En Finlandia, un clima de confianza que deja aprender
Lejos de exámenes y regulaciones, la eficaz educación finlandesa se apoya en la autonomía escolar y una formación de maestros exigente y valorada
Qué podemos hacer con nuestras escuelas?Los estudiantes que se gradúan, además de no ser todos, muestran peores competencias en lectura, escritura y matemática que sus pares de otros países. Los más pobres frecuentemente son depositados en las peores escuelas, por lo que la educación pública aporta escasamente a la movilidad social. Se han gastado décadas probando distintas reformas con pocos resultados y suele atribuirse la culpa de lo que ocurre a los maestros y a los sindicatos que los protegen." Afirmaciones tales podrían haberse escrito sobre la Argentina, pero se refieren a los Estados Unidos y fueron publicadas el 18 de octubre en The Economist.
Es por cierto bien difícil afrontar el desafío históricamente inédito del acceso universal a una educación de calidad desde la primera infancia hasta la secundaria y los países han procurado responder con distintas organizaciones sociales de su educación. En los Estados Unidos y otros países anglosajones se pone el acento en las pruebas estandarizadas como criterio predominante de evaluación y en incorporar rasgos similares al mercado, tales como informar los resultados de las pruebas, para que las familias puedan elegir mejor las escuelas, o pagar más a los maestros cuyos alumnos rinden mejoren los tests. Los resultados de este enfoque en pruebas como las PISA -que se toma cada trienio a los jóvenes de quince años- han sido mediocres, mientras que los países con mejor desempeño muestran otro tipo de organizaciones educativas, y diferentes entre sí.
Asia Oriental encabeza los rankings y tiene un sistema muy regulado, de altísima exigencia y rigurosa disciplina, apoyado en una sociedad que da altísimo valor a la educación y presiona fuerte a los jóvenes para que sobresalgan. Más aún, y para sorpresa de muchos, la etapa final de la enseñanza media en China es paga -también lo eran hasta hace poco la secundaria inicial y a veces la primaria- y las familias deben hacer un gran esfuerzo económico para dar educación a sus hijos.
En un extremo opuesto a ambos sistemas aparece Finlandia, que desde el inicio de las pruebas PISA en 2000 ha sido el país occidental con mejor desempeño y que mantiene tal cetro pese a cierto retroceso de 2009 a 2012. A diferencia del mundo anglosajón, ni las evaluaciones estandarizadas ni los criterios de mercado son allí relevantes y, en contraste con Asia Oriental, las claves no son la regulación externa, ni la exigencia, ni la disciplina excesiva. Sus ventajas son variadas, pero sobresale nítidamente la confianza en los directores y maestros y en su capacidad para enseñar generando en los estudiantes un clima personalizado de "alegría del aprendizaje" con poco énfasis en la competencia entre pares.
Las múltiples y hondas diferencias entre Finlandia y la Argentina aconsejan dejar de lado el intento de copiar sin más sus instituciones o prácticas, sin por ello dejar de aprender. Allá pudimos constatar un claro sentido de pertenencia nacional -gestado en el inmenso dolor de las tragedias de la primera mitad del siglo XX-, una visión compartida y un proyecto común, todo lo cual da lugar a un sólido capital social y al predominio de la confianza en la regulación de las relaciones sociales.
En nuestra querida Argentina vivimos casi lo opuesto, con un sentido nacional volátil, más emocional que efectivo, y un marcado clima de confrontación, fomentado desde el Gobierno, que lesiona el capital social y la confianza recíproca. Predominan aquí los contratos como reguladores sociales, pero cada vez más intervenidos por el Estado, con cumplimiento con suerte mediocre y con escasas sanciones por incumplimientos.
Las diferencias sociales entre ambos países también son grandes, con un ingreso por habitante de 40.000 dólares en Finlandia, el doble que la Argentina, una virtual ausencia de pobreza y una distribución del ingreso mucho más equitativa. Tales condiciones políticas, económicas y sociales de Finlandia facilitan la educación, en la que predominan las escuelas gratuitas de gestión estatal y pocas privadas que tampoco son pagas, porque reciben idéntico subsidio público en tanto sean abiertas a todos por igual. Estos y muchos otros progresos sociales se financian con una presión tributaria del 54,2% del PIB, la tercera en el mundo detrás de Noruega y Dinamarca. Tantos logros sociales no impiden que con 16 suicidios cada 100.000 habitantes Finlandia ocupe el vigésimo primer lugar sobre 110 países.
De los muchos rasgos notables de la educación en Finlandia pueden destacarse un currículo básico que es nacional, parco y clarísimo, y que da espacio creativo a un federalismo de facto, concertado entre los municipios, junto a una marcada autonomía de las escuelas. Los directores, profesores y maestros permanecen en ellas durante décadas y la mayoría se dedica sólo a una, rara vez a dos. Al momento de jubilarse, a los 63 años, la gran mayoría de los docentes está dando clases.
Un sistema abierto y selectivo
El predominio de aulas con 20 alumnos permite una educación personalizada, por cierto más eficaz que la inexistente repetición de año. La cantidad de días legales de clase es igual que en la Argentina, pero se cumplen a rajatabla y la duración de la jornada es mayor que aquí. Las evaluaciones son escasas en la primaria, más frecuentes en la secundaria y nulas a los docentes, a quienes tampoco se inspecciona. El sistema, sin embargo, es selectivo, ya que dependerá de las calificaciones obtenidas en la secundaria inicial, a los 15 años, el poder optar entre el bachillerato, vía para la universidad, o la educación vocacional, socialmente valorada, con alta deserción porque rápidamente se consigue trabajo y de la que proviene sólo el 10% de los ingresantes en la universidad. Esto se complementa con la enseñanza de la innovación, la competitividad y el espíritu emprendedor desde la escuela media. Se cumple, en fin, el lema de que "no debe haber callejones sin salida en la carrera educativa de nadie", pero todas las carreras terciarias tienen cupos y son muchos los fracasos en los exámenes finales de la secundaria superior con los que se ingresa en la universidad, por ejemplo, con tres intentos en promedio para entrar en medicina.
La mayor diferencia finlandesa, sin embargo, está en sus maestros. Para serlo tanto en primaria como en secundaria se exige una maestría que requiere cinco años de estudio en la universidad, con un total de 8100 horas de clases, más del doble que las 3700 teóricas de nuestro país, que en la práctica no suelen superar las 3200. Es una formación docente basada además en la investigación y con más del 60% del tiempo dedicado a aprender la disciplina específica. En fin, todas las facultades de educación tienen escuelas primarias y secundarias propias en las que se practica asiduamente y se evalúa con rigor el "oficio docente".
Pese a tales cargas la docencia es la carrera más apetecida, junto a medicina y derecho, y logra entrar a ella uno de cada quince aspirantes. Esto ocurre por su gran reconocimiento social y por un sueldo sólo 15% inferior al resto de las profesiones liberales y 20% superior al ingreso por habitante; en la Argentina es 20% inferior al mismo. Preguntados los maestros finlandeses por el ausentismo, responden que "cuando se engripan, a veces faltan", para aclarar luego que "puede ser que un docente falte un día por año, quizás dos", en patético contraste con un ausentismo del orden del 25% en nuestro país. No obstante haber una central sindical fuerte, que agrupa a los gremios por municipios, la última huelga docente fue en 1983, por la sencilla razón de que si hay convenio colectivo firmado la huelga es ilegal y porque se actúa en consecuencia.
Destilando lo dicho y lo visto se destacan al menos tres objetivos que deberíamos proponernos para mejorar nuestra educación. El primero es lograr un desarrollo sostenible que reduzca la pobreza y la desigualdad, porque la educación no puede cargar solita la tarea del progreso social. El segundo es vincular mucho más la educación al mundo del trabajo, para dar a tantos jóvenes que hoy no le encuentran sentido al estudio una herramienta de progreso personal. El tercero es crear las condiciones para que la docencia sea aquí una carrera tan atractiva como allá, o al menos bastante más que hoy.
Objetivos nada sencillos, y que distan de ser los únicos porque la agenda es muy vasta, pero tampoco imposibles de alcanzar si son asumidos por la dirigencia y por la sociedad. Aparecen, todavía débiles, algunas luces en el horizonte. Los principales candidatos presidenciales de la oposición -el que lidera el voto oficialista mantiene silencio al respecto- tienen más claridad que en el pasado sobre la agenda educativa y su importancia. Un clima análogo se vivió en el viaje a Finlandia organizado por el grupo de trabajo de educación de la Red de Acción Política, en el que una docena de políticos, entre ellos tres ministros a cargo de la educación en sus distritos, junto a empresarios y técnicos, se dedicaron a conocer y dialogar sobre la agenda educativa. Este grupo trabaja hace tres años para lograr acuerdos sobre políticas educativas, y lo propio ocurre en otros ámbitos académicos, empresarios y sociales. El camino hasta ver frutos será largo y complejo, y sólo llegará a buen término con un mayor compromiso público de la sociedad con la educación que, hasta ahora, no se manifiesta con la densidad necesaria, ahogado como siempre por las urgencias que expulsan al futuro.