
Enigmas de un oráculo descontrolado
Por Orlando Barone
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Una de las personas más populares del mundo -de todo- y no de un continente u otro separadamente, debe de ser Maradona. Así, con el apellido solo y aún prescindiendo de su nombre. No sería arriesgado decir que acaso el único que hoy podría emular su popularidad sería Ben Laden. El turbante que lució Maradona en su compasiva visita al ex presidente Menem no fue una casualidad temática ni la adopción de una moda étnica que ya causará su debido furor en Punta del Este. Ese envoltorio árabe, más los sendos tatuajes de Fidel Castro y del Che que luce en su cuerpo traducen una iconografía desobediente o hereje, y no adscripta a las convenciones ni a la historia de consenso correcto.
Como espejo escolar su vida resulta inadmisible: sin embargo, nadie apostaría que en las escuelas los tiernos niños, los maestros y el inconsciente de la directora no lo elegirían antes que a nadie. Los rockeros, los músicos como Fito Páez, Calamaro, Juanse, Los Pimpinela o Rodrigo han cantado para él o junto con él con la adoración que se le dispensa a un ser "inenjuiciable". Calificación ésta que atañe al mundo que no discrimina entre el acto genial y el disparate, o entre Dios y el demonio, considerándolos a los dos igualmente populares y capaces de actuar juntos en cualquier escenario. El logró anudar esos extremos -aunque lo genial lo abandonó hace tiempo- y se libera a través de la palabra. Decía Goethe que toda palabra dicha despierta una idea contraria. Maradona no leyó a Goethe, pero lo aplica. Con un vocabulario mínimo le basta; y si supiera una sola palabra, también. Se ha convertido en el oráculo. Como divinidad -igual que el de Delfos al que se le aceptaba todo cuanto decía porque devolvía por la boca lo que el pueblo esperaba que sólo él dijese- dice lo indecible. Pero también lo incongruente y lo debido. A veces la emboca y desnuda una verdad escondida tras el biombo. Es el pensamiento oculto de lo perverso argentino. Y a la vez, el sentimiento sublime. Si pudiera construirse de a pedazos un argentino emblemático -un poco de Martín Fierro, otro de Gardel, otro de Evita, otro de Borges, otro del Che, otros pedacitos de ídolos que no alcanzaron sino el umbral de la mitología-, la porción de él sería la mayor. Díficil de tragar este bocado desde una cultura que indica qué valores son los válidos y en qué buen lugar hay que poner las expectativas del espíritu. Si San Martín le entregó a Rosas el sable porque le reconocíael amor a la patria, a Maradona le entregaría sus botas, por el mismo motivo.
Como jugador también expresó lo indecible, sólo que con hermosura y no con ira como ahora. Es que el mundo lo ha ido infiltrando de su elemento más común y aglutinante, y él como divinidad absorbe lo que el mundo le provee. No se niega a chupar la ira aun cuando debería desairarla por haber sido un elegido.
Lo singular es su desproporción heroica al desafiar sin argumentos racionales la inmensurable irracionalidad del mundo.
A diferencia de otros mitos cuyos dones se limitan al rubro de su reinado -Zeus representaba la armonía de los deseos; Apolo, la inspiración intuitiva; Hades, el rechazo a las tinieblas-, el mito Maradona hace un guisado con los suyos. Un mito cualquiera acaba siendo legitimado y digerido en la insaciable voracidad del todo. Maradona, en cambio, es un mito que se lame o se escupe. Pero aun quien lo escupe debe pasarlo antes por el corazón y por la boca.
En la Argentina, su consagración ha llegado a ser tan absoluta que Gardel ha sido superado; él no logró que se dejara de cantar "Volver" después de su muerte. Maradona, en vida, logró clausurar el número 10 de la camiseta argentina. Gardel compite con él sólo entre nosotros, pero pierde por simple comparación universal mediática. Sobre todo entre las generaciones actuales y en la patria del fútbol. Esta todavía más avasallante que la del tango: y sobre todo más negocio. El riesgo país de Maradona es cero. Invertir allí da garantías. Increíblemente, hasta podría venderse agua bendita Maradona y sería más atractiva que si fuera bendita verdadera.
Y ya saldrían a atestiguar que Dios mismo le dio el permiso para hacerlo.
Incluso con su imagen más gordinflona y sofocada se podría vender dieta, vida sana y métodos de disciplina ininterrumpidos, dándolo como ejemplo. Maradona podría hasta convertir en best seller un libro de consejos de fidelidad conyugaly de cómo no alternar nunca de pareja. Y hasta podría llegar a ser el director técnico de la selección nacional y de Boca, juntos y al mismo tiempo, y los más sabios y prudentes colegas graduados en la Sorbonne del fútbol lo considerarían lo más justo. De hecho actuó en Oxford, como Borges.
Según el libro Conocer al Diego , hubo un único lugar del planeta donde estuvo y pasó inadvertido. Está en Suiza y es Thun, un pueblecito alpino -y por supuesto helado- en el cual, de acuerdo con el relato, su llegada no le importaba a nadie.
Quizá los Beatles sean el equiparable popular de Maradona en la Tierra. La palabra "popular" quiere decir eso: persona que tiene muchos partidarios, simpatizantes o admiradores en el pueblo. No otra cosa. La popularidad no es en sí misma nada más ni menos que una cuestión de mayorías o de masas; ni siquiera es necesariamente una jerarquía moral ni de valores ni de competencia. Aunque es, en casos excepcionales y por razones irrazonables, o al menos no científicas, la antesala del Olimpo; las vísperas en que el elegido pasa a ser mito. O fábula.
Un ídolo popular que se transforma en mito resume la vida intrapsíquica de la comunidad en lo que ésta tiene de sublime y de perverso. Cuáles son las proporciones que carga el tótem Maradona y si tiene mayor peso lo sublime o lo perverso es un enigma. Obviamente que él no lo sabe. El chupa, carga más allá de su voluntad y de su sed todo cuanto se le dirige. La más antigua filosofíadice que elmito revela la opinión, pero no la certitud: le conciernela percepción imaginaria pero nola ciencia, ya que es sólo una fábula. Y es en esto en lo que hemos estado convirtiendo a Maradona. Una fábula que tiene como única realidad la de quienes creen en ella. Estos, paradójicamente, son una legión de seres últimamente incitados a desargentinizarse sin quererlo, descreídos sin haber dejado de creer nunca, que saben y sienten quela única verdad sin desengaño es ese mito niño. Y alqueaun cuando llegara a cumplir noventa y nueve años y estuviera descangallado y mustio, verán siempre en la joven edad con que fue esculpido.
Los "maradonófilos" no reconocen aquella afirmación filosófica de Platón acerca de que el sustento del mito es lo incomprobable, lo inverídico. Y presentan pruebas científicas: Maradona es el único entre todos (incluidos los dioses de todos los tiempos y de todos los cielos) que a lo mágico ha aportado lo científico. Son los dos goles contra Inglaterra en 1986: uno con "la mano de Dios" y otro con el pie izquierdo y con la convergencia de todas las leyes físicas conjuntas.
Ayer el mito tuvo su ceremonia; su preámbulo de eternidad, si es que ésta existe en esta época donde todo se puede borrar con la tecla delete . Porque por más empeño que ponga Maradona, por más que se afane, no logrará derribarse. Ningún modesto ni miserable envase humano, por más que insista, puede derribar a un mito.
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