El papa Francisco, entre fines y medios
La recientemente concluida gira del papa Francisco por Sudamérica deja dos enseñanzas. A quienes estuvieron siguiendo sus discursos cargados de fuerte contenido social seguramente les haya quedado resonando algunas ideas fuertes. Por ejemplo, que "las minorías más vulnerables son la deuda social que todavía América latina tiene", y que "un desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles no es verdadero desarrollo".
Esas frases, con las que coincido plenamente, son la primera lección del viaje del Papa: se trata de la necesidad imperiosa de cambiar de perspectiva y ver al mundo desde la óptica de las personas más desfavorecidas. La segunda lección está, por el contrario, en la necesidad de suplir lo que Francisco no dijo u optó por otorgarle un menor énfasis: la necesidad de respetar y afianzar las instituciones democráticas como parte integral de la lucha por la justicia social.
Durante su estadía en Ecuador, Bolivia y Paraguay, el Papa se esforzó por transmitir la idea de que nuestra mirada y conducta tiene que privilegiar a los sectores más vulnerables y excluidos de la sociedad, desde lo individual para cada uno de nosotros y desde el Estado para los gobiernos. Esta idea, central al pensamiento del Papa, no es otra cosa que la "opción preferencial por los pobres", una frase que constituye el corazón de la teología de la liberación, el movimiento teológico y político más importante del último siglo.
Francisco es un heredero de la teología del pueblo, la expresión argentina de esa vertiente teológica, y lo demuestra no sólo en sus discursos, sino también en la práctica; por ejemplo, al viajar a la isla de Lampedusa como primer destino fuera del Vaticano o, estos días, visitando el asentamiento de Bañado Norte en Paraguay.
A veces, en su defensa de los más desfavorecidos, se lo acusa al Papa de "populista"; esa crítica me parece errónea, ya que no es populista el que torna visible lo invisible, el que muestra lo que muchos prefieren no ver. La necesidad de adoptar la perspectiva de la opción preferencial por los pobres, de poner el énfasis en las personas más necesitadas para lograr un cambio real, es el aprendizaje más importante que quiso transmitir Francisco durante su gira.
El segundo aprendizaje surge de lo que no estuvo tan presente en su prédica, lo que faltó. Sus discursos prácticamente carecieron de referencias a elementos centrales de toda democracia robusta, tales como el respeto por la división de poderes y un Poder Judicial independiente o la libertad de expresión, de prensa y de disidencia política.
Sí habló del tema de la libertad de prensa en Ecuador, y condenó la corrupción en Paraguay, pero no le dio el mismo énfasis que el otorgado a su mensaje de justicia social. Reflexionar sobre esto nos lleva a la segunda lección. Por mucho tiempo, en América latina intelectuales y militantes de organizaciones sociales contrapusieron la democracia sustancial por la cual bregaban a la democracia formal que veían de manera despectiva. Dejar atrás esta dicotomía es importante para fortalecer nuestras democracias en lo social y en lo político.
Algunos pensadores suponen que la democracia sustancial prioriza los fines, como la justicia social, mientras que la democracia formal sólo prioriza los procedimientos. Muchos otros, sin embargo, no creemos que exista tal contradicción u oposición entre ellas.
La democracia formal sin la búsqueda de la igualdad de oportunidades traiciona la opción preferencial por los pobres y se convierte en una apología del statu quo, y la democracia sustancial sin transparencia de procedimientos inevitablemente se corrompe a favor de quienes están en el poder hasta el punto de dejar de ser una democracia.
La lucha contra la pobreza y por una mejora en las condiciones sociales no sólo no necesita ir a contramano de las instituciones democráticas republicanas, esas que tanto tiempo nos llevó construir, sino que depende de ella; tienen que ir de la mano. La enseñanza de la gira es que no podemos perder de vista ni los medios ni los fines, que el desarrollo de todos, pero en particular de las personas que menos tienen, sólo se logra con más equidad y mejor democracia, y eso implica necesariamente un trabajo comprometido y paciente.
Director académico de la Fundación Pensar