El miedo también va a las urnas
La historia registra variados sucesos en los que se observa la influencia de factores emocionales sobre el comportamiento político de los individuos. Erich Fromm analiza uno de estos casos en El miedo a la libertad ; otros ejemplos son tomados por Ernesto Laclau en La razón populista . Estos autores, utilizando categorías teóricas derivadas del psicoanálisis posfreudiano, registran efectos disímiles de las emociones sobre la política. Mientras a Fromm le preocupan los "factores dinámicos existentes en la estructura del carácter del hombre moderno, que le hicieron desear el abandono de la libertad en los países fascistas", Laclau destaca el papel del "afecto" hacia el líder como una condición básica en el "modo de construir lo político", según su concepción del populismo.
Un su reciente libro La sociedad de iguales , Pierre Rosanvallon muestra cómo, ante cambios sociales que consideran peligrosos, personas que comparten una misma posición en la estructura económica transforman el miedo que esos cambios le provocan en una fuerza social que influye sobre el acontecer político. Esto ocurrió en los inicios de la Revolución Industrial, cuando los trabajadores temieron por sus empleos y sus ingresos, tanto por la "competencia" de las máquinas, a las que combaten con la destrucción, como por la llegada de trabajadores extranjeros, que alimentó el nacionalismo y la xenofobia. Terminada la Segunda Guerra Mundial, y ante el ejemplo de lo que ocurría en los países comunistas, los empresarios europeos sintieron miedo ante la posibilidad de cambios radicales en el modo de producción, y esto los llevó a conceder mejoras salariales y a aceptar tasas impositivas superiores a las que acostumbraban pagar; a esto Rosanvallon llama "el reformismo del miedo". Los temores despertados en nuestra región por el triunfo de la revolución cubana, que diera lugar a la famosa y efímera Alianza para el Progreso, es otro ejemplo en la misma dirección.
A la luz de estos antecedentes, cabe preguntarse si en nuestro país no existirán miedos en algunos sectores sociales, lo que estaría influyendo sobre los resultados electorales, y a partir de ellos, en los fracasos de encontrar una salida económica y social que nos saque de la crisis. De hecho, la similitud de los contenidos programáticos de los partidos mayoritarios (peronistas, radicales y socialistas) no permite relacionar los resultados electorales con el contenido de esas propuestas. Esto abre la posibilidad de que otros factores, aparentemente menos relevantes, como las formas de ejercer el gobierno, o la confianza que despiertan los diferentes candidatos, sean los que dan cuenta de esos resultados.
Corrientes de opinión atribuyen a radicales y socialistas un mayor énfasis en las formas republicanas de gobierno, mientras que los peronistas basarían su fuerza en la confianza que despiertan en vastos sectores del electorado. Si esto fuera así, y dado que radicales y socialistas se ven superados, generalmente, por los peronistas, debiéramos pensar que la mayoría de los ciudadanos privilegian la confianza en los candidatos por sobre las formas republicanas.
Son varios los sectores sociales que se encuentran en situaciones que pueden llevar a privilegiar la confianza como antídoto contra los miedos presentes al momento de elegir un nuevo gobierno: miedo de muchos trabajadores a la pérdida de conquistas laborales, miedo de los excluidos a que el Estado deje de protegerlos con sus planes sociales, miedo de un sector de la clase media ligada al Estado de perder los beneficios que recibe a través de subsidios y el empleo público, y miedo también de muchos empresarios que recelan de la competitividad económica que los puede dejar fuera de juego. La relación "afectiva" que el peronismo cultiva con buena parte del electorado, su capacidad de insertarse en los medios populares y la puesta de los recursos del Estado al servicio de sus políticas parecen reforzar una confianza que se viene construyendo desde el primer peronismo.
De lo anterior se deduce que la tarea política de modernizar la actividad económica, así como al Estado que debe conducir ese proceso, debe trabajar en dimensiones que pueden llegar a ser conflictivas: una, referida a la revisión de las propuestas programáticas que hasta el momento no han servido para evitar nuestras crisis recurrentes; otra, relativa a la creación de la confianza necesaria para responder a los temores de perder beneficios, temores que pueden verse incrementados precisamente por los cambios introducidos en las propuestas.
Para conseguir esa confianza, los mensajes deberán darse dentro de una relación capaz de convencer que esa modernización, lejos de poner en peligro sus pequeñas "ventajitas" coyunturales, dará lugar a un proceso de desarrollo económico sustentable y competitivo, con alta productividad, que arrojará mayores recursos para ser distribuidos equitativamente.
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