
Fogwill: el día en que Kirchner se desvaneció y otros sueños anotados
Es un territorio donde poner a funcionar su máquina de razonar, que para él era sinónimo del acto escritural
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Debe haber pocas cosas más insoportables que escuchar el relato de los sueños ajenos. A todos les habrá pasado: apenas oímos las palabras no sabés lo que soñé anoche sentimos un abismo abrirse bajo los pies. Leerlos puede ser otra cosa. Sobre todo si vienen precedidos por la firma de un autor que nos interesa. En la literatura existe una infinidad de casos de escritores (Franz Kafka, Graham Greene, Mario Levrero) que se dedicaron a registrarlos, ya sea para transcribirlos literalmente o para crear, a partir de ellos, todo tipo de relatos. Poco después de la muerte de Fogwill, uno de los escritores argentinos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, en agosto de 2010, se supo que el autor de Muchacha punk, Los pichiciegos y Vivir afuera había dejado tres originales pendientes de publicación. Algunos de esos papeles, cotejados con los archivos rescatados de sus diferentes computadoras, acaban de dar como resultado su primer libro póstumo, basado en las anotaciones que realizó durante años apenas despertaba y que se llama precisamente La gran ventana de los sueños. El libro abre con un texto que alude al título y a las intenciones del volumen, en las que los lectores de su obra reconocerán al instante esa inflexión de la prosa (esa respiración) tan particular que componía la voz fogwilliana: "Y tal vez sean una obra. Obra del sueño u obra del dueño, siempre será más original que cualquier intento de ficción. Cualquiera -y a mí me ha sucedido- puede volver a escribir o reescribir la obra de otro, pero nadie podrá resoñar tus sueños ni soñar los suyos con tu propio estilo de soñar, o de escuchar tus sueños". Y viene, al mismo tiempo, precedido de cierto mito que circuló en los últimos tiempos (y que habrá que dejar a un lado rápidamente) que asegura que Fogwill había soñado la muerte de Néstor Kirchner mucho antes de que esta sucediera.
Poco después de la muerte de Fogwill, uno de los escritores argentinos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, en agosto de 2010, se supo que el autor de Muchacha punk, Los pichiciegos y Vivir afuera había dejado tres originales pendientes de publicación
El capítulo se llama "Desaire" y narra, efectivamente, un sueño en el que el escritor acude a la Casa Rosada ante un llamado del presidente de la República, "que se llama Kirchner, y, evidentemente, me ha confundido con otro escritor". "Nuestra breve conversación comienza por desconcertarlo y termina aburriéndolo", escribe Fogwill, y algunas líneas después apunta: "Vuelvo solo a su despacho y lo encuentro ocupado por un grupo de secretarios y ministros a quienes anuncio que me retiro. Como me suponen un amigo personal de su jefe tratan de congraciarse conmigo y sonríen, adulones. Al presidente en ningún momento llegué a verlo sonreír. Un funcionario ríe a carcajadas. Para estimularlo, le digo que acabo de ver que Kirchner se desvanecía a través de una puerta y entonces la risa se contagia a todo el elenco. Aprovecho para reír y salgo del despacho exagerando mis carcajadas". ¿Fogwill vio que Kirchner se desmayaba, a través de una puerta entreabierta, o pudo observar cómo Kirchner atravesaba desvaneciéndose, casi como un fantasma, una puerta cerrada? ¿Acaso importa?
La verdad es que no, porque Fogwill no estaba interesado en el arte de las predicciones (aunque sí en la tarea de diseccionar a la sociedad contemporánea para ver qué podía suceder más adelante), y también porque, a pesar de su título, La gran ventana de los sueños no es estrictamente un libro de sueños. Es un libro en el que Fogwill aprovecha las anotaciones de algunos de sus sueños (los más recurrentes: los de cementerios y los de navegación) como trampolín de pensamiento. No es un libro de sueños a la manera tradicional sino un libro con sueños, tomados como excusa para ensayar el desarrollo de otras ideas. Es, como buena parte de su obra de ficción, un territorio donde poner a funcionar su máquina de razonar, que para él era sinónimo del acto escritural: "Cuando se ha abandonado cualquier propósito de conocimiento o de cura interesa más el goce del sueño que la producción de muestras para las biopsias del alma o del deseo. Y nunca pude concebir forma alguna del goce que no integre los indispensables ejercicios de imaginar y de pensar. Lo mismo ocurre con escribir. Llamo a esto escribir".
Hay transcripciones de sueños, claro, pero sobre todo hay una reflexión acerca de la imposibilidad de dar cuenta de ellos con precisión, y la intención de analizar cómo funcionan los mecanismos de producir ficción
Hay transcripciones de sueños, claro, pero sobre todo hay una reflexión acerca de la imposibilidad de dar cuenta de ellos con precisión, y la intención de analizar cómo funcionan los mecanismos de producir ficción: "Cuando se intenta recordar hay un punto donde ya no se puede discernir si se está evocando o inventando (…) Como en la producción de sueños, en el relato del sueño interviene la memoria, en comercio con las reglas del arte de narrar". El dinero (con toda su carga simbólica: tratándose de Fogwill no es algo que llame la atención) está presente en el libro, cifrado en una interesante crítica al fetichismo literario que, lateral y socarronamente, el mismo autor extiende a La gran ventana de los sueños: "Lo mismo ocurre con esas páginas de supuesta crítica literaria que cuentan correspondencia o episodios biográficos de la vida de autores y de gente de su tiempo. Me parece que cada vez se confunde más la verdadera literatura con ese género clásico de las crónicas de prensa que se solía llamar 'vida literaria'. Los originales de mis relatos de sueños son tan indescifrables como las neuronas coloreadas del lóbulo temporal de Lenin, inútiles como los encefalogramas tomados al anciano Einstein. Pero siempre habrá alguien dispuesto a pagar dinero por cosas que no significan nada. Esto también vale para los libros".
Además de este volumen, Fogwill tiene al menos dos novelas inéditas más: Nuestro modo de vida, un texto de 1980 que se creía perdido para siempre, y La introducción, tal vez el último libro en el que trabajó de manera programática. Mientras se esperan noticias acerca de su publicación (su obra es representada ahora por la agente literaria Carmen Balcells), sus herederos, junto a la historiadora Verónica Rossi, continúan ordenando y clasificando sus objetos y papeles personales, a la espera de otros descubrimientos.




