La UE no quiere ser un superestado
La idea de unos Estados Unidos de Europa, que hace recelar a Washington, no existe en el actual proyecto, de vocación principalmente económica
PARIS
La ampliación de la Unión Europea a 25 miembros es recibida con beneplácito por muchos funcionarios norteamericanos y por los británicos euroescépticos como la garantía de que nunca existirá lo que ellos denominan un "superestado europeo". Pero no alcanzan a comprender que eso ya fue desechado, en realidad, hace 30 años. Una Europa genuinamente federal ha sido una meta irrealizable desde que la original Comunidad Europea incorporó a Gran Bretaña, Dinamarca, e Irlanda en 1973.
Los estados admitidos fueron puestos de avanzada marítimos y atlánticos de la civilización europea. Nunca formaron parte de la Europa carolingia franco-germana. Nunca lo desearon. La Europa carolingia fue el núcleo de esa Europa occidental y cristiana que, para desalentar sus tendencias suicidas, creó lo que ahora es la Unión Europea. Para ella, una federación era una alternativa razonable.
La mayoría de las guerras de Gran Bretaña fueron libradas contra el expansionismo carolingio y el engrandecimiento nacional. Desde 1940, cuando Gran Bretaña y Dinamarca tuvieron que recurrir a la eventual intervención norteamericana para ganar la guerra contra la Alemania nazi, su dependencia y compromiso respecto de la seguridad han sido transatlánticos.
Charles De Gaulle comprendió esto perfectamente bien, por lo cual vetó la solicitud de Gran Bretaña de sumarse a la Comunidad Europea en 1961. Esa no fue una manifestación de hostilidad hacia Gran Bretaña. Se trató de la percepción de realidades nacionales y geopolíticas.
La ampliación inicial de la Comunidad Europea desatendió a De Gaulle con el propósito de incorporar a Gran Bretaña, la gran potencia europea ausente, porque eso parecía políticamente indispensable. Tanto la segunda como la tercera ampliación, que incluyeron a Grecia en 1981 y a España y Portugal en 1986, se inspiraron en la idea de que había que admitir a los países europeos recién recobrados de regímenes dictatoriales con el objeto de fortalecerlos y evitar que recayeran en lo anterior.
En gran medida, la misma idea respalda la incorporación de países anteriormente comunistas como Polonia, Bulgaria, Rumania y los estados bálticos. Es para resguardarlos (a ellos o a sus temores) de Rusia. Chipre y Malta están incluidos este año, como lo estuvieron Austria, Finlandia y Suecia en 1995, para ordenar el mapa. Sólo los estados de la ex Yugoslavia, más Albania (y Noruega, que rechazó su incorporación a la UE en 1972) permanecen fuera.
La admisión de esos nuevos miembros completa la transformación del proyecto europeo a partir de la búsqueda desde una nueva integración política hacia una nueva y conciliatoria forma de alianza de naciones autónomas.
Además renueva la necesidad de "coaliciones de los países de buena voluntad" o de "grupos precursores" que permitan la introducción de iniciativas políticas y estratégicas actualmente imposibles. Esto no siempre es valorado.
La ampliación a 25 miembros (o a un mayor número, posteriormente) aumenta la influencia y el poder de la economía de la Unión Europea, que pasa a tener una escala considerablemente mayor que la de los Estados Unidos. La más importante dinámica política y estratégica de la Europa de los 25 incluirá iniciativas de cada uno de sus miembros, actuando bajo su propia responsabilidad a partir de la base extendida de una Unión Europea ampliada.
La primordial vocación de la Unión Europea ampliada es económica. Sus objetivos son la prosperidad, el apoyo recíproco, la cooperación intercontinental. Jamás podrá ser una Estados Unidos de Europa. Al final de una larga evolución, es concebible que pueda convertise en una nueva Suiza. Suiza no tiene política exterior, salvo para defender su integridad territorial.
El rechazo, por parte de Francia y Alemania, de la política norteamericana en Irak alarmó seriamente a Washington en su momento, y el gobierno de Bush se esforzó por "restarle unión" a Europa (con la intención de dividirla).
Tanto Robert Cooper, de la Unión Europea, como Robert Kagan, de los Estados Unidos, han descripto la Europa contemporánea en términos de una evolución social en la que los europeos (con falta de realismo, según Kagan) se imaginan viviendo en una nueva era en la que predominarán las negociaciones y las conciliaciones.
Sin embargo, si el mundo es, en rigor de verdad, un mundo hobbesiano con predominio del poder tal como lo describen los funcionarios y analistas norteamericanos, es razonable presumir que, sea cual fuere su nueva configuración, Europa se adaptará. Hasta ahora nunca fue una civilización pasiva ni muy pacífica. La ampliación de la UE abre nuevas puertas.