Frustrada reducción del impuesto a los bienes personales
Los impuestos abusivos formaron parte del vano intento de enfrentar el desborde fiscal ocurrido durante las presidencias del matrimonio Kirchner. El crecimiento del gasto público a niveles insostenibles reclamó una afinada imaginación en la creación de gabelas sobre los sufridos contribuyentes. El apretón tributario motivó a no pocos ciudadanos a pasarse a la economía informal. La merma de recaudación impulsó a elevar aún más las alícuotas sobre los contribuyentes registrados, lo que desde esta columna hemos denominado "cazar en el zoológico". A pesar de esto, el déficit fiscal alcanzó niveles muy elevados, comprometiendo la estabilidad e impulsando un rápido aumento de la deuda pública.
En el inicio de su gestión, el presidente Macri se comprometió a corregir esa situación. Entre otros propósitos, sostuvo el de reducir la presión impositiva como una necesidad para alentar el ahorro y la inversión productiva. Una condición para que esto fuera sostenible era reducir con la mayor urgencia el déficit fiscal. Entre los impuestos elegidos para su eliminación o reducción estuvo el que grava los bienes personales . Se trata de un tributo que desalienta el ahorro y se superpone con el que grava las ganancias. Ya se habían recortado las retenciones a las exportaciones y, además, en el acuerdo con los gobiernos provinciales, estos se comprometieron a reducir el impuesto a los ingresos brutos. En todos estos objetivos se asumía una reducción del gasto público que hiciera factible aquel alivio impositivo.
Pero ocurrió lo que muchos presentían. El gradualismo en la reducción del gasto determinó la persistencia de un déficit elevado que debió ser financiado con más deuda. Las condiciones para la colocación de bonos del gobierno argentino se agravaron cuando los acreedores percibieron su velocidad de crecimiento. La caída de la confianza provocó una corrida cambiaria que no logró ser detenida mediante intervenciones del Banco Central y del Tesoro. El Gobierno debió reclamar la ayuda del FMI y acordar un importante programa de asistencia con una meta que finalmente se estableció en alcanzar un déficit primario nulo en el próximo año. Este objetivo no fue programado exclusivamente con recortes del gasto, sino, en una proporción similar, con nuevos impuestos. Se impusieron gravámenes fijos sobre todas las exportaciones. Se postergó la reducción provincial del impuesto a los ingresos brutos y ahora no solo se suspendió la disminución gradual de la tasa de Bienes Personales, sino que además se la hace crecer.
El régimen vigente aplica una tasa de 0,25% para los que posean bienes que superen $1.050.000. En 2019, comenzaría a correr el nuevo esquema tributario, por lo que los pagos comenzarían a ser exigidos por el fisco desde 2020. A partir de 2019, la base no imponible subirá a $ 2.000.000. En tanto, la alícuota, que en 2018 fue del 0,25% sobre el excedente, se mantendrá si el valor total de los bienes declarados estuviera entre $2.000.000 y $5.000.000, pero subirá al 0,5% entre $5.000.000 y $20.000.000, y al 0,75% cuando el monto gravable supere los $20.000.000. La inflación seguramente determinará que esos valores sean alcanzados en el futuro aun por personas de bajos ingresos.
La decisión de aumentar impuestos debe considerarse inconveniente en el marco de la altísima presión tributaria ya existente. Debería seguirse el camino de reducir el gasto. Pero más grave aún es el impacto que este proceder tendrá sobre la confianza, lo que hará menos factible la llegada de inversiones en actividades productivas. Si bien el impuesto a los bienes personales se aplica sobre las personas, la estabilidad de las normas impositivas es un dato institucional esencial para las empresas que aplican su capital en actividades y proyectos con recuperación en plazos largos. La señal emitida por un cambio impositivo que borra una promesa anterior será considerada negativamente en la apreciación de nuestra seguridad jurídica. A quienes piensan que nada le hace una mancha más al tigre debe decírseles que el animal viene ya tan manchado que casi resulta imposible reconocerlo para recordar su antigua bravura.