Es hora de intentar un cambio
Estos años de vértigo nos han dejado una cosa en claro: sin gobernabilidad no hay futuro. Pero ¿qué es este concepto tan esquivo de la gobernabilidad?
Marcel Prelot, en su libro Ciencia política , distingue tres planos: las ideas, las instituciones y la vida política. Si bien los argentinos nos debemos un debate sobre los tres puntos, quisiera centrarme aquí en las instituciones. De las muchas características de las instituciones, hay tres que son esenciales para la gobernabilidad: las instituciones deben ser permanentes (lo que cambia son los hombres), deben ser eficaces (alcanzar objetivos concretos) y deben ser flexibles (adaptarse a los cambios y desafíos sin perder su esencia).
La Argentina, para gobernarse, ha elegido como toda América latina, el modelo institucional norteamericano: el presidencialismo. Esta institución, excepto en Estados Unidos, claramente ha fracasado en toda la región, llevándonos a ciclos ininterrumpidos de inestabilidad política, económica y social.
De México a la Argentina, vemos presidencialismos interrumpidos, impotentes, fracasados y autoritarios. Desde 1952, ningún presidente argentino terminó su mandato, excepto Menem. Ni siquiera los presidentes de facto lograron mantenerse lo prefijado, excepto Videla. Desde 1952, todos los gobiernos declararon la emergencia con suspensión de las leyes y derechos (en distintos grados). Los argentinos vivimos en la anormalidad y la excepción desde siempre. Sin contar 50 años de guerra civil (1810-1853/60), el período de relativa estabilidad (1880-1930) vio tres revoluciones, una clausura del Congreso y desvíos institucionales de todo tipo. Por otra parte, en Estados Unidos el presidencialismo está mucho más acotado por el Congreso que en sus copias latinoamericanas. No hay decretos de necesidad y urgencia; los ministros deben pasar el filtro del Senado, etcétera.
Creo que ya es hora de que los argentinos exploremos el sistema de gobierno más estable que existe. Me refiero al parlamentarismo. Esta institución, madre de la república moderna, nació en Inglaterra antes que las colonias americanas siquiera pensaran en la libertad. Se extendió luego a toda Europa, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Israel, la India y Japón entre otros. Sin duda alguna, el parlamentarismo ha aprobado todos los exámenes, gobiernos conservadores, gobiernos progresistas, gobiernos largos (Thatcher, Kohl, Felipe González), gobiernos cortos (Italia), sistemas monárquicos (Gran Bretaña), sistemas republicanos (Francia), sistemas federales (Alemania), sistemas unitarios (Francia), períodos de guerra, períodos de paz, recesiones y expansiones económicas, mutaciones de escenarios (integración regional), etc. En el caso italiano, vemos 60 gobiernos en 60 años sin un solo levantamiento militar o ruptura del orden constitucional, ni siquiera durante la agresión de las Brigadas Rojas. Hoy Italia es la sexta potencia industrial del mundo. En tanto, la Argentina ha tenido 23 gobiernos en 60 años, pero cada día estamos más atrasados.
El secreto es "normalizar" la inestabilidad. El modelo no elimina la inestabilidad; la incorpora como natural al sistema. Cuando cae un gobierno, el Estado sigue adelante (cambian primeros ministros, no presidentes) y, de esta forma, no necesitamos un iluminado que nos gobierne, sino un sistema de consensos que funcione.
Pensemos qué hubiera pasado con De la Rúa presidente y Duhalde primer ministro. Estas cosas, imposibles aquí, son normales en Francia (presidente y primer ministro de diferente signo político). Por otra parte, tendríamos que "argentinizar" el parlamentarismo. Hay tantas formas como naciones que lo adoptan. Francia, Alemania, Gran Bretaña y España, tienen diferentes sistemas parlamentaristas.
Los argentinos probamos un sistema institucional 193 años sin éxito. No estaría mal intentar otro, justamente el más extendido y estable del mundo. Tal vez, quién sabe, América latina se anime a imitarnos y, con la gobernabilidad resuelta, despertemos con fuerza y decisión al futuro.