Incendios regionales, contradicciones argentinas
Al final de cada invierno, en algunas zonas de montaña de la Argentina hay lugareños que incendian pastizales con la esperanza de que luego brotarán más verdes y tendrán mejor alimento para sus animales. El fuego no siempre es bien gobernado y abundan las oportunidades en las que arrasa todo, hasta la vida de quien lo inició. Todavía hoy, luego de décadas de daños irreparables y de costosas campañas estatales de prevención, hay quienes insisten en incendiar. Por su espectacularidad, los incendios forestales siempre ganan grandes espacios periodísticos. Pero desaparecen de la atención cuando quedan las cenizas y las costosas secuelas de destrucción. Y así hasta la temporada siguiente.
Los fuegos de Chile y Bolivia se parecen muy poco a esas agresiones humanas a la naturaleza, salvo en el siempre indefinido límite en el que las llamas empiezan a actuar por sí mismas, fuera del control de quienes las iniciaron.
Allá lejos queda el reclamo por el aumento de las tarifas del transporte público en Chile. El conflicto escaló con tal virulencia que el mundo debió detenerse a mirar el feroz desafío a unos de los modelos económicos más admirados y puestos como ejemplo de desarrollo. Y el gobierno de Sebastián Piñera ofrece lo que nunca había imaginado: una reforma constitucional que rompa el statu quo social que tanto malestar genera.
En Bolivia manifestaciones igualmente violentas arrancaron protestando contra el fraude y terminaron derrumbando el liderazgo de Evo Morales, quien de insistir en tener un cuarto mandato constitucional claramente vedado por la Constitución pasó a ser un asilado político en México. Si la desigualdad detona la crisis chilena, la vieja incapacidad populista para el recambio de sus líderes está en la esencia del conflicto boliviano.
Contemporáneas, las dos crisis expusieron las incongruencias políticas de la Argentina justo en el momento de recambio de presidente.
La defensa de la estabilidad de Evo Morales y el rechazo al movimiento que lo desalojó de la presidencia, por parte del kirchnerismo, chocó contra el aval del macrismo al reclamo de fraude y su reticencia a condenar la presión militar como decisivo hecho previo a la renuncia.
El kirchnerismo se siente libre de criticar el modelo chileno y a marcarle –vaya a saberse con qué autoridad– los errores a Piñera. Cambiemos guarda silencio por las desgracias de su socio.
Las mismas diferencias que le impidieron al macrismo hablar de golpe y que llevan al kirchnerismo a destacar esa palabra como hecho único de un largo proceso, son las que determinan que el gobierno saliente hable de dictadura en Venezuela y su sucesor de "democracia con problemas".
Viejas categorías políticas y eternos intereses se cruzan en un caso y en el otro. No sería tan grave si no existiera el riesgo de otro nuevo volantazo de la política exterior justo en el momento en el que resulta esencial un acuerdo con Estados Unidos y poner la relación Brasil a salvo de las estrafalarias peleas entre presidentes en las redes sociales.