La familia en el mundo de hoy
LA reciente visita a Buenos Aires del catedrático español Juan Viladrich, investigador de las cuestiones vinculadas con el matrimonio y la familia, ha brindado la oportunidad de reflexionar en profundidad sobre los desafíos que el núcleo familiar, célula primaria de la sociedad humana, afronta hoy en el mundo.
El prestigioso visitante, que desde 1981 es director -en su país- del Instituto de Ciencias para la Familia, ha llamado la atención sobre un hecho cultural y sociológico acerca del cual no se ha reflexionado lo suficiente. Observa Viladrich que uno de los grandes tópicos de las ideologías supuestamente revolucionarias del siglo XX fue el de la crisis agónica o terminal de la familia, a la que concibieron como una estructura representativa de las sociedades del pasado, destinada acaso a desaparecer. Lo curioso es que al finalizar el siglo lo que parece haber entrado en una agonía irreversible es la visión utópica del mundo que sustentaron esas ideologías, mientras la familia continúa cumpliendo su rol como realidad primaria e insustituible de la organización social. Más aún: todas las investigaciones sociológicas llevan a considerar que la mayoría de los problemas sociales del mundo actual sólo podrán resolverse a partir de una mejora del ámbito familiar como hábitat fundamental para la satisfacción de las necesidades afectivas básicas del ser humano.
La familia afronta, principalmente, dos clases de dificultades. La primera es la que tiene que ver con el cambio estructural profundo de la pareja humana, tanto en el orden de la intimidad como en el de la vida pública y social. La segunda se relaciona con la inseguridad económica y la desprotección institucional que suele padecer el núcleo familiar.
En lo que hace a la estructura de la pareja, es evidente que el concepto de la complementariedad de los roles de la mujer y el hombre en el seno del hogar ingresó hace ya tiempo en un proceso de transformación que todavía no se ha completado. Más allá de los cambios históricos derivados de la plena incorporación de la mujer al mercado de trabajo y del fortalecimiento de la conciencia acerca de la rigurosa igualdad jurídica y moral de los dos términos de la pareja, subsiste una crisis de búsqueda de identidad que afecta no sólo a la mujer, sino también -y fundamentalmente- al varón, aunque de esto último no siempre se tiene clara conciencia.
Las crisis -ya se sabe- pueden ser de renovación y revitalización. Todo indica que eso es justamente lo que está ocurriendo con la estructura básica de la familia, que avanza hacia formas cada vez más maduras de complementación entre lo femenino y lo masculino; y -sobre todo- cada vez más acordes con la naturaleza humana y con el principio irreductible según el cual todas las personas son iguales en dignidad y en sus potencialidades espirituales, afectivas y materiales. El gran desafío, de cara al nuevo siglo, es alcanzar niveles crecientes de profundidad, riqueza y vitalidad en la relación entre la mujer y el varón sobre bases de comprensión y pareja distribución de responsabilidades, así como en el crecimiento de un vínculo cada vez más hondo de cada madre y cada padre con sus respectivos hijos, fundado en el afecto no condicionado, en el diálogo leal y en el respeto recíproco.
Desde la perspectiva económica, social y cultural, no debe eludirse la obligación del Estado -y de la sociedad en su conjunto- de contribuir a crear las condiciones de equidad y justicia para que las familias puedan desarrollarse e ingresar en los circuitos de la producción, del bienestar y del trabajo, en un contexto que garantice plena igualdad de oportunidades en materia educativa y recaudos mínimos de protección y asistencia en los casos en que resulte necesario.
Considerada en términos globales, la familia debe ser reconocida como el factor primario para la humanización de una sociedad. Por eso es imprescindible que se la tenga en cuenta como realidad y como célula básica del entramado social cada vez que se legisle sobre temas que requieran su participación o que puedan afectarla en su integridad moral o material.
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