Heroínas. Las damas que pueden salvar el mundo
Los juegos del hambre, Star Wars, Game of Thrones: hay una nueva generación de guerreras protagonistas en el cine y la literatura. ¿Corrección política o reflejo de cambios sociales?
Todos podemos ser héroes. Al menos por un día. Lo decía David Bowie, lo refrendaría Javier Mascherano. Sin embargo, la narrativa heroica es preeminentemente masculina. Hay héroes de todas las formas, colores, talles y pedigrees. En una misma categoría califican Hércules y Superman, Jonás y Patoruzú. Y en la mayoría de los grandes viajes heroicos, el héroe es, justamente, héroe. No heroína. Hombre. Disruptivo. Poderoso. Fálico. Inevitablemente fálico.
Sin embargo, un conjunto más bien reciente de libros y películas (de Los juegos del hambre a Star Wars, pasando por Valiente y A-Force, el grupo de superheroínas que lanzó Marvel el año pasado, por citar sólo algunos ejemplos) ha puesto a la mujer en el rol del héroe que salvará el mundo. Ellas han ganado espacio como protagonistas de grandes historias, al abandonar el rol tradicional y universal de rehenes, víctimas o conquistas, poner el mito mesiánico en perspectiva femenina y sumar un toque de glamour –que no cambios de fondo, como se verá– a lo que en el pasado era puro músculos y espadas.
¿Corrección política de autores y guionistas, atentos a una época en la que el género es un asunto de agenda política y social? ¿O justamente reflejo en la ficción y el entretenimiento de esos cambios?
Como sea, muchas veces, este nuevo lugar de privilegio para las heroínas se da a costa de la propia femineidad del personaje. Es una generación de heroínas-macho. "Es un delirio –protesta al respecto la guionista y escritora Carolina Aguirre–. Las verdaderas heroínas nunca necesitaron atributos masculinos. La Mujer Maravilla o Gatúbela jamás necesitaron masculinizarse. Al contrario, suelen ser sensuales, coquetas y usar trajes ajustados."
Joseph Campbell –probablemente el mitólogo más citado en lo que se refiere a definir el estereotipo del héroe y su "viaje"– afirma que la narrativa heroica es inherente al ser humano y que trasciende las culturas. Por eso hay mitos similares compartidos entre tribus originarias de Estados Unidos y de Filipinas, o en leyendas nórdicas y relatos del África subsahariana. Según Campbell, el "camino del héroe" representa el rito de pasaje que todo ser humano sufre de una etapa a otra de la vida. Inclusive, el monomito (como llama Campbell a esa estructura que se repite en todos los tiempos y lugares) contempla, a nivel textual o simbólico, una muerte y una posterior resurrección. El héroe viaja, aprende, muere, resucita y vuelve.
¿Para qué vuelve? Para compartir con el resto de la humanidad el elixir, el trofeo obtenido durante el viaje; vuelve para enriquecer a los demás. Así se instaura la figura del mesías, del salvador que regresa de la muerte para convertir el mundo en un lugar mejor. Desde el Nuevo Testamento hasta Star Wars, la mayoría de los protagonistas de la narrativa heroica han sido masculinos, muchos de ellos, además, armados con espadas, o sables láser, o varitas mágicas.
No es sólo capricho de guionistas. Desde los tiempos de las cavernas, el que sale al mundo, enfrenta peligros y vuelve enriquecido ha sido el hombre, mientras ella, en la caverna, cuida de los cachorros. Una mecánica, un orden biológico que fue con el paso de los siglos infiltrándose en las historias como forma primigenia de explicar el mundo y transmitir experiencias. Así, el héroe se vuelve hombre, mientras la mujer se vuelve... otra cosa. Porque, allí sí, diferentes culturas fueron redefiniendo el rol de la mujer en la narrativa.
Los antiguos griegos adoptaron a la mujer-diosa como parte del viaje del héroe. Campbell describe el encuentro del héroe con la mujer como un regreso, en términos freudianos, a la protección de la madre. Será ella la que le dé una herramienta con la cual enfrentar el desafío final, derrotar al villano y obtener el premio. Pero el cuento tradicional europeo –ese con el que se alimentaron la mayoría de las infancias de Occidente– relegó a la mujer. Le quitó su divinidad y la convirtió en una de dos cosas posibles: una villana o un objeto.
"Las historias responden a épocas y lugares", dice Anna K. Franco, autora de la distópica Rebelión (Ediciones B). "En el Medioevo era impensable que una mujer fuera protagonista –afirma la joven escritora argentina– y, en las tragedias griegas clásicas, la mujer siempre causaba problemas."
Las mismas sociedades que quemaron a sus damiselas acusándolas de hechicería las convirtieron en brujas y monstruos de sus historias. O, en su versión más amable, en bellas y castas princesas que, en forma completamente pasiva, esperan ser rescatadas por un héroe. En el cuento tradicional, la chica espera. En su Morfología del cuento, Vladimir Propp llama "heroína reprimida" a esa princesa encerrada en la torre, que espera ser salvada, custodiada por un dragón o un ogro, todas representaciones de la figura paterna que debe ser vencida y reemplazada
De Avenida Brasil a Star Wars
Aunque parezca contradictorio a primera vista, uno de los géneros narrativos que más espacio le dio a la heroína, aunque muchos lo consideren un género menor, fue el culebrón (un término despectivo aplicado a un formato riquísimo).
"La telenovela como género pertenece al mismo grupo de la narrativa épica y la ciencia ficción", explica la autora del libro Las mil y una telenovelas (Planeta), la periodista y ensayista Cecilia Absatz. "Pero la telenovela es la primera construcción que pone a la mujer como protagonista absoluta –con pocas excepciones– y donde el varón, en forma simétrica, suele hacer un triste papel. Mientras que en la épica y la ciencia ficción la mujer es sólo una musa o un trofeo, en la telenovela el varón suele ser un sujeto débil, manipulable, tarambana e irresponsable."
Sin embargo, en los últimos tiempos, las chicas heroicas parecen trascender con mucha más fuerza la pantalla chica de la media tarde para aventurarse a protagonizar verdaderos viajes heroicos. De la pelirroja Mérida en Valiente (2012) a Katniss Everdeen en la saga Los juegos del hambre (2008-2010 para los libros, 2012-2015 para las películas), las chicas de arco y flecha –quizás como una contraposición simbólica de las fálicas espadas, báculos y varitas– ganaron un lugar preponderante.
"Creo que no es algo nuevo, sólo que ahora hay más mujeres que se dedican a la literatura con gran éxito y deciden contar desde su género, crear un álter ego", comenta la periodista y escritora Florencia Etcheves, cuya segunda novela es La hija del campeón (Planeta). "De hecho uno de los libros más populares y que ha marcado a las mujeres de mi generación es uno de los libros más feministas: Mujercitas, de Louisa May Alcott".
Pero las mujeres de la épica contemporánea trascienden a las "mujercitas" que cita Etcheves. Las nuevas heroínas son diferentes inclusive del rol tradicional; rompen el molde de la princesa en la torre. Van en busca de su destino, enfrentan a villanos tan severos como el Presidente Snow de Panem en Los juegos del hambre y no les tiembla el pulso si tienen que encender un sable láser. Si no, pregúntenle a Rey, la chica que –en esta nueva aproximación a Star Wars–, es probable que siga, y por mérito propio, el camino del Jedi que marcaran Kenobi y los Skywalker antes que ella.
Son chicas de telenovela, pero armadas hasta los dientes. "Para mí, el personaje más estimulante en lo que va del siglo es Lisbeth Salander –agrega Absatz–, que por su memoria fotográfica y su insondable talento electrónico, su ambigüedad afectiva, su falta de remilgos y su manera de ahorrar sonrisas, es lo más parecido a un superhéroe de nuestro tiempo. Y es una mujer."
Sin embargo, esa misma ambigüedad de la que habla Absatz convierte a Lisbeth en un personaje distante de la femineidad más tradicional. Una chica masculinizada. "Pero, por otro lado, ¿qué es ser masculino?", vuelve a preguntarse Carolina Aguirre. "La masculinidad es una construcción social. Antes tener músculos era ser masculino, hoy no. Carrie Bradshaw tiene músculos y no por eso deja de ser femenina."
Cerca de la revolución
De todos modos, pese al avance, pese a la existencia de más y mejores historias, tanto en las letras como en el cine, que ponen a las damas en el lugar del héroe, "el concepto del macho proveedor sigue muy vigente", arriesga Anna K. Franco. "En la publicidad, el hombre disfruta un café en la oficina. La mujer, en su casa y atendiendo a los hijos. La mujer sale de compras y exprime la tarjeta de crédito que paga su esposo. La mujer necesita del hombre hasta en la narrativa noticiosa. Si dos chicas se van de viaje sin hombres, están ‘solas’, y por eso las matan."
La princesa reprimida, por su parte, sigue ocupando un lugar preponderante en la ficción. ¿Y también en la realidad? La colección de libros infantiles Antiprincesas (de la periodista Nadia Fink, editorial Chirimbote) combate el estereotipo en forma directa y activa: cuenta historias de mujeres reales (Frida Kahlo o Clarice Lispector, por ejemplo), mostrando "mujeres que son bellísimas pero porque han sabido construir su propia vida sin necesidad de ser rescatadas", explica Fink en una entrevista con la nacion. "No estamos a favor de que no existan más las princesas, ni de que se quemen las princesas. Pensamos que son parte de la cultura y estamos haciendo un aporte para quienes no se sientan identificadas con ese modelo."
Algo ha cambiado y algo sigue mutando. Concluye al respecto Cecilia Absatz: "Más de cincuenta años de feminismo activo debían tener un efecto sobre la ficción contemporánea. Uno de los más visibles se da por su participación en el mercado: las mujeres trabajan, ganan plata, toman decisiones, compran cosas. Compran libros –más que los varones, parece–, van al cine, realizan actividades que van más allá de la cocina y el bordado. Y es lógico que en lugar de un oscuro marinero de Joseph Conrad prefieran un personaje como Daenerys Targaryen, de Game of Thrones, capaz de comerse crudo el corazón de un caballo. No son pocas las mujeres que a veces sienten que tienen que comerse crudo el corazón de un caballo para obtener lo que quieren."
La imagen es fuerte y, sin embargo, no deja de ser alegórica de cierta lucha. A fin de cuentas, los enemigos –visibles y no tanto– de heroínas como Lisbeth Salander, Katniss Everdeen o la mismísima Rey son inevitablemente masculinos y su derrota requiere medidas algo extremas, aunque no sean del todo lo que se espera de una dama.
¿Será entonces esta multiplicad de heroínas modernas una especie de reclamo? ¿Será una metáfora de la búsqueda de un espacio propio? ¿Será que, como los grandes héroes mesiánicos del mito, la leyenda y la narrativa épica, ellas también pueden salvar al mundo? Quizás sólo haya que darles la oportunidad. Y un sable láser.