La crisis del dólar, una crisis de confianza
El único motivo por el cual aceptamos que nos paguen en billetes de papel es porque confiamos en que los demás van a aceptar esos billetes cuando queramos comprar algo. Los gobiernos (en realidad debería ser el Banco Central) generan esa confianza actuando con reglas, como lo fue la de decir "te doy todos los dólares que pidas a un precio determinado, para lo cual voy a tener en el Banco Central todos los dólares que correspondan al valor de todos los pesos que circulan". En su momento la gente creyó y, cuando dejó de creer, se fue todo al demonio.
¿Qué regla hay ahora? Ahora no sólo se eliminó la convertibilidad a un precio determinado, sino que el Gobierno te persigue si comprás dólares. Además, el Banco Central, comandado por Mercedes Marcó del Pont, cambió hasta tres veces en un año el límite máximo de emisión de billetes que él mismo se había fijado, para pagar con esos nuevos billetes los gastos del Gobierno.
Los gastos del Gobierno y los billetes vienen creciendo en los dos últimos años al 40% anual. ¿Qué tiene de raro que haya una inflación del 25%? Hasta el último argentino se da cuenta de que le están falsificando el papel, que vale cada vez menos a medida que se imprime cada vez más. Por eso y porque el precio del dólar está quieto, compran dólares. Porque han dejado de creer que los billetes sean realmente moneda, es decir, una mercancía con la triple característica de ser una reserva de valor, una unidad de cuenta y un medio de cambio aceptado por todos. En cambio, los billetes se han transformado en una picardía de gobernantes y señores sentados en un Banco Central que no es más independiente desde que el Gobierno le sacó 12.000 millones de dólares en efectivo, dejándole a cambio unos pagarés a 10 años que también reciben el nombre de "reservas". Estos trucos –como decía Marx– sirven cuando nadie se da cuenta, pero todos ya se han dado cuenta.
Nuestra principal diferencia con los Kirchner no es la defensa o no de los trabajadores, de los empresarios, de los productores, de la industria, de los servicios, de la agricultura o de las monjas de clausura. Nuestra principal diferencia es que nosotros creemos que la economía es una disciplina de futuro y ellos parecen creer que es una disciplina del presente, como los populistas, que entregan el futuro para obtener ventajas en el presente. Los presentistas se limitan a sacarle algo al que tienen enfrente; eso se puede hacer una vez, pero no dos… No genera futuro. La economía presentista tiene la imagen de un pozo petrolero: la riqueza está, la sacás y te sentás encima.
Los futuristas creen, como Keynes, que la economía es una rueda que hay que hacer girar, porque con salarios se consume lo que se produce y con ganancias se invierte y se crean trabajos. Los gobiernos que creen que la economía se basa en el futuro saben que tienen que generar condiciones para que la población tome decisiones económicas que beneficien al conjunto (que inviertan, que generen empleo, que aumenten la producción y las oportunidades). Tienen que generar confianza con reglas creíbles, para bajar los niveles de riesgo de los que puedan invertir sus recursos en generar trabajo y producción.
Lo que mueve la economía no son los señores poderosos, sino los emprendedores que toman riesgos e innovan en el proceso de inversión. La riqueza no es generada por "el consumo" presente, sino por la idea de que va a haber consumo en el futuro, cuando se tengan que vender los productos que estamos decidiendo crear ahora. La economía es futuro. Toda la rueda de Keynes busca aumentar la inversión de riesgo. Por eso, Keynes decía que la economía basada en la moneda no podía sobrevivir si no existía un patrón estable para medir el valor de los intercambios materiales.
Este año se habrán ido del circuito productivo argentino 25.000 millones de dólares sólo por desconfianza en el Banco Central, en Guillermo Moreno y en Hugo Moyano. Se fueron 90.000 millones desde 2003. Con eso se podría haber construido toda la infraestructura de energía, autopistas, caminos, ferrocarriles y puertos que la Argentina necesita para crecer sostenidamente. Una lástima, porque eso es absolutamente innecesario.
En el mismo período, Brasil tiene el problema de que le entran más dólares de los que su economía puede absorber. Una lástima, pero la buena noticia es que no es difícil evitar que esto siga sucediendo. Simplemente, hay que tener una regla y que todos crean en ella. Una regla cualquiera; por ejemplo, que el dólar va a subir lo mismo que la inflación real, que el Indec va a dejar de macanear y que la inflación de 2012 no superará el 10%. También se puede agregar que el Banco Central, por un año, emitirá billetes sólo contra dólares que la gente le quiera entregar y que el Gobierno favorecerá acuerdos de precios y salarios en línea con el crecimiento económico real.
Pueden ser estas reglas u otras, pero es imposible generar confianza sin reglas, es decir, con la ley de la selva, del más fuerte o de la arbitrariedad en estado puro.
El debate de presupuesto 2012 es una buena ocasión para discutir estos temas y en él queremos ser constructivos, propositivos y queremos rechazar propuestas de ajuste, dólar congelado, inflación indeterminada, superpoderes e inseguridad, porque eso agredirá directamente a los que menos tienen.
El autor es presidente del bloque Pro en la Cámara de Diputados de la Nación