El peligro de que una “grieta sanitaria” se abra en la vida cotidiana
El temor al contagio podría convertirnos en una sociedad más dividida. Corremos el riesgo de que una "grieta sanitaria" se meta en nuestra vida cotidiana e introduzca, en la convivencia social, el virus de la discordia. Las miradas contrapuestas de los más y los menos aprensivos podrían provocar tensiones, recelos y desencuentros en las familias, en grupos de amigos, entre clientes y comerciantes, entre empleadores y empleados, entre compañeros de trabajo y en la calle misma. Es una fisura de la que ya empiezan a advertirse señales preocupantes.
La "nueva normalidad" genera desconcierto, dudas y hasta inseguridad en aspectos tan básicos y cotidianos como el del saludo. Está claro que ahora no debemos besarnos ni abrazarnos, ni siquiera darnos un apretón de manos. ¿Pero después? ¿Qué pasará cuando, algún día, volvamos a salir? ¿Veremos a una persona temeraria, indolente y peligrosa en aquella que avance decidida a darnos un beso o un abrazo? ¿Juzgaremos como conductas irresponsables algunas actitudes espontáneas? ¿Nos dividiremos entre "fundamentalistas del distanciamiento" y "negacionistas de la prevención"? Seguramente se tratará de encontrar puntos de equilibrio, de actuar con razonabilidad y con sentido común, con apego a las normas y recomendaciones, no con pánico ni paranoia. El problema es que la pandemia –rodeada de datos confusos, consejos contradictorios y afirmaciones infundadas– ha barrido con algunas nociones del sentido común e impide consolidar un consenso que, medianamente, nos permita construir un manual de comportamiento responsable y razonable a la vez.
En estos meses de encierro e incertidumbre se han visto conductas sociales que expresan y profundizan esta grieta. Cada comercio, por ejemplo, ha creado sus propios reglamentos y protocolos para una "atención segura". Pero así como la mayoría aplica pautas razonables de distanciamiento, otros han exagerado al extremo de impedir el ingreso de uno de los padres con su hijo o su hija menor o el de obligar a adultos mayores a esperar afuera bajo la lluvia. También hay casos en los que la exigencia del distanciamiento se torna entre imperativa y policíaca. En muchos edificios se ha empezado a observar una suerte de vigilancia paranoica: se cuestiona que el vecino deje subir al delivery, que reciba a alguien en su casa o que entre al hall sin enjuagar la suela del calzado.
Se han visto, incluso, recaudos llamativos. Un hombre lo mostró en redes sociales: además de ponérselo él, le puso barbijo al perro para sacarlo a pasear. Dijo que lo hacía "por las dudas"
Se han visto, incluso, recaudos llamativos. Un hombre lo mostró en redes sociales: además de ponérselo él, le puso barbijo al perro para sacarlo a pasear. Dijo que lo hacía "por las dudas". Pero el que en la misma cuadra pasee a su perro sin barbijo podría ser, ante sus ojos, casi un irresponsable; al menos alguien que no toma, "por las dudas", todos los recaudos que podría tomar. Sería humorístico si no fuera real. Y si no escucháramos a funcionarios decir que salir a correr en realidad no representa un peligro, pero "como el riesgo nunca es cero", por las dudas lo prohíben. Y lo hacen más por cuestiones "de imagen" que por razones científicas. Son disparates que alimentan la grieta sanitaria.
Lo vemos también en los supermercados, donde se suele mirar con actitud de reproche al que pasa con su carrito demasiado cerca, igual que en la cola del banco a aquel que en lugar de a un metro y medio de distancia se para a unos centímetros menos. Sin llegar al escrache (que también abunda), parecería imponerse cierta gestualidad estigmatizante. Asoma un nuevo código de corrección política que, por momentos, parece transgredir un límite de razonabilidad. Es una suerte de "moralismo sanitario" que, en algunos casos, se aplica con una dosis de fanatismo. Es inquietante porque puede introducir, en una sociedad que ya está atravesada por la crispación, un nuevo y poderoso factor de tensiones cotidianas; puede afectar nuestras relaciones con el prójimo y condicionar el clima de la convivencia social. Ya hemos visto algunos hechos alarmantes, como el automovilista que agredió a otro cuando observó que no llevaba barbijo.
Sería toda una contribución que tanto los funcionarios como los expertos aportaran claridad y fueran transmisores de un criterio de razonabilidad. Sin embargo, por momentos parecen empeñados en alimentar la confusión.
La cuarentena ha acentuado muchas divisiones. Al revés de la pandemia, que no discrimina, el aislamiento funciona como un vector de desigualdades. Genera un contraste muy fuerte entre el asalariado y el cuentapropista, entre el empleado público y el del sector privado, entre "servicios esenciales" y "no esenciales". Esas categorías también han empezado a incubar recelos y plantean nuevas grietas. La ambigüedad de algunos criterios ha llevado a que el peluquero se pregunte por qué el ferretero puede trabajar y él no. Ha llevado, también, a que un empleado estatal luzca como un privilegiado en comparación con uno que trabaja en una fábrica. Se han abierto fisuras en algunas comunidades laborales del sector industrial, donde tener "edad de riesgo" implica una garantía salarial que no ampara a los que tienen menos de 60. Ocurre también en las pymes, donde las actitudes, posibilidades y necesidades de empleadores y empleados empiezan a acentuar contrastes conflictivos.
Noticias de países como España e Italia, donde ya han salido de la cuarentena, anticipan que este tipo de tensiones atraviesa el ingreso a una "nueva normalidad". Hasta los encuentros sociales y familiares están teñidos de dudas y diferencias. Si unos amigos invitan a otros a comer, es posible que se encuentren con preguntas que antes hubieran sido descorteses: ¿cuántos vamos a ser? ¿La mesa es suficientemente grande como para estar bien separados? ¿Vamos a estar adentro o al aire libre? Pero además hay casos extremos: la pandemia ha acentuado la polarización en EE .UU., hasta el punto de que usar o no barbijo es una forma de definirse políticamente. Y en Francia, un colectivero sufrió un ataque demencial por exigir el uso de tapabocas a cuatro pasajeros.
Es natural que existan actitudes y sensibilidades diferentes. No todos reaccionamos igual ni estamos en la misma situación de fortaleza o de vulnerabilidad frente al riesgo sanitario. No todos tenemos la misma experiencia ni la misma perspectiva ante las cosas. Tal vez debamos intentar construir cierto consenso, moldear pautas de razonabilidad, mirar al otro con más comprensión que recelo, con ojos de empatía y no de sospecha. Entre todos deberíamos evitar que la paranoia y el miedo formen parte de la "nueva normalidad".
Algún día volveremos a salir, nuestros hijos volverán a la escuela, reabrirán los espacios de encuentro, saldremos de las pantallas y del Zoom para vernos otra vez las caras. Sería bueno que ese día no nos miráramos con desconfianza ni con temor. Tendremos que actuar con responsabilidad sin caer en la paranoia; tendremos que ser solidarios y cultivar el espíritu de comunidad. Tendremos que consolidar lazos de confianza, sin convertirnos en jueces y vigiladores de las conductas y actitudes ajenas. Será fundamental que, cada uno en nuestra baldosa, asumamos un tono de comprensión y moderación, sin profundizar rispideces y fricciones en la convivencia cotidiana, sin ver al otro como un peligro. La grieta política ya dividió a familias y grupos de amigos. ¿Vendrá una grieta sanitaria a sembrar nuevas discordias?.