El sutil arte de engañar
En política, la honestidad de pensamiento no es una prenda de virtud. Todo lo contrario. Norman Gardfield era primer ministro británico cuando, hacia fines del siglo XIX, se permitió esta confesión pública: "La capacidad de engaño es la primera condición que debe reunir todo sujeto decidido a encaramarse en el poder. Debo reconocerlo, no desempeñaría hoy esta magistratura si no hubiera sido un embustero profesional, capaz de que parecieran sinceras mis promesas proselitistas". Repudiado por sus propios correligionarios, Gardfield debió renunciar y acabó sus días regenteando un pub en Chelsea, sólo frecuentado por anarquistas frívolos y señoras sufragistas de vida airada.
Desde antiguo, el arte del engaño ha sido un atributo de los hombres públicos, aun en la Grecia clásica. "La verdad es casi siempre vejatoria y carece de carisma. La política, entonces, no puede estar sino en manos de taumaturgos", escribió Feideón de Meneas en su obra más trascendente, Hermenéutica de la desfachatez , en la que sienta las bases del fraude retórico polifuncional.
Diecisiete siglos después, el filósofo indostano Vishwanath Satri rescató a Feideón del semiolvido, predicó su línea de pensamiento y, acusado de travestismo ideológico, fue llevado al cadalso. "El político rapaz, seductor y voluptuoso debe comportarse como un auténtico sexópata de masas y obedecer a su instinto posesivo antes que a la razón casta y pura", anotó en El karma de la ambición promiscua , un vasto libelo conocido después de su degüello.
La tragedia de Satri vale apenas como un ejemplo de las vicisitudes padecidas por pensadores que sentaron una ley que parece inexorable, así resumida por el sociólogo italiano Giancarlo Montecortese durante la disertación que ofreció el jueves 5 en la Facultad de Derecho de Buenos Aires: "Un aspirante a líder de masas debe recurrir a sórdidas engañifas para cosechar voluntades e incrementar su potencial clientela de adeptos. Lo que constituye un vicio característico del comerciante inescrupuloso se convierte en un mérito del político ventajero, ávido de poder".
Nada es más fácil
Montecortese evocó al tribuno romano Luca Plotino, condenado a luchar contra dos osos pardos en un circo de Abisinia apenas demostró que Gayo Herculiano había incrementado la corrupción en el Senado imperial, en vez de ponerle coto, como había prometido antes de que lo invistieran emperador. Aquella vez los osos se mostraron apáticos, por lo que Plotino fue desterrado a la Polinesia y puesto bajo vigilancia de los maoríes.
Nada resulta tan fácil a un político como engatusar a gente desprevenida, como incautarse en propio beneficio de la buena fe del prójimo. A menudo, el prójimo integra una heterogénea variedad de individuos ingenuos, a los que la Real Academia Española presta, genéricamente, el mote de gilada . Una prueba de este aserto: todas las personas mencionadas hasta aquí son ficticias, tanto como las circunstancias que se les atribuyen. Ni siquiera existe el sociólogo Montecortese y, para colmo de embustes, el día 5 (el de su presunta conferencia) no fue jueves sino martes. El dudoso arte de la impostura puede ejercitarse en unas pocas líneas, como en este caso, o bien abarcar toda una carrera política, impunemente, como sucede con más frecuencia.