
El populismo militar, legado de Bolívar
El prócer latinoamericano, entre los valores libertarios y el despotismo
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Tanto como persona como en lo político, Simón Bolívar fue un ser contradictorio. Luchó por la independencia de España y la vigencia de las ideas liberales en nuestro hemisferio pero, cuando ellas y la Constitución que las reflejaba se opusieron a sus designios políticos, no dudó en alterarlas para imponer su hegemonía.
Durante su viaje de tres años al Perú y al Alto Perú, entre 1823 y 1826, Simón logró que los dos nacientes países, el último bautizado con su apellido, aprobaran una constitución con presidente vitalicio, un senado hereditario compuesto por los generales de la independencia y una Cámara de diputados de elección popular, siguiendo el modelo inglés. Al enterarse en Lima de las disidencias entre el vicepresidente de la Gran Colombia, el neogranadino Francisco de Paula Santander, y el caudillo venezolano José Antonio Páez, y los intentos separatistas de éste, pensó que si este país unificado adoptaba la constitución de Bolivia y lo consagraba a él como presidente vitalicio no sólo se conservaría la integridad de la nación sino que podría ampliarse en una gran federación americana que, además de Perú y Bolivia, contara con el ingreso de Chile y la Argentina.
Pero había un obstáculo: la llamada Constitución de Cúcuta prohibía que se la reformara hasta que, en 1831, se cumplieran diez años de su vigencia. Bolívar decidió ignorar este impedimento y envió a un emisario con misivas a todos sus generales adictos en Ecuador, Nueva Granada (la actual Colombia) y Venezuela, sugiriéndoles que la Gran Colombia adoptara la constitución boliviana para evitar la anarquía. El partió por detrás y, al llegar a Guayaquil, comprobó que una asamblea había adoptado la carta boliviana y lo había designado presidente vitalicio, con facultades de dictador. Otros departamentos habían firmado actas similares y, cuando llegó a Quito, fue confirmado en ese carácter y le escribió a Santander: "La república está disuelta y debemos devolver al pueblo su soberanía primitiva, para que se reforme como quiera".
En Neiva se encontró con una misiva de Francisco de Paula, en la que le rogaba de corazón que "no apruebe las escandalosas actas que le confieren esa horrible dictadura". Le respondió que "si esto no es legítimo es al menos popular y, por lo mismo, propio de una república eminentemente democrática" y siguió hasta Tocaima, adonde vino a encontrarlo el propio vicepresidente. Simón advirtió que las resistencias de Santander se debían a que la probable designación de Antonio José de Sucre como vicepresidente de la ampliada federación, con derecho a designar sucesor, lo excluía de toda posibilidad futura, y lo tranquilizó prometiéndole que se modificaría ese aspecto.
Pasó luego a Bogotá y marchó a Caracas, donde logró disuadir a Páez de sus intenciones separatistas. Se alegró al recibir la noticia de que el congreso de la Gran Colombia había convocado a una convención a reunirse en Ocaña, para considerar una reforma anticipada de la Constitución, por lo que regresó a Bogotá, pero los resultados electorales fueron favorables a Santander. Se instaló en Bucaramanga para seguir la marcha de la convención y, cuando comprobó que los partidarios de su rival Santander estaban a punto de imponer una constitución federal que eliminaba las facultades extraordinarias del Presidente, aprobó que sus delegados abandonaran la asamblea. De vuelta en Bogotá, y a instancias de "actas populares" firmadas en el sur de Nueva Granada y en Venezuela, supuestamente espontáneas pero con notorio apoyo militar, dictó un decreto para consagrarse a sí mismo como Jefe Supremo del Estado, con el título de Libertador Presidente y facultades para derogar leyes, mientras eliminaba el cargo de vice que ocupaba Santander.
La asunción de la dictadura fue el comienzo del fin de la trayectoria de Bolívar. La tiranía dio lugar a la conspiración y al atentado en Bogotá de setiembre de 1828 (donde fue salvado por Manuela Sáenz), que fue castigado con el fusilamiento de varios responsables, la prisión de Santander y la prohibición de los libros de Jeremías Bentham y del funcionamiento de las sociedades secretas. Rebeliones en Bolivia, en Perú y en Venezuela, complementadas con movimientos separatistas, llevaron a Simón a la renuncia, al camino del destierro y a su muerte en Santa Marta, mientras la Gran Colombia se disolvía.
Desde entonces, la generalidad de los países de la América latina no ha podido elaborar las creencias compartidas que sustenten a gobiernos limitados en el tiempo y en sus atribuciones y que preserven la vida y los bienes de sus habitantes. Las oscilaciones de Bolívar entre sus aportes libertarios y la vocación por el poder absoluto; su retórica democrática junto al armado de gobiernos basados en los ejércitos; la creación de instituciones formalmente republicanas que se reforman por ambiciones personales; las pregonadas intenciones de abandonar el mando y las reelecciones indefinidas integran el legado de los todavía vigentes "populismos militares" en un continente paradójicamente esclavizado por sus supuestos libertadores.
El autor es escritor e historiador argentino. Próximamente publicará Simón (Sudamericana).





