La palabra de los que hacen. ¿El empresario que viene?
El mes pasado, Esteban Wolf, un empresario Pyme, se quebró en el Senado de la Nación contando, con autenticidad, su experiencia como emprendedor en la Argentina. Utilizando la historia de su familia, habló de un país que supo progresar y atraer a sus abuelos inmigrantes, y que hace unas décadas comenzó a expulsar a sus tíos y hermanos: “se fueron todos”, dijo. Contó de su esfuerzo (“trabajo desde los 15, jamás cobré un aguinaldo, jamás me tomé más de 14 días de vacaciones”); del sueño que comparte con su mujer (simplemente poder juntar en el futuro a sus hijos y nietos en la mesa del domingo porque no se fueron del país); y de las trabas que enfrenta: impuestos excesivos, juicios laborales insólitos, trabas burocráticas, camiones que no salen por falta de gasoil, bloqueos gremiales o por cortes de rutas.
En la Argentina el empresario no tiene voz. Hay cámaras que unen a empresas y sectores con formas de representación más o menos actuales, donde se agrupan intereses y se presentan, sobre todo quejas, en hojas membretadas y lenguaje institucional. Por supuesto que está muy bien que eso exista, pero esa no es la verdadera voz del empresario. No es la voz de los empresarios que cualquiera de nosotros puede conocer y ver trabajando día a día, en cada pueblo de nuestro país. La voz de alguna de esas cámaras es como la del robot grabado cuando uno llama a atención al cliente, sin emoción ni humanidad; y es un poco también una voz del pasado, de cuando la comunicación era vertical e institucional y no personal y directa desde cualquier teléfono inteligente.
En una democracia moderna la conversación pública es fundamental para formar las decisiones colectivas. Y en esa conversación escuchamos a los políticos, a los sindicalistas, a líderes sociales y religiosos, escuchamos a artistas y a algunos (demasiado pocos) deportistas, pero los empresarios casi no están. Y no son un actor sin importancia; al contrario, cada uno construye todos los días el país y el mundo con sus decisiones y acciones. Los empresarios (chicos y grandes) tienen una enorme influencia sobre esa construcción pero un lugar casi nulo en el debate público. ¿Cómo puede ser?
Con los políticos no alcanza. La política no está logrando ser un motor de transformación social. ¿Quién ha transformado más nuestras vidas? ¿Los que innovaron con productos o servicios o nuestro intendente, gobernador o presidente? Steve Jobs nos cambió la vida con sus teléfonos. Elon Musk ataca el cambio climático con sus autos. Marcos Galperín, al crear Mercado Libre, hizo más para que miles de empresas y empleos lograran sobrevivir a la pandemia que casi todos los políticos de la región. Mercado Libre cambió la forma en que nos ofrecen productos y accedemos a ellos, sobre todo para quienes viven lejos de los grandes centros urbanos, y a su vez ayudó a que miles de empresas ingresaran al futuro. ¿Quién hizo más por la pampa húmeda en los últimos 40 años: los gobernadores de Santa Fe, Buenos Aires y Córdoba de 1983 para acá o los pioneros que impulsaron la siembra directa y revolucionaron la producción agrícola?
En un mundo donde prima la sensación de desconfianza, según el Trust Barometer de Edelman 2022 las empresas son las instituciones que más confianza inspiran globalmente, por encima de ONGs, gobiernos o medios. Los empresarios transforman el mundo y en el mundo se escuchan sus voces. En la Argentina muy poco. En el mundo se pide al empresario que hable de los temas sociales de nuestro tiempo y de las grandes cuestiones de la humanidad, como el cambio climático, la transición energética o los desafíos de la democracia. A los empresarios, que son tan importantes en la construcción material del mundo en el que vivimos a fuerza de inventiva y audacia, se les pide que compartan también sus ideas con la sociedad. Y están descubriendo su voz y su espacio, se están dando cuenta de que es también su responsabilidad salir de la oficina o de la fábrica y participar de las discusiones sociales y políticas.
No se trata de que se conviertan en políticos, pero sí de que participen de la conversación pública. Que cuenten lo que hacen, cómo sus productos y sus servicios satisfacen las necesidades de la sociedad. Cómo se esfuerzan por innovar y mejorar. La gente quiere escuchar eso, quiere ver cómo las empresas son co-constructoras del mundo en el que vivimos. Y además quieren escuchar lo que piensan y sienten como líderes de este país.
¿Cómo puede ser que personas con el coraje de crear una empresa, de ser capaces de apostarlo todo por una idea, que llevan sobre sus espaldas la enorme responsabilidad de saber que de sus decisiones depende el sustento de miles de familias, puedan quedarse calladas al observar nuestra realidad social? ¿Cómo puede ser que queden atrapadas detrás del comunicado lavado de una cámara, que pasó por el filtró de múltiples especialistas de comunicación que le sacaron toda la vida a las palabras?
Quizás se explica en parte por temor y por viejas costumbres. Es cierto que durante décadas predominó aquí el espiral del silencio, el miedo a hablar, fogoneado en parte por una realidad poco proclive al debate, por el temor a posibles represalias de ciertos sectores estatales, pero también por la dictadura de los asesores de comunicación que siempre aconsejaron con el “no te metás”. Un “no te metás” acompañado de lobbying directo y contactos en los dos o tres medios de comunicación donde había que “estar bien”. Pero el mundo cambió, la forma en la que la gente se informa y dialoga cambió; las cámaras pueden seguir haciendo su trabajo y al lado el empresario le puede hablar a la sociedad por sus redes sociales o medios tradicionales para contar en forma personal lo que él quiere contar.
Por supuesto que hay riesgos en exponer lo que uno piensa, pero no hacerlo es abdicar de una responsabilidad social y política. El empresario tiene una obligación pública que no pasa sólo por sus programas de responsabilidad social y que va más allá de su rol económico. Una responsabilidad en el proceso de construcción de las decisiones colectivas de una comunidad, proceso en el que se necesita que participe con lo que tiene para aportar, para ser parte de un movimiento de cambio.
El emprendedor representa valores humanos fundamentales. La audacia de salir de lo conocido para intentar progresar. La libertad y la capacidad de imaginar un mundo distinto y hacerlo realidad. Hoy Argentina necesita imaginación para pensar un país mejor y audacia y tenacidad para construirlo. La nueva generación de empresarios no debería subestimar la importancia de su papel como líderes sociales. Así como tienen el coraje de levantar una empresa deben tener la audacia de levantar la voz y ocupar un espacio.
Licenciado en Relaciones Internacionales y Márketing y fundador de PublicaLab, consultora de comunicación estratégica en la región