La debilidad de Boris Johnson
El muy peculiar aspecto exterior del actual primer ministro británico lo dice todo. Es una suerte de mensaje implícito a los demás. Desgarbado, distinto, irreverente y hasta despeinado provocativamente, tiene un inusual andar público, casi despectivo.
Como si las formas, que tradicionalmente han sido características notorias de los propios británicos, simplemente no le interesaran absolutamente nada.
Pero Boris Johnson acababa de cometer una serie de errores de magnitud, poniéndose grotescamente por encima de los demás. La prensa los ha hecho ya indisimulables. Como, cabe recordar, ocurrió paralelamente también entre nosotros. No hace mucho: cuando políticamente se generaran los repulsivos “vacunatorios vip”.
Esos errores groseros del premier británico consistieron en que, cuando las precisas normas que fueron sancionadas en razón de la pandemia del Covid-19 obligaban, a todos por igual, a mantener un prudente distanciamiento social, él concurría desaprensivamente a fiestas realizadas en su propio residencia oficial, en Downing Street, cuando ellas estaban claramente prohibidas.
Como si el primer ministro de pronto perteneciera “a otro universo”. Distinto y sólo disponible para los actores de la privilegiada “clase política” británica, a la que obviamente pertenece.
Johnson ha pedido ya “disculpas” por lo sucedido. Públicamente. Como correspondía. Pero eso parece no haber sido suficiente. Para nada. Entre sus propios pares resuenan constantemente los pedidos de renuncia.
Las pérdidas de imagen y de credibilidad de Boris Johnson han sido enormes. Muchos, aún entre los mismos conservadores, creen por ello que Johnson está ya en un camino “sin retorno”.
Y es muy posible que así sea, efectivamente. Hay quienes, ante lo que sucede, discuten si, ante la convulsión, lo mejor es una salida inmediata del primer ministro. Quirúrgica, entonces. O enfrentar lo que puede eventualmente transformarse en una suerte de peligrosa agonía prolongada que termine perjudicando la credibilidad misma de los conservadores, en su conjunto.
Las encuestas británicas de opinión sugieren hoy que tan sólo el 23% de los entrevistados aprueba la gestión de un ahora visiblemente oxidado Boris Johnson, que por sus actos y actitudes, hasta aparece como demasiado cercano a la indecencia.
Los laboristas no son hoy opción. Para nada. Lo que ciertamente ayuda indirectamente a Boris Johnson a tratar de “ganar tiempo” en procura de que, de pronto, otros temas o crisis disimulen la profunda agonía política en la que parece estar sumergido.
No obstante, su muy peculiar imagen política puede ya ser irrescatable, dada la clara enormidad de sus pecados políticos y morales. Y esta es, ciertamente, la preocupación central que alimenta, con buenas razones, los reiterados pedidos de renuncia.
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