La fábula del león envejecido
Las fábulas son cuentos cortos que tienen por protagonistas a animales parlantes y cuyos frutos son sabias moralejas. Nacieron en tiempos inmemoriales y se transmitieron de generación en generación por tradición oral hasta que allá por el siglo VI a.C. el griego Esopo las recogió en un libro llamado, precisamente, Fábulas .
El principal continuador de Esopo en el mundo antiguo fue el romano Fedro (siglo II a.C.), de quien los dos principales fabulistas de los tiempos modernos, el francés Jean de La Fontaine (siglo XVII) y el español Félix María Samaniego (siglo XVIII), recibieron la fábula del león envejecido : viejo ya, "de una cercana muerte reducido" (Samaniego), aquel que había sido "el terror de la selva" (La Fontaine) vio con amargura cómo esos mismos animales que antes le rendían vasallaje y temblaban delante de él, ahora lo pateaban y mordían, porque "su propia debilidad los había hecho fuertes"(La Fontaine).
Así lo acosaron el lobo y el caballo, el toro y el jabalí. Todo lo cual resistió el león con entereza hasta que el más despreciado de los animales, el asno, también se acercó para darle coces. "¡Ah! Esto es demasiado", exclamó entonces, dejándose morir, el viejo león, "porque al ver que hasta tú me pateas, muero dos veces" (La Fontaine). "Reparando que hasta el asno insolente iba a ultrajarle, falleció clamando: esto es doble morir" (Samaniego).
El león Menem
¿Cuántas veces está muriendo el león Menem? La oposición lo cerca, el Congreso le da la espalda, un juez dicta la captura de su íntimo banquero, los negocios de su hija son cuestionados, una ministra lo abandona y a otro ministro debe expulsarlo en tanto hasta sus más cercanos seguidores le impiden el último placer de postergar las elecciones internas del 4 de julio, esa fecha inminente en la que su más obstinado rival será consagrado como el candidato justicialista a la presidencia.
¿De quiénes pensará el león Menem que son lobo o caballo, toro o jabalí? ¿Quién será el asno que colme su paciencia?
El león envejecido de Fedro, La Fontaine y Samaniego no dió signos de autocrítica. Quizá pensó que la postrera rebelión de sus antiguos vasallos respondía, simplemente, a la ley de la vida y de la muerte. Pero, si algún remordimiento le hubiera llegado, también podría haberse preguntado si la traición final de sus adjuntos no era en cierto modo culpa suya. Porque los había hecho temblar, ahora se vengaban. Porque ejerció sin miramientos su omnímodo poder, el león envejecido fue acumulando una alta pila de cuentas pendientes. ¿Qué habría pasado si, en vez de dominar y despreciar a los demás animales, hubiera reinado sobre ellos con ejemplar moderación en los tiempos de gloria?
Imaginemos el curso de esta historia alternativa. La Constitución le prohibía eternizarse al león Menem. Si, en lugar de empecinarse contra ella, la hubiese acatado cuando aún era tiempo, quizás habría retenido suficiente prestigio y poder como para alentar a un sucesor. A un Palito o un Reutemann, por ejemplo. Las elecciones internas del justicialismo no se habrían encaminado entonces hacia la lucha actual, ridícula por desigual, entre Duhalde y Rodríguez Saá. A lo mejor Palito o Reutemann habrían triunfado. Y aun si no lo hubieran hecho, a través de ellos un ala del partido seguiría, hoy, cerca de Menem.
Destino y carácter
Aristóteles sostuvo que la virtud es el justo medio entre dos extremos. A media distancia entre la temeridad y la cautela, así, brilla la audacia. Pero Aristóteles diseñaba de este modo un ideal, aquello que debería ser . Más pesimista que él, Maquiavelo sostuvo en cambio que, en los hechos , los hombres tienden hacia algún extremo. En la realidad, no hay audaces. Hay temerarios y cautelosos. Los temerarios, de puro serlo, no reconocen límite alguno a sus pretensiones. Cuando se levanta un límite, se estrellan contra él. En cuanto a los cautelosos, no se animan ante la oportunidad. Cuando ella se presenta, la dejan escapar.
Pero el carácter de los hombres, continúa Maquiavelo, es sólo la mitad de la historia. La otra mitad es la fortuna : el caprichoso giro de los tiempos. Hay, así, tiempos para temerarios y tiempos para cautelosos. Tiempos de oportunidades y tiempos de límites. Si los príncipes supieran cambiar de carácter para acomodarlo al tiempo dominante, siempre prevalecerían.
Pero no lo saben. Los hombres del poder continúan, básicamente, iguales a sí mismos. En un tiempo para temerarios, sucumben los cautelosos. En un tiempo para cautelosos, sucumben los temerarios. Ocurre que el temerario que fue exitoso en un tiempo de oportunidades no cambia de estilo cuando gira el viento y surgen límites. Choca, entonces, contra ellos. Esos mismos métodos en los que él cree porque habían cimentado su triunfo en el tiempo anterior, en el nuevo tiempo lo condenan.
Esta es la historia del presidente Menem. En 1989, el país se debatía en medio de la inflación descontrolada. Había que apostar fuerte para liberarlo. Donde los demás veían un peligro, Menem vio una oportunidad. Aliándose a otro tan temerario como él, el ministro Cavallo, entre ambos forzaron la salida que la legión de los cautelosos nunca habría encontrado.
El temerario Menem supo vislumbrar la oportunidad cuando otros la ignoraban. Pero este mismo éxito formidable lo llevó a negar que hubiera obstáculos insuperables. No se resignaría ante ellos. Si había ganado por no resignarse en 1989, ¿por qué habría de resignarse diez años más tarde?
La Constitución de 1994 le había impuesto una valla que resultó insuperable: la no re-reelección . El temerario Menem arremetió pese a eso contra ella. La Constitución le exigía cautela. Menem la desconoció. Su destino estaba escrito en su carácter.
Esto debió pensar el temerario león cuando los demás animales lo mordían y coceaban: que a la hora del triunfo tendría que haberlos respetado y que, a la hora del ocaso, tendría que haberse protegido en alguna cueva. Pero el león no conocía la autocrítica.
¿La conocen acaso sus rebeldes sucesores? Si hicieran un examen de conciencia, también advertirían sus errores. El león fue altanero, es cierto. ¿Pero no lo fue también porque ningún animal se animó a moderarlo? Ese Congreso, esos jueces, esos correligionarios que practicaron tanto tiempo el sicarlismo , ¿no advertían que al hacerlo excitaban en el león su tendencia innata hacia el poder sin trabas?
Y ahora que lo muerden y patean, ¿no ven que su extrema debilidad podría afectarlos? Un exceso trae el contrario. La exaltación, la decadencia. El ensañamiento, el vacío de autoridad. Porque así como no le convino al país un presidente demasiado fuerte en su apogeo, tampoco le conviene un presidente demasiado débil en las vísperas de su alejamiento.
La fábula del león envejecido contiene, por lo visto, dos moralejas. A los leones les dice que no exageren su poder cuando lo tienen porque, al hacerlo, preparan la terrible retribución de sus vasallos. A los lobos, caballos, toros y jabalíes, incluso a los asnos, les dice que contengan al león cuando es demasiado fuerte para que no se envanezca, pero que también lo respeten cuando es demasiado débil para que al despotismo no siga el desgobierno.






