La solidaridad como pedagogía
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COMO lo señaló La Nación el 1° de agosto del año último, en un editorial titulado "El valor de la solidaridad", la herencia social y cultural que el siglo XX le transmite al siglo XXI contiene luces y sombras.
Las luces tienen que ver con los avances de la ciencia y de la técnica, que hoy proporcionan herramientas portentosas para mejorar los niveles de salud y bienestar de las comunidades humanas y para promover su desarrollo integral. Las sombras son la otra cara de ese mismo proceso: la pobreza, la progresiva destrucción de los tejidos sociales, el alto número de personas excluidas de los circuitos de la producción y la riqueza.
¿Con qué elementos cuenta el hombre, en el filo de la transición de un milenio al otro, para afrontar estos males, para allanar el camino hacia una sociedad menos injusta y desequilibrada? Cuenta, por supuesto, con su conciencia y con los valores que la iluminan. Entre esos valores, uno de los más importantes es el de la solidaridad , entendida como la fuerza generosa que mueve a los seres humanos a volcarse desinteresadamente en ayuda del prójimo. Sólo en la medida en que las personas que disponen de mayores recursos se organicen para brindar ayuda solidaria a los sectores más desprotegidas de la población será posible avanzar hacia una civilización menos castigadas por las iniquidades y las injusticias.
De ahí la importancia de que el significado moral de la solidaridad sea difundido y desarrollado en las escuelas, de modo que el concepto ético sobre la necesidad de brindar ayuda a las personas socialmente desprotegidas pueda ser inculcado tempranamente en el espíritu de los seres humanos.
No hace mucho, durante un acto celebrado en la Biblioteca Nacional, el ministro de Educación de la Nación, doctor Juan José Llach, y el presidente de Caritas Argentina, monseñor Jorge Casaretto, reflexionaron en conjunto sobre los métodos que la escuela debería utilizar para que el espíritu de solidaridad y el sentido de la responsabilidad social estén presentes en los programas de enseñanza. El motivo del acto era la presentación del libro "La solidaridad como pedagogía", de la profesora Nieves Tapia.
Tanto el ministro como el titular de Caritas coincidieron en que la solidaridad no debe asomar en las aulas sólo como un concepto teórico sino que debe encarnarse en hechos, debe mostrarse como una realidad en movimiento. Dicho de otro modo: los alumnos deben ejercitarse en la práctica de la solidaridad, realizando acciones concretas en beneficio de personas o sectores que atraviesen dificultades de carácter económico, social o cultural.
Quedó así expuesta y definida públicamente la idea del aprendizaje solidario , que consiste en lograr que los estudiantes de todas las edades la voluntad produzcan acciones que sirvan al bien común o lleven alivio al prójimo. En el fondo de esta estrategia -que la autora mencionada desarrolla con detalles en su libro- está presente la convicción de que la solidaridad tiene, en si mismo, un valor pedagógico.
El principio de la acción solidaria como servicio y aprendizaje ha sido puesto ya en acción en diferentes establecimientos educativos de nuestro país.
Los alumnos de una escuela media de la provincia del Chaco crearon, no hace mucho, una huerta orgánica que permite producir alimentos a muy bajo costo, destinados a los alumnos pobres de la zona y a sus familias. También pusieron en marcha otros catorce proyectos de servicios comunitarios, entre los cuales se cuenta una guardería para las alumnas que tienen hijos.
En la provincia de Santa Cruz, el alumnado de un colegio secundario instaló -con la colaboración de los docentes y del personal directivo del estableicmiento- una estación de radio de frecuencia modulada. De ese modo, una localidad que carecía de medios de comunicación logró superar el estado de asilamiento interno en que vivía.
En una escuela provincial de Mendoza, estudiantes de 5° y 6° año diseñaron y construyeron sillas de rueda motorizadas y manuales, destinadas a personas de la zona con dificultades motrices.
Son -por ahora- casos aislados, pero sirven como desmostración de que el modelo del aprendizaje solidario es, hoy, en el sistema escolar argentino, algo más que una promesa dirigida al futuro.






