La síntesis perfecta de la tragedia nacional
La violencia de los setenta tuvo su punto culminante en la dictadura inaugurada por el golpe del 24 de marzo de 1976, pero se fue gestando antes, durante los cuatro gobiernos constitucionales del peronismo, entre 1973 y 1976. Tres años que, a fuerza de bombas, atentados, secuestros, asesinatos y desapariciones, incubaron el huevo de la serpiente. Sólo en 1975 hubo 1065 crímenes políticos.
El título ¡Viva la sangre! busca reflejar esa glorificación de la violencia como medio para lograr fines políticos que sedujo a tantos. Para unos, era el remedio para proteger la continuidad del Estado o los cimientos de la patria, que debía ser occidental y cristiana; para otros, se trataba de la partera de una sociedad sin clases, liberada de la oligarquía criolla y el imperialismo yanqui.
Sin embargo, esos tres años no son tan atractivos para la mayoría de los historiadores y periodistas, en parte porque el kirchnerismo está muy satisfecho con la imagen de una juventud plena de voluntad y de ideales de la cual se considera el heredero virtuoso; no le interesa que se muestre que los jóvenes que abrazaron o simpatizaron con la lucha armada no defendían los derechos humanos ni la democracia. Y la influencia del oficialismo es enorme entre quienes se dedican a investigar el pasado, porque dispone de una batería de incentivos materiales y simbólicos. Además, en la oposición, tanto dentro como fuera del peronismo, predomina una sensación vergonzante sobre aquella etapa.
La trama central de ¡Viva la sangre! transcurre entre agosto y octubre de 1975 en Córdoba, que, desde la insurrección popular conocida como el Cordobazo, en 1969, era la punta de lanza del socialismo a nivel nacional. Allí vivía y trabajaba el sujeto que debía hacer la revolución: la clase obrera más moderna y dinámica del país, fraguada en la industria automotriz.
Córdoba era la capital de la revolución y por eso resultó un imán irresistible para los grupos guerrilleros que se postulaban como la vanguardia armada de ese proletariado. Tanto fue así que las cúpulas de Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo se mudaron a Córdoba.
En aquellos años cruciales, Córdoba fue un laboratorio donde los sectores en pugna se presentaron en la esencia de sus proyectos. Por ejemplo, todavía se discute la identidad de Montoneros. Córdoba nos resuelve ese dilema, ya que allí aparecen nítidas las tres matrices que caracterizaron a la guerrilla peronista: la Iglesia Católica, el nacionalismo y el Ejército a través de la formación en el Liceo General Paz. Montoneros nació en las sacristías; en la violencia setentista, la Iglesia estuvo en los lados del mostrador: veló las armas tanto de los militares de la dictadura como de uno de los grupos guerrilleros con mayor poder de fuego.
Otro tema incómodo es que los desaparecidos no comenzaron luego del golpe sino en democracia, en los últimos seis meses del gobierno de Isabel Perón. ¡Viva la sangre! revela cómo nació el Comando Libertadores de América, un grupo paraestatal vinculado al general Luciano Benjamín Menéndez, que ya era el jefe del Tercer Cuerpo.
Según los anexos actualizados del Nunca Más , el informe de la Conadep, 69 personas fueron desaparecidas en Córdoba entre octubre de 1975 y marzo de 1976. Ese mismo listado, el más completo y actualizado que se conoce, indica también que durante la dictadura hubo 556 víctimas en Córdoba y 7158 a nivel nacional.
Córdoba permite comprender qué pasó en los setenta en nuestro país porque es una síntesis perfecta de aquella gran tragedia nacional.