
Hermanas asesinas
Por Alicia Dujovne Ortiz Para La Nación
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¿Qué les pasará a los franceses con ciertos crímenes extraños? Si en Francia la seducción de las hermanas Papin continúa fascinando a los cineastas, algo habrá en ese tema que los toca de cerca. Después de La ceremonia , de Claude Chabrol, el crimen de Christine y Léa Papin acaba de ser llevado nuevamente al cine por Jean-Pierre Denis en Les blessures assassines ("Las heridas asesinas") y por Claude Ventura en En quéte des soeurs Papin ("Búsqueda o investigación de las hermanas Papin"). Dos películas juntas que expresan una perdurable turbación, hasta ahora difícil de entender entre nosotros, aunque quizá más actual y universal de cuanto creer se pueda.
Vamos a los hechos. En 1933, dos muchachas de la ciudad de Le Mans consideradas hasta ese momento como mucamitas modelo que iban a misa los domingos y no tenían ningún problema con monsieur y madame Lancelin, sus patrones, asesinaron salvajemente a la señora y a su hija Geneviéve. ¿El factor desencadenante? Christine, de veintiocho años, y Léa, de veintidos, estaban planchando cuando hubo un corte de luz. Entonces ambas se precipitaron sobre sus víctimas utilizando primero martillos o cacerolas y después cuchillos. Los ojos se los arrancaron con las manos. Cuando llegaron los policías, ellas los esperaban en la cama, acurrucadas la una junto a la otra. La casa estaba llena de sangre como si se hubiera tratado de algún ritual.
La prensa de la época habló de una "pasión anormal" entre hermanas. La opinión pública se dividió: para unos, las Papin eran "monstruos"; para otros, "víctimas expiatorias de la ferocidad burguesa". Se acudió a la ayuda de psiquiatras, pero, al cabo de un corto debate, el jurado condenó a Christine a la pena de muerte y a Léa, a diez años de trabajos forzados. La condena de Christine se redujo a reclusión perpetua. Murió en 1937 en el Hospital Psiquiátrico de Rennes, presa de alucinaciones e intentando a su vez arrancarse los ojos. Aparentemente su hermana la siguió diez años después.
Los surrealistas vivían tan obsesionados por el tema del ojo en cualquiera de sus formas, ya sea cortado o reventado (recordemos a Georges Bataille en su escalofriante Histoire de l´oeil -"Historia del ojo"- o a Buñuel en El perro andaluz ), que este tremendo asesinato de las llamadas "arrancadoras de ojos" no pudo menos que emocionarlos hasta arrancarles... lágrimas. Paul Eluard y Benjamin Péret las presentaron como heroínas surgidas de un poema de Lautréamont. También Sartre y Simone de Beauvoir las ensalzaron, aunque poniendo el acento en el origen de la tragedia: la hipocresía social.
Pero la versión literaria más conocida del caso fue Las criadas, de Jean Genet, escrita en 1947. Es interesante escuchar al propio Genet durante un reportaje en el que se le reprochaba cierta ambigüedad en relación con las criadas, y en el que respondió como solía: "devolviendo la pelota". Así, por ejemplo, cuando la periodista, Madeleine Gobeil, le preguntó si era verdad que él había cometido robos, Genet preguntó a su vez: "¿Y usted, señorita?" De idéntico modo, cuando la misma periodista le hizo notar la mencionada ambivalencia, la provocación de Genet fue mucho más allá: lejos de fingir preguntarse si él mismo no tendría, en un rincón del corazón, algo de las criadas, lo que se preguntó casi temblando fue si no tendría algo del patrón.
Triple diagnóstico
A Jacques Lacan, las Papin le vinieron como anillo al dedo. Ya había trabajado dos años antes en un caso de paranoia femenina, el de Marguerite Pantaine, a la que él transformaría en un personaje semiimaginario llamado Aimée. Con ese método tan suyo de tomar únicamente los elementos de la realidad que confirmaran sus hipótesis, convirtió a las Papin en un "caso Aimée Nº 2". El triple diagnóstico era de paranoia y autocastigo. Pero a medida que investigaba, las diferencias entre Aimée y las hermanas surgían en la escritura de Lacan con una evidencia abrumadora. Como lo dice su biógrafa Elisabeth Rudinesco, "Christine era una heroína de la raza de las Atridas, perdida en la campiña del Maine, pero propulsada hacia el universo moderno de la lucha de clases y de la búsqueda asesina de la exterminación del otro". Las recientes lecturas de Hegel realizadas por Lacan lo impulsaban también a interpretar el crimen en términos de una dialéctica del amo y el esclavo. El corte de luz que impidió el planchado y precipitó el crimen era considerado como la materialización del silencio entre patronas y sirvientas: "La corriente no pasaba".
Mientras tanto, la máscara de la supuesta existencia campesina llena de bonhomía que habría rodeado a las hermanas ha ido cayendo. Ahora se sabe que el padre de Christine había abusado de ella. Que varios miembros de la familia se habían vuelto locos. Poco antes del crimen, ellas se habían quejado a los gendarmes de que las perseguían. Y se acaba de descubrir que en ese mismo momento, el patrón, monsieur Lancelin, un célebre abogado, estaba envuelto en un escándalo financiero.
Según los críticos franceses que han asistido al estreno, la película de Jean-Pierre Denis describe los efectos de la primera guerra mundial, la desigualdad de sexos, la opresión social, la represión sexual y una educación religiosa asfixiante en una ciudad de provincias pequeña y chata. Es una película inteligente y austera que ojalá podamos ver entre nosotros. Pero la sorpresa está dada por el documental de Claude Ventura junto a Pascale Thirode, que lleva a cabo, frente a las cámaras, un recorrido por los vericuetos del tiempo y de esa población aún hoy tan callada. Una sorpresa que habría logrado el milagro de enmudecer a Lacan.
Y de silencio justamente se trata: Léa Papin no ha muerto. Está hemipléjica y se ha vuelto muda. Pero la periodista no lo sabe. Lo descubre junto con nosotros. Mientras la cámara entra en la habitación de la anciana, ella pugna por arrancarle a ésta una palabra que nunca llega. Como dato pintoresco, los vecinos le cuentan que a Léa Papin le encanta ver por televisión ese novelón cursi de las dos de la tarde intitulado Les feux de l´amour .
En la Argentina, que yo sepa, carecemos de criminales seductores que hayan suscitado el fervor intelectual, menos aún si de sirvientas se trata. Recordemos la indignación de Victoria Ocampo, tan próxima a los surrealistas cuando estaba en París, al enterarse de que, durante uno de sus viajes, José Bianco había publicado Las criadas en la revista Sur . Su desagrado llegó a tal punto que, en el número siguiente, desautorizó la inclusión de la obra de Genet. Esta reacción sorprendió y provocó algunos comentarios divertidos. "Debe de tener miedo de su propio personal doméstico", explicaba socarronamente un amigo de la escritora.
Aparte de la crónica cotidiana, el periodismo y la opinión pública se han ocupado de crímenes con culpables poderosos y víctimas indefensas, como los de María Soledad o el soldado Carrasco. En cambio, la transgresión representada por el caso inverso, turbadoramente inverso, brilla por su ausencia. Los crímenes ancilares apasionan poco. Nuestra literatura nunca tuvo hermanas Papin.




