Geopolítica de la vacuna y sálvese quien pueda
Algunos suponen razones geopolíticas en el acceso a tal o cual vacuna y el uso estratégico de ellas por parte de los países que las producen. Pero así planteada la idea es reduccionista. Y es más reduccionista asumir que la Argentina cuenta con pocas dosis y nuestras perspectivas de erradicación del virus hoy se cuentan en años, debido a una conspiración geopolítica con la vacuna. Lo que tiene un fenomenal impacto geopolítico es la pandemia; resulta estratégico para las naciones bajar la circulación viral, y los países que mejor lo hacen (aún sin vacuna, como China, Corea del Sur o Nueva Zelanda), mejoran su posición global a futuro.
En esta pandemia cada país se juega el estatus adquirido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero dicha posición global depende primero de factores domésticos. En este sentido, cuanto mayor la mortalidad y más prolongada la epidemia fronteras adentro, peor será el retroceso económico real, las necesidades de endeudamiento, el daño al propio sistema de salud, el aumento de la pobreza, el retraso educativo, el resurgimiento de enfermedades, y el aumento de la conflictividad interna. Sumemos a esto que la epidemia prolongada crea una tensión intergeneracional: los jóvenes bajan la guardia aumentando la indiferencia para con la salud de los adultos, sufren más el desempleo, no pueden completar su formación, y naufragan sus planes a futuro. Hasta han bajado fuertemente la cantidad de nacimientos durante este año que pasó.
A nivel global es cierto que un 80 % de las casi 500 millones de dosis aplicadas fueron a 10 países, y aún quedan más de 60 sin una sola aplicación. Canadá o Estados Unidos acapararían de 3 a 5 dosis por habitante, y entonces algunos puerilmente sostienen que así dejan sin vacuna al mundo pobre. En esa línea, las desigualdades de la vacunación reivindican para muchos inveteradas luchas de pobres contra ricos, de Sur y Norte, o de periferia contra centro. Pero en esta compleja coyuntura no hay lugar para maniqueísmos. En la pandemia se juegan dos lógicas; la “nacional” y la “comercial”, caen los compromisos humanistas globales, y retoman inusitado poder las empresas transnacionales.
La lógica “nacional” se basa en que todos actúan desde su propia emergencia, y “sálvese quien pueda”. El mundo desarrollado razona que sin consolidarse ellos, mal podrán asistir al mundo subdesarrollado. Esta lógica pragmática ciertamente mantendría las relaciones de dominación y dependencia previas a la pandemia, y haría naufragar los principios del humanismo universal que posibilitaban la gobernanza global y sus organismos. La ONU aún no tiene rol claro, y podríamos decir que esta crisis interpela a su Consejo de Seguridad, se dinamita la credibilidad de la OMS, y la OMC hace bastante poco contra el precio de las vacunas o la conveniencia o no de revisar sus patentes. Incluso a nivel regional hay escasas o nulas iniciativas efectivas de cooperación. El marco ético dominante es el nacionalismo total y la postergación de iniciativas globales anteriores, como el cambio climático o la eliminación de la pobreza. Pero esta ética nacional tiene pies de barro, toda vez que muchos gobiernos pierden legitimidad al no usar completamente bien las limitaciones a las libertades, abusar de privilegios de la clase política, no evitar la inequidad en salud que explotó con la pandemia, y en definitiva fracasar en la prevención de muertes y sufrimiento de su población.
La lógica “comercial” ocurre a nivel de las industrias farmacéuticas y de nuevas tecnologías. Con una eficacia promedio del 80 % (optimista), un número de reproducción natural del virus de 3 que podría ser más con las nuevas variantes, y un desperdicio del 5 a 10 % de dosis por diversas razones (también optimista), el planeta requiere para erradicar la pandemia unas 14 mil millones de dosis si se usan dos aplicaciones. A un precio actual promedio relevado (varía con cada producto y según el comprador) de 15 dólares la dosis, hablamos de 200 mil millones de dólares anuales o un incremento del 27 % en el gasto total anual mundial en medicamentos, actualmente en 900 mil millones. Con un tiempo de desarrollo de solo un año y cuantiosos aportes estatales, sumado a que gran parte de la tecnología ya existía, cuesta sostener un precio promedio 4 veces superior al de todas las otras vacunas existentes; este será uno de los retornos a la inversión más formidable de todos los tiempos. Yendo a la tecnología, las cuestiones de la privacidad y las actitudes monopólicas son otro motivo de preocupación, y las criptomonedas bien podrían ir en la línea de la internacionalización total de la lógica comercial. Entra en juego, entonces, la “lógica nacional”. Si no hay cooperación internacional, y si por otro lado los gobiernos pierden legitimidad fronteras adentro, ¿con qué poder se enfrentará la lógica comercial? Todo un desafío principalmente para las democracias occidentales.
Existe, sin embargo, una ética que se impone en toda esta discusión; la ética médica. Desde el juramento hipocrático (su versión de Ginebra) la medicina debe hacer el bien sin hacer distinciones de nacionalidad, credo, o condición social. En este sentido, la distribución de la vacuna debería basarse exclusivamente en el nivel de riesgo de personas y comunidades. La investigación científica también sigue este principio de “para el bien de la humanidad” en el espíritu de sus mayores exponentes y la colaboración transnacional. Esta ética es importante porque reduce el poder del Poder, morigera las lógicas nacional y comercial, y eleva la condición del más débil y la dignidad de la persona. La ciencia y la medicina son conocimientos extremadamente poderosos como para que sigan las lógicas política o económica. Por ello desde tiempo inmemorial el propio espíritu científico y médico ha buscado huir de esas garras, que por otro lado acabarían con ambas, porque una ciencia al servicio del poder termina aprendiendo menos cosas, y una medicina al servicio de la política termina por convertirse en arma de segregación y destrucción.
La Argentina sufre hoy los embates de un profundo dilema geopolítico, que nos llama a comprender nuestros propios errores y a entender la civilización en la que vivimos. El mundo que emerge es uno, y las Argentinas posibles son muchas. Del país que construyamos dependerá nuestro lugar en el orbe.
Doctor en Medicina, director del Comité de Salud Global y Seguridad Humana del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)