Juventud, ¿divino tesoro?
En la Argentina, cerca de tres millones de jóvenes menores de 25 años tienen un trabajo extremadamente precario y mal remunerado. En busca de mejores oportunidades, cambian frecuentemente y diluyen cualquier tipo de lealtad o aprendizaje. Y hay otros 800.000 que no trabajan ni estudian: vegetan. Andan de aquí para allá; vagabundean; se prestan para cualquier changa comercial o política, o son tentados para ingresar en la delincuencia.
Igual que los desocupados y los que trabajan en negro, los jóvenes son los parias del sistema, los eslabones perdidos. Sólo el 43% de la masa laboral del país tiene un empleo con todos los derechos jubilatorios, protección en materia de salud y otros beneficios que ofician de paraguas protectores.
El problema de la juventud en la Argentina viene de arrastre. Todo se fue sumando. Las crisis económicas periódicas; el cierre de empresas; los colapsos de 1989,1990 y 2001 y la implantación de leyes laborales precarias. Se agrega a todo esto el derrumbe educativo y la falta de un diseño de demanda efectiva de profesionales. Muchos no tienen suficiente formación. Y otros tantos la tienen en demasía, pero no pueden adaptarse a las necesidades de un mercado en el que se imponen la tecnología, las modificaciones en la producción industrial, los nuevos procesos. En la década del 90, por ejemplo, el Gobierno le dio la espalda a la educación técnica, en paralelo con una estrategia económica oficial que tenía como paradigma la adhesión a los productos del exterior por encima de los que se elaboraban aquí, que se juzgaban como "antiguos". De la misma manera que a fines de los años 70, en plena dictadura se despreció todo lo que fuera industria nacional. En consecuencia, actualmente están faltando técnicos especializados, ingenieros, adeptos a la inventiva.
Como la experiencia indica, mucho más que la geografía, la Argentina no es una isla. Por lo tanto, las políticas de "moda", como la inserción en la globalización con los ojos cerrados y sin filtros, se aplican en el país a rajatabla. Y los empresarios argentinos, expertos en subirse a la montañas rusas de los parques de diversión por las faltas de cumplimiento de normativas oficiales, más los cambios de rumbo muchas veces irracionales, o las injusticias y caprichos de muchos funcionarios, tienen como tradición importar producción antes que encararla en nuestro territorio. Hay que escuchar los argumentos para justificar la importación. En primer lugar, un tema de costos laborales, las trabas energéticas, la mala infraestructura y luego la presión impositiva. Eso sí: en la Argentina, la mitad de los que pueden trabajar no consiguen hacerlo legítimamente.
También el panorama internacional es crítico al respecto. Las movilizaciones de la juventud hacen crujir al mundo, y en cada país con características propias. En Chile manifiestan la exigencia de que se brinden oportunidades educativas para todos. En Inglaterra, una violencia dantesca se vio en los barrios más pobres y marginados de las grandes ciudades. Al igual que en París en 2005, la policía no pudo contener los incendios de edificios, de automóviles y de comercios. El primer ministro David Cameron respondió con la movilización de 16.000 policías y la promesa de convocar al ejército para reprimir, como una muestra de cómo repercutieron los hechos en la alta política del poder y en su poder.
En España, donde la desocupación juvenil llega al 27% del total, donde los perjudicados están aceptando puestos en China o en el resto de Europa para tratar de encontrar una salida, los "indignados" dominan la escena. Ocupan los centros de las ciudades, transitan por las rutas del país en una especie de "comunión en la derrota" y ya organizan marchas continentales, en unidad con los desahuciados de Italia y Francia. Los respalda una gran parte de la población, harta de la muy precaria gestión de José Luis Rodríguez Zapatero.
Pese a ello, semejantes desplazamientos masivos tienen sus puntos débiles. No hay liderazgos claros; no hay propuestas definitivas que compartan todos; impera cierta anarquía, y algunos creen estar viviendo otro Mayo del 68 parisiense, cuando la realidad es totalmente distinta y en la península Charles de Gaulle no aparecerá.
Recientemente, Israel presenció una manifestación nunca vista. Fueron 250.000 los jóvenes, junto con adultos y maduros, que ocuparon las calles de Tel Aviv y Jerusalén. Es un cuarto de millón de personas entre una población total que supera los siete millones. Exigían "justicia social", porque sienten que ésta dejó de existir en un país que surgió y siguió siendo hasta no hace mucho un Estado benefactor, protector de sus ancianos, de la maternidad, de la salud y la educación de la población. Pero la inflación, algunas maniobras financieras y determinadas estrategias del gobierno modificaron el panorama. Así, los alquileres de los pisos treparon a las nubes (hasta el 250% en los últimos seis años). El promedio de jóvenes y bolsones de clase media tienen ingresos que rondan los 900 euros por mes, pero pagan hasta 600 por la vivienda. La educación, que era prioridad estatal, padece serias deficiencias. El costo de los combustibles y la precariedad laboral son eslabones de la misma crisis.
Los "indignados" israelíes cuestionan a la administración de Benjamin Netanyahu la exagerada inversión estatal en los asentamientos, que sólo sirven al 4% de la población y además crispan el ánimo del mundo árabe. De pronto, una sociedad que estaba prevenida de ataques externos comprueba que el enemigo bien puede estar adentro.
El autor es periodista especializado en economía,?licenciado en historia y profesor
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