La imperiosa necesidad de educar y regular el uso adecuado de la IA
¿Cómo sería el diálogo entre Sócrates y Fedro, en la actualidad, sobre la IA? Imaginemos a ambos hablando a la sombra de un árbol, dialogando no ya sobre la escritura y su efecto sobre la construcción del saber, sino de una máquina que reemplaza el cerebro humano “creando conocimiento”.
El mundo actual es tan cómodo que ni siquiera plantea desafíos: todo es confort, comodidad y placer. No hay ninguna presión de supervivencia. Nuestros hogares, ciudades y nosotros mismos, estamos asistidos por artefactos, máquinas, aplicaciones y plataformas, que convierten todos nuestros actos cotidianos en algo fácil y sencillo, sin que implique esfuerzo alguno.
El mundo actual es una burbuja tecnológica donde reinan la comodidad y un bienestar engañoso. Casi no quedan lugares donde se puede estar solo o incomunicado, donde se dependa exclusivamente de uno mismo, ese tipo de soledad que forma temperamentos y fuerza la creatividad.
El ser humano es la única especie que no nace completa, su desarrollo se termina fuera del vientre materno, especialmente la parte cerebral. Para ello, hace falta tener la nutrición adecuada y los estímulos necesarios que permitan desarrollar todas las funciones cerebrales.
Sin dudas, cada función que delegamos en una máquina o en un artefacto implica dejar de usar sentidos, cálculo, memoria, experiencia, creatividad, razonamiento, en definitiva: dejamos de activar nuestras neuronas con estímulos para el aprendizaje
Las neuronas, esos instrumentos magníficos que nos trajeron hasta estos días, elaborando y acumulando saberes de una manera excepcional, ahora quedan expuestas a su deterioro por falta de entrenamiento, de estímulos nuevos y por la dopamina que generan las nuevas tecnologías de la información. Las neuronas, cuando no se ejercitan, pierden neuroplasticidad e interconexiones y para mantenerlas activas, es vital conservar un entrenamiento cotidiano y profundo que las exponga a estímulos conocidos y nuevos que hoy se han perdido.
¿Alguien recuerda el número de teléfono de su padre, hijos o parejas de memoria? ¿Te podés orientar en una ciudad en base a los puntos cardinales, sin Google Maps? ¿Hacés tus cuentas mentalmente?
Esta vida cómoda, está privando a nuestras neuronas de conexión y soberanía sobre nuestro cuerpo y mente: las máquinas nos están colonizando, pues, para colonizar la economía y la política, hay que colonizar las mentes y los cuerpos.
Estos párrafos no intentan plantear una distopía sobre la tecnología de IA: lo que se propone aquí es alertar sobre sus usos, para evitar perder o disminuir nuestras funciones neuronales.
No podemos tirar a la basura el instrumento que nos trajo hasta aquí a través de la historia de la humanidad, despojándolo paulatinamente de cada una de sus capacidades. Primero; porque funcionó de maravilla por millones de años y nada indica que no podría seguir perfeccionándose si conservamos el entrenamiento continuo. Segundo; porque el cerebro es una máquina biológica con miles de años de diseño, que nos ha brindado soberanía sobre nuestro cuerpo y sobre las decisiones que adoptamos en nuestros proyectos individuales vitales y en sociedad. Decisiones que deben ser producto de nuestras propias percepciones, memorias y experiencias, que comprenden el uso de todos los sentidos y un análisis que abarca todas las dimensiones temporales, pasado, presente y futuro.
Las máquinas, el software, el hardware son de unos pocos, de quienes mediante la concentración y la acumulación de datos pretenden privatizar el conocimiento científico-tecnológico, el arte, la literatura -en definitiva, todo lo registrable- para controlar la memoria colectiva y la producción de conocimiento, con el fin de dominar la economía y la política mundial.
Colonizando las memorias colectivas en servidores centralizados, se controla la política; manipulando el recuerdo y el olvido, colonizando la ciencia-tecnología se controla la economía, porque ellas ponen a la vanguardia el sistema productivo de un país. Este sistema sólo tendrá éxito si no abandonamos el instrumento que nos condujo hasta estos días, atravesando infinitas generaciones: nuestras neuronas. Ellas deben conservar sus funciones y dirigir a las máquinas, que deben ser instrumentos para aumentar su percepción y potencia de cálculo, pero jamás delegar en ellas sus funciones específicas.
Somos (¿fuimos?) animales racionales, en alerta permanente, para sobrevivir. Ello era sólo posible con la observación, percepción, memoria, cálculo, experiencia y razonamiento. De esta forma, desarrollamos nuestras habilidades neuronales.
Hace muy poco tiempo, unos 300 años, empezamos a vivir de manera diferente, fue el comienzo de la era del confort.
El estar expuesto a la adversidad, la escasez, la dificultad, la incomodidad, el esfuerzo, la necesidad, y estar en contacto con la naturaleza en forma directa, moldea el físico y la mente, de manera diferente.
El estado de conexión con uno mismo y con el entorno natural y social, permite engendrar ideas y pensamientos que ponemos en acción: pensar, experimentar, corregir, repetir, crear o perfeccionar, son procesos que se dieron en la historia de la humanidad, desde sus comienzos y que nos permitió generar ciencia y tecnología.
Esta interacción también nos modifica a nosotros mismos, porque nos ejercita los sentidos, nos da material para guardar en la memoria y pone en funcionamiento nuestra capacidad de cálculo, percepción y experimentación.
He aquí la clave del lado negativo de la IA, el reemplazo completo del cerebro humano en operaciones de creación o cálculo es lo que hace que deje de estar en funcionamiento y pierda sus capacidades. Ya no se trata de tecnologías de memorias externas como un papiro, un libro o una memoria electrónica que con su uso, si bien afectan la memoria humana, permiten que el cerebro despliegue todas sus demás funciones.
Cada repetición de este proceso complejo nos hace superarnos. Cada repetición o estímulo nuevo, perfecciona nuestra caja de herramientas cerebrales, y esta se vuelve cada vez más fina, eficiente y eficaz.
Cuestionar la forma en que la tecnología entra en nuestras vidas debe ser un objetivo, ella no debe nunca hacernos abandonar los aprendizajes que necesitamos para mantener nuestra neuroplasticidad, por más inútiles y repetitivos que nos parezcan. Hay eficacias y eficiencias que no pasan por el uso del tiempo. Nutrirse adecuadamente, percibir, experimentar, memorizar, repetir, no es perder el tiempo, es construir mentes y países soberanos.
Nuestro desarrollo neuronal, su expansión y mantenimiento hasta la vejez, debe ser una política pública de todos los estados.
Las máquinas son geniales interpretando datos, pero el conocimiento es algo mucho más sofisticado que ello. El saber es más acertado, es él validado por la repetición de resultados hipotéticos, a lo largo de mucho tiempo, en situaciones diferentes. No es conocimiento infalible el lanzado por una maquina en segundos, no existe el saber express, solo son datos que necesitan ser interpretados por la inteligencia humana y validados por el paso del tiempo.
El posthumanismo y el transhumanismo no deben desembocar en el antihumanismo, o sea avalar el uso indiscriminado de tecnologías que disminuyan funciones neuronales. La historia marca que el uso de las tecnologías que facilitaron la construcción del saber, mejoraron las capacidades humanas, no eliminaron su uso, provocando su disminución o pérdida.
Para no caer en esos usos hay que educar y concientizar, en el sistema educativo con materias específicas y en el productivo con manuales corporativos para empleados y clientes, enseñando las formas correctas de uso y sus negatividades.
Lograr una adecuada interacción con las tecnologías de IA nos abrirá posibilidades infinitas de conocimiento y crecimiento, conservando las capacidades y los valores que nos hacen humanos.
Abogado, Magíster en Derecho Administrativo y Magíster en Tecnología, Políticas y Culturas