La mujer es la nueva revolución francesa

Una revolución es un cambio fundamental en la estructura del poder en un período definido, casi siempre movido por una idea rectora que busca alterar el estado de las cosas. La Revolución Francesa fue un acontecimiento social y político clave para el futuro de la humanidad. Costoso en vidas y marcado a sangre y fuego, pero necesario, imprescindible, dejó instalada definitivamente la noción de libertad, igualdad y fraternidad. La movilización de las masas y la participación generalizada permitieron que el nuevo pensamiento contribuyera poderosamente a configurar el mundo moderno.

En la actualidad, otras revoluciones ya iniciaron cambios que están impactando en la vida de las personas, que profundizan el concepto de individuo y su forma preferida de diseño de la producción y el consumo, el capitalismo. Surgen al menos tres ejes decisivos: democratizar, facilitar y conectar.

La revolución científico-tecnológica genera herramientas como motores de búsqueda que procesan miles de millones de datos por minuto, y avances científicos que acortan procesos y permiten obtener vacunas en cuestión de meses. La inteligencia artificial, con sus consecuentes cambios en el mundo del trabajo, está a punto de suplantar a los humanos y de superarlos en algunas habilidades, pero no en otras, como por ejemplo la creatividad, la percepción y la inteligencia emocional.

Los sistemas productivos sustentables, con adopción de prácticas de economía circular y tecnología aplicada para producir más con menos, cuidar recursos y frenar los efectos de destrucción de la naturaleza, también constituyen una revolución global. Y el boom de las finanzas descentralizadas ha generado una poderosa transformación en cómo concebimos y utilizamos el dinero: los contratos inteligentes permiten realizar transacciones sin depender de una única autoridad, y cada usuario puede poner en prestación su servicio financiero reduciendo barreras de acceso y costos de gestión.

Pero de todas las revoluciones de esta etapa, la de la igualdad de género es la más significativa. Porque interviene en las relaciones interpersonales, en el vínculo constitutivo de la especie que une hombres con mujeres. La revolución de las mujeres persigue concretar medidas justas por el avance de sus derechos a todo nivel y en todas partes. La ley de cupos, por ejemplo, incentiva la participación de la mujer en puestos claves de decisión. Muchas de las respuestas más eficientes y ejemplares durante la pandemia de Covid-19 fueron dirigidas por mujeres. No obstante, solo el 24,9% de los parlamentarios nacionales son mujeres (informe del secretario general de las Naciones Unidas) y nuestra participación en directorios de empresas roza el 20% (informe de progreso de mujeres en directorios elaborado por el MSCI). El reciente Foro Generación Igualdad, concluido el 2 de julio, desembocó en un plan para la aceleración de la igualdad de género, que obtuvo respaldos por casi US$40.000 millones en inversiones que se destinan en parte para contrarrestar el impacto negativo del Covid-19 en mujeres y niñas.

Todas estas revoluciones que experimentamos hoy pueden sentirse herederas de aquella que puso a la persona en el centro, cuyo humanismo liberó fuerzas emotivas para que cada uno fuera artífice de su destino, con creatividad, iniciativa, no sujeto a poderes arbitrarios y totalizadores. Así florecieron las artes e industrias que configuran lo que es nuestro mundo occidental. Como un magma inagotable, la Revolución Francesa sigue transformando nuestras mentes y corazones, corriendo los límites que a su deseo constitutivo de libertad, igualdad y fraternidad se le interpusieron por más de 200 años.

Lo desarrollado en el siglo XVIII, trabajoso y desbordante, es aún fuente de inspiración para que la vida en la tierra sea mejor.

Presidente Asociación Marianne Argentina