Block, de 84 años, gurú del anarcocapitalismo, sostiene que si una actividad es voluntaria y no implica agresión contra terceros no debería ser prohibida por el Estado aun cuando resulte moralmente incómoda. Desde la prostitución, el proxenetismo, el narcotráfico, el taxista sin licencia, el revendedor, hasta el blanqueador de dinero, el prestamista, el especulador o el que contrata niños para trabajar.
Block viene a ser para Milei más o menos lo que el filósofo y politólogo Ernesto Laclau era para los Kirchner: un volcán de sabiduría, un inspirador superior, un maestro. Laclau, defensor a ultranza del populismo, sostenía por ejemplo que el movimiento de Chávez en Venezuela era “profundamente democrático” y que gracias a que movilizaba a las masas evitaba que un poder se reprodujera sin solución de continuidad. El populismo, decía, lejos de ser un obstáculo garantiza la democracia evitando que ella se convierta en mera administración.
Al provocador Block, quien tiene otra clase de ideas y tiende a ser más didáctico, más práctico, también más descarnado que Laclau, lo embelesa su discípulo argentino, cuya propensión a insultar a los críticos en alguna oportunidad celebró alborozado. El aprecio entre ambos economistas es mutuo. Milei admira a Block, pero no de manera reservada. Acaba de comprar varias docenas de su libro Defendiendo lo indefendible (del primer tomo, publicado por Block en 1976, porque son tres) para distribuirlo entre los miembros del gabinete y otras autoridades nacionales a quienes invitó a comer un asado en Olivos, el lunes, para cerrar el año.
Sea para sellar la agrietada camaradería de los integrantes del gobierno, para insuflar mística o afianzar esa utopía que el líder libertario abraza con fervor, entre los duros, sacros mármoles de una sede gubernamental un libro que se titula Defendiendo lo indefendible es bastante original como regalo navideño. Sobre todo en este momento. El gobierno viene de arreglar de madrugada con el kirchnerismo la composición de la Auditoría General de la Nación y de reponer en la agenda principal la epopeya agria y polisémica contra los fondos para la discapacidad. Al mismo tiempo hizo un intento -trató también de defender lo indefendible, podría decirse- en el campo tributario. El propio Milei explicó el domingo en un reportaje televisivo por qué está bien poner al frente del organismo recaudador a un experimentadísimo licenciado en administración y contador público a quien la justicia investiga justamente por la supuesta comisión de los delitos que él debe controlar para que el resto de los argentinos no los cometan.
Una fotografía oficial distribuida el lunes exhibe a los más altos funcionarios de la nación delante de una cortina, en dos filas, sonrientes, con Milei en el centro, cada uno mostrándole al fotógrafo, complacido, su ejemplar de Defendiendo lo indefendible. Salvo dos (sobre diecisiete). Por motivos que se desconocen, a Santiago Caputo y Sebastián Pareja se los aprecia desacatando la sugerencia -si es que la hubo- de enfatizar la gratitud por el recuerdo. Sostienen cada uno su ejemplar, pero contra el cuerpo.
El eje de este libro es que la vida humana también es una mercancía, vaya credo. Que cualquiera debería tener derecho a decidir hacerse esclavo de otra persona por voluntad propia. Y que el mundo ideal es uno en el cual la gente vive en consorcios, no en países. Block le puso “Defendiendo lo indefendible” para dejar sentado que él es consciente de que reivindica actividades y figuras tradicionalmente condenadas por la sociedad. Pero el título, una paradoja retórica, tomado en sentido literal también les calza perfecto a los detractores del anarcocapitalismo y de su sucursal porteña.
El autor dice hacer una defensa del mercado, al que considera amoral. Ni moral ni inmoral, advierte. “Es como el fuego, una pistola, un cuchillo o una máquina de escribir: algo cuyo manejo puede derivar de igual manera en algo bueno o en algo malo. A través del sistema de libre empresa podemos llegar a conseguir logros muy nobles, pero de la misma manera podemos conseguir exactamente lo contrario”. Hay que analizar cada problema de manera independiente, escribió Block. “El gobierno no tiene justificación para multar, castigar, encarcelar o aplicar penas de muerte sobre personas que actúen de manera inmoral, siempre y cuando no amenacen ni inicien una agresión física contra otra persona o sus propiedades. El libertarismo, pues, no es una filosofía sobre la vida: no define las fronteras entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral, lo que es apropiado o lo que no”.
El libro está organizado en ocho capítulos: sexo, medicina, libertad de expresión, fuera de la ley, economía, comercios y negocios, ecología y trabajo. Dentro de ellos analiza arquetipos de lo más variados, tales como la prostituta, el cerdo machista, el narcotraficante, el drogadicto, “el que grita ‘fuego’ en un cine abarrotado”, el avaro, el heredero, el prestamista, el no caritativo, “el cascarrabias que se niega a vender su propiedad”, el difamador y el calumniador, el importador, el intermediario.
Su visión sobre la vida matrimonial, analizada en el marco de la prostitución, no es particularmente moderna. “El chico paga el cine, la cena, las flores, etc., -dice Block- y la chica le recompensa con servicios sexuales. Este modelo también se da en los matrimonios en que el marido lleva la economía y la mujer cumple con el sexo y las labores del hogar”. Todas las relaciones humanas voluntarias, ya sean amorosas o intelectuales, sostiene, son intercambios, porque a menos que se dé afecto, cariño o algo no se va a recibir nada a cambio. “Donde hay intercambio, hay pago. En cualquier relación en la que haya un encuentro sexual, como el matrimonio o algunos modelos de cita -como la prostitución- hay un pago, de acuerdo con la definición de «intercambio»”.
Cuando habla sobre el trabajo infantil se ufana de venir a reparar un malentendido. Textual: “Quienes contratan niños están en los primeros puestos de la lista de los enemigos de la sociedad, por su crueldad, su falta de corazón, su explotación y su malicia. A ojos de la gente, el trabajo infantil es casi lo mismo que la esclavización, y quien contrata niños no es mejor que un esclavista. Es importante corregir esta perspectiva simplemente por justicia, ya que la opinión mayoritaria sobre este asunto está totalmente equivocada. Quien contrata niños es tan amable y benevolente como cualquier otra persona, y está tan lleno de las virtudes de la bondad humana como los demás”.
Después dice: “La ley que prohíbe el trabajo infantil atenta contra el derecho de cualquier niño de «despedir» a sus padres si se ponen muy pesados”. Discute la edad en la que un niño deja de ser niño para concluir respecto del tema laboral que “ningún patrón en potencia tiene la culpa de la situación paupérrima y desamparada del joven. Por extremas que fueran la pobreza y la «incapacidad para negociar» del trabajador, y por mucho que el patrón pudiera «aprovecharse de él» (cosa que ya hemos visto que no sería posible), seguiría sin ser culpa del patrón. De haber un culpable, sería el entorno del (ex) niño”.
Al ocuparse del chantaje, al que le gustaría legalizar, formula curiosas equiparaciones. “Además de ser una actividad legítima, el chantaje tiene algunos efectos positivos, pese a la letanía de disposiciones en su contra. Quitando alguna víctima inocente que caiga en la red, ¿quiénes son las presas de los chantajistas? En lo esencial -escribe Block-, hay dos grupos. Uno de ellos compuesto por criminales: asesinos, ladrones, estafadores, malversadores, evasores de impuestos, violadores, etc. El otro grupo consta de gente que participa en actividades que no son ilegítimas en sí mismas, pero que son contrarias a la moralidad y hábitos de la mayoría: homosexuales, sadomasoquistas, pervertidos sexuales, comunistas, adúlteros, etc. La institución del chantaje tiene efectos beneficiosos, aunque diferentes, en cada uno de dichos grupos”.
No se ha sabido de ningún otro presidente aparte de Milei, en ninguna parte del mundo, que les hubiera regalado a sus ministros un libro de tono tan terraplanista como éste, muchas de cuyas ideas desafían el orden normativo por el que los funcionarios juraron y deben aplicar. Los ministros, secretarios de Estado y autoridades parlamentarias que se fueron de Olivos con el libro de Block se supone que no lo usarán para levantar la pata vencida de un sillón viejo. Deben tener claro que no estuvieron en una tertulia literaria. Aunque vista la brecha entre la realidad argentina y las teorías del defensor de lo indefendible, el objetivo del obsequiador no estuvo demasiado claro.
Resulta más sencillo en todo caso entender por qué Napoleón Bonaparte repartía ejemplares de El Príncipe de Maquiavelo o el ya mencionado Hugo Chávez solía catequizar a sus elencos bolivarianos en clave opresor-víctima con Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.
Seguramente más asertivo estuvo Xi Jinping cuando repartió El algoritmo maestro, cómo la búsqueda de la máquina de aprendizaje transformará nuestro mundo, de Pedro Domingos, volumen coherente con la política central implementada en forma concomitante por China en materia de inteligencia artificial. Bueno, en realidad se trató de una lectura obligatoria de Estado. Xi no obsequió El algoritmo maestro para Navidad, sino que les ordenó a los miembros del Partido Comunista Chino que lo estudiaran y, por supuesto, a nadie le faltó su ejemplar en mandarín. Como se sabe, China lidera hoy la gran mayoría de las investigaciones tecnológicas clave relacionadas con IA. Es el primer país del mundo en llevarla del laboratorio a la calle. Así dan gusto las lecturas obligatorias.





