"La arquitectura debe dar servicio a la mayoría, y ésos son los pobres"
Es argentino, vive desde hace 30 años en el Asia, donde es considerado una personalidad relevante en el área social, sobre todo por su labor para levantar casas a los sin techo. Ganó el mismo premio que, en su momento, obtuvieron la Madre Teresa, Nehru y Muhammad Yunus. Dice que en la Argentina se pueden resolver muchos problemas de vivienda
Entre los argentinos que obtienen premios relevantes en el mundo, pero que son poco conocidos en su tierra, se encuentra Eduardo Jorge Anzorena. Jesuita, en 1994 recibió el premio Ramón Magsaysay Award, galardón asiático equivalente al Nobel, otorgado a personalidades como la Madre Teresa, Jawaharlal Nehru y el creador de la banca de los pobres más pobres del universo, Mohammed Yunus. Es decir, dado a un grupo de personas que se han distinguido o distinguen por su trabajo en la comunidad y por el deseo de modificar las injusticias que abundan en nuestro hogar común, la Tierra. Residente desde hace más de treinta años en Japón, recibió la distinción en reconocimiento a la prolongada y activa labor que realiza para que las innumerables personas "sin techo" puedan acceder, con poco dinero y grandes dosis de esfuerzo, a una casa propia, el más común de los derechos humanos, pero uno de los más olvidados.
Arquitecto clave en los movimientos internacionales que se ocupan de las viviendas sociales para los desamparados y excluidos de los sistemas convencionales de créditos que permiten acceder a la construcción, va de un país a otro visitando villas e instituciones que trabajan para sacar a los "sin techo" del olvido y de la desesperanza. Miembro del Selavip (Servicio latinoamericano, asiático, africano para la vivienda popular), Anzorena estuvo en el verano en la Argentina visitando experiencias locales como la mutual El Colmenar de Cuartel Quinto, provincia de Buenos Aires, y la Fundación pro Vivienda Social con sede en Moreno. Con deseo de aprender, escuchar y colaborar en la solución de los problemas, también anduvo por la villa La Cava, por áreas marginadas del partido de La Matanza y conoció gente que ayuda a otros, que van a los lugares más pobres para colaborar y enseñarles a buscar nuevos caminos.
"Yo observo -cuenta apacible, como disfrutando el recuerdo en sus palabras-, luego escribo y transmito las experiencias. En el mundo hay mucho por realizar; hay muchas ilusiones para despertar. Y es muy lindo ver cómo les brillan los ojos a las personas cuando muestran lo que han podido hacer. Desde una cloaca a un techo, no importa qué. Es emocionante comprobar cómo van tomando confianza en sí mismas, especialmente las mujeres. Lo interesante es cómo van desarrollando su capacidad".
-¿Cómo descubre usted la necesidad de ayudar a otros a través de su profesión?
-Me di cuenta en 1977. Después de estar en Europa fui a la India. Estuve un mes en Calcuta, en lo de la Madre Teresa. Allí surgió en mí el deseo de ayudar, de tratar de ayudar en algo. Entonces enseñaba en la Universidad de Tokio sobre problemas humanos. He notado, por caso, que cuando les hablo a los arquitectos japoneses, les hablo de la necesidad de hacer que la profesión resulte útil para la humanidad. Ganar un sueldo es legítimo, pero además hay que dar una contribución a la humanidad. Esto es muy importante. Como arquitecto quiero que esto que sé hacer llegue a mayor cantidad de gente. En Calcuta, al ver tanto desamparo, me pregunté qué podía hacer. En un primer momento pensé que no podía hacer nada, hasta que empecé a reflexionar. Un arquitecto construye, y eso era lo que se necesitaba.
-¿Qué aplica de la arquitectura en estos programas?
-¿La arquitectura es hacer edificios bonitos? ¿La arquitectura es hacer un monumento a uno mismo? La arquitectura es dar un servicio a la mayoría, y mayoría son los más pobres. Es un tipo de arquitectura donde empezamos a pensar a partir de los que no tienen nada. Si se comienza por aquí, será posible lograr ciudades menos violentas, más humanas, donde la gente pueda participar y tener un espacio, jardines, plazas. No habrá edificios tan lindos, pero sin lugar a duda mejorará la calidad de la existencia.
-¿Por qué tanta gente va a trabajar a lugares tan desamparados o problemáticos y donde no se gana dinero, teniendo la posibilidad de estar en otros circuitos?
-Cuando en un país hay un problema, siempre surgen seres que dicen "esto no puede ser". Hay gran cantidad de personas muy generosas en el mundo; gente que toma esta necesidad y empieza a pensar en cómo solucionarla. Resulta curiosa la elección, pero la hacen. Mi objetivo es, junto a la gente de las Organizaciones no Gubernamentales (ONGs) que me secundan en mi labor cotidiana, despertar en ellos la esperanza de mejorar la calidad de vida, en principio haciéndoles ver la posibilidad que tienen de acceder a una casa para abandonar así las calles y los rincones a cielo abierto que ocupan en las ciudades donde deambulan sin más reparo que otras almas que están en las mismas condiciones.
-¿Cómo arma esas redes y qué características tienen?
-En mis viajes estudio las diferentes maneras que aplican en uno u otro lugar del mundo para crear las estrategias aptas que permitan a la gente levantar las paredes de un hogar. Traslado las experiencias para que sirvan de "inspiración" y de ejemplo a quienes están tratando de solucionar el mismo problema pero en sitios que suelen quedar a miles de kilómetros de distancia. Mi trabajo es muy divertido. Voy a todos los lugares. Trato de aprender lo que puedo para transmitirlo. Visito comunidades, miro cómo resuelven los problemas, converso con los participantes de los programas, con los necesitados, armo las historias y luego publico sobre cada una de las experiencias de viviendas de pobres.
- En Asia la miseria golpea a cada paso y la sobrepoblación del mundo no es un dato de libro ni de informes mundiales. Todos los fenómenos tienen magnitudes desproporcionadas.
-Asia es tremendo por la pobreza y por la densidad. Bangladesh, por ejemplo, tiene 130 millones de habitantes sobre una superficie similar a la del área Chaco-Formosa. India es como la Argentina, pero tiene 1000 millones de habitantes. Lo notable es que en los momentos en los que hay más problemas, cuando todo parece más que imposible, surge en la gente la mayor creatividad. Los pobres, al no tener recursos para poner en marcha soluciones, se preguntan cómo hacer. Se las ingenian. Así, con la necesidad rotunda, despierta entonces el valor de la riqueza humana, de hombres y mujeres; en especial de las mujeres en los segmentos de bajos o nulos recursos.
-¿Cuál es la situación de las mujeres en Asia?
-No sólo en Asia, la situación de las mujeres es casi universal. Se repite en las diferentes regiones. Durante siglos han sido muy oprimidas, básicamente en los países de escasos o nulos ingresos. Cuando encuentran la posibilidad de expresarse y se dan cuenta de que son capaces de hacer, actúan. Cambia, por caso, su posición frente al hombre. Antes ellos decidían todo y no les consultaban nada. En el Banco Grameen le dan dinero a las mujeres (hicieron más de 500 mil casas de 300/ 400 dólares cada una) y la condición es que el terreno esté a su nombre. De esta manera, si el marido le dice tres veces "me divorcio de ti" ...ellas no se quedan sin nada. He notado que las señoras cuando empiezan a tener más confianza pierden el miedo y comienzan a hablar, algo que generalmente les costaba hacer porque, además, les daba vergüenza. Una bengalí me dijo que la historia de su vida se había transformado a partir de los préstamos. "Mi marido antes me ignoraba. Pero ha comenzado a consultarme desde que tengo dinero", dijo.
-El despertar de la confianza es entonces clave para hacer realidad los proyectos.
-Todos se dan cuenta que son capaces de hacer. En algunos proyectos que tienen el objetivo de dar viviendas a la gente que vive en la calle, personas que se utilizan una a otra como pared, los grupos comienzan hablando con las mujeres, proponiéndoles ahorrar lo mínimo, primero para sus emergencias (algunas han perdido hijos por no tener cuatro rupias para una inyección). Tratan de reunir, en principio, 10 centavos para hacer una especie de fondo de emergencia. Una rupia que no es nada, pero al final es mucho. Es dinero que van acumulando durante meses y años para permitirles luego hacer una casa precaria, pero casa al fin. Como no saben leer ni escribir (en la India entre el 40 y el 50 por ciento de la gente es analfabeta) les entregan papelitos para que ellos sepan cuánto tienen. Todo se anota en una libreta y cuando juntan 200/ 300 dólares los llevan al banco.
-¿El ejercicio del ahorro genera otras respuestas?
-Así comienzan a pensar en sus necesidades. El ahorro es el primer paso. Es enormemente interesante cómo van desarrollando sus necesidades. Es curioso, los hombres se aburren rápido si no consiguen enseguida lo que quieren. Se desaniman. Pero estas señoras no. Entre tanto juntan plata, van hablando de sí misas, de sus sueños, discuten inconvenientes, relatan sus historias y forman como grupos de contención y de ayuda mutua.
-¿Cómo se llega a la construcción de una casa?
-El proceso es grupal (de 8 a 10 personas) y no es rápido. Todo sucede con la guía de una ONG. Lleva meses, años y dedicación. Comienzan ahorrando y realizando actividades que los conducen a darse cuenta del espacio donde viven. Muchos están siempre en la calle, al borde de los autos, pero no saben expresarse, ni decir a cuántos metros están del pavimento. La gente de la ONG dice que van a medir el espacio que ocupan. Como la única medida que conocen es la del sari, lo toman como unidad de medida. Trabajan con estos trozos de tela de aproximadamente siete metros de largo que forman las vestimentas de las mujeres.
Comienzan a decir que una pared, por ejemplo, tiene un ancho o un largo de sari. Después les preguntan por qué no la dibujan. Responden que nunca tomaron un lápiz. Le dan uno y les dicen cómo tienen que hacer. ¡Vieras el orgullo que muestran cuando se dan cuenta que se han expresado! Luego les preguntan qué quieren. Y empiezan a pensar, a reunirse para averiguarlo. Casi todo se arma pensando en la mujer. Hacen modelos de casas, les ponen medidas, piensan cuánto les cuesta y de dónde sacarán el dinero. Cuando tienen su modelito, piensan que pueden hacer una casa de 20 metros cuadrados ($ 900). En el proceso, después de dos o tres años, empiezan a conformar la casa que han imaginado con materiales, trabajan imitando a otros. Incluso hacen concursos de casas.
Esto va desarrollándose paralelamente a un proceso de divulgación. Convocan a sus pares, les cuentan qué y cómo lo están haciendo. A esas convocatorias van 3000/4000 personas. El grupo hace acciones a repetición. Es importante la transparencia, la honestidad y la pluralidad.
-¿Qué se puede hacer en la Argentina?
-La Argentina no tuvo programas especiales de viviendas para pobres. Los funcionarios debieran viajar para conocer qué sucede en otros países y cómo se combate la pobreza. Aquí también hay problemas graves. En ciertos sectores están como en Bangladesh, pero los planes sociales no se ajustan a las necesidades de la realidad. Por otra parte, hay que impulsar el ahorro como base de la transformación, sin esperar que el gobierno ofrezca la solución casi completa a los problemas. Aquí hay grupos que trabajan muy bien. He aprendido mucho de los casos, también de la experiencia chilena.
La historia que me conmovió fue la de la mutual El Colmenar, de Cuartel Quinto (19 barrios que reúnen a 45.000 habitantes). Hasta 1990, la gente de la zona estaba casi incomunicada con la ciudad: tenía una sola línea de colectivos que pasaban cada hora y no cubrían la periferia, sólo iban al centro. Los vecinos se reunieron para solucionar este problema y crearon la mutual con dos coches alquilados. Hoy alquilan treinta coches y tienen 54.000 socios que se movilizan con este transporte. Además, se unieron a la gente de Provivienda Social para construir casas. Este es un ejemplo que me llevo para contar en Asia.
Experiencias
Las experiencias internacionales de grupos que trabajan en la construcción de viviendas más que económicas aparecen con fuerza, relatadas por Anzorena, en una publicación mensual de Selavip. Como cronista de los pobres, el arquitecto itinerante cuenta, además, con una gran dosis de sentimiento, en un estilo coloquial, las características de distintas culturas y muestra pintorescos detalles de la vida cotidiana urbana o rural de cada sitio.
Perfil
- Alto y delgado como un junco, Anzorena nació en San Isidro, provincia de Buenos Aires, el 25 de febrero de 1930. Es el menor de tres hermanos y cursó la primaria en las escuelas Juan José Paso y José Alsina. De chico solía visitar conventillos y se quedaba pensando cómo vivía la gente. El secundario lo hizo en el Otto Krause, donde se especializó en "hormigón armado" y aprendió muchas historias de sus compañeros extranjeros. En la universidad estudió filosofía, y en 1960 viajó a Japón donde, en ese tiempo, había mucho por hacer. En el país del "sol naciente" se recibió de bachiller en arquitectura, continuó sus estudios de filosofía, hizo un master de ingeniería y el doctorado en arquitectura. Miembro del Editorial Board of Environmental and Urbanism de Londres, Inglaterra, desde hace años da cátedras en la Universidad de Tokio. Con más de veinte años de experiencia trabajando con la miseria, ha visto nacer y morir grupos de todo tipo sin perder la ilusión de hacer que la gente, los desposeídos, recobren la esperanza y un objetivo. Anzorena cree que una ciudad, una comunidad, no se transforma con instituciones o gobiernos sino con la fuerza misma de la gente cuando descubre que puede hacer las cosas con sus propias manos.