
La venganza del relato
El discurso progresista con que el Gobierno maquilló muchas de sus decisiones da muestras de agotamiento y ya es un estorbo para el descarnado ejercicio del poder

El relato es el principal eje vertebrador de sentido para las dos presidencias Kirchner. Describía un progresismo tan lato como indefinido, con la pretensión de convocar a mucha gente que de buena fe comparte ese afán. Y el progresismo que nos relatan ha servido para perdonar inconsistencias y dar a los dubitativos una autojustificación. Con más razón cuando los resultados son calificados como excelentes. El campeón de esa culminación ha sido Alberto Fernández, inventor de un capitel que ha repetido sin trepidar: "Néstor Kirchner es el mejor presidente de la democracia".
En el relato progresista ha entrado de todo, desde la bienvenida jerarquización de la Suprema Corte a las mejoras económicas de la gente, la universalización de las jubilaciones, el ingreso a la niñez, la reestatización del sistema jubilatorio, la expropiación de YPF, la continuación de los juicios a los represores, el apoyo a las madres y abuelas, y el discurso antiimperialista, por ir citando? Pero en el empeño por construir ese pedestal se avanzó en reformular la memoria argentina de modo que esos trabajos aparecieran con una luz nueva, la luz de una verdadera fundación. Así, la reconstrucción de los derechos humanos no nació con la democracia sino con Kirchner, se pretendió convertir a las madres y a las abuelas en cortesanas agradecidas y pudientes y se generalizó la afirmación oficial y oficialista de que en todos los campos de la vida argentina se alcanzaban resultados nunca conocidos antes.
En ese camino, había también que reescribir la Historia y convocar a señorones y allegados a elaborar discursos y formar institutos revisores. Así se metió mano en un documento del patrimonio argentino, el Nunca más y se ha pretendido avanzar en los contenidos de la educación pública reordenando el cuadro de próceres y excluidos según el gusto oficial para dar mejor brillo a los logros de estos años.
Hay un episodio fundacional de esta filosofía. El 7 de julio de 2009, al homenajear a las Fuerzas Armadas con motivo de la Independencia, la Presidenta llamó a celebrar el bicentenario de la Revolución de Mayo "después de doscientos años de desencuentros, frustraciones y fracasos". Y dijimos entonces en esta página: "No es la primera vez que la Presidenta enarbola este juicio lapidario y desalentador sobre la construcción de nuestra patria, obligándonos a pensar que es con ese enfoque que ella presidirá, el año entrante, las «celebraciones» del Bicentenario".
Y así fue. Aquella fiesta de todos y en la que todos participamos estuvo manchada por un mensaje torcido y discriminatorio del pasado que, entre otras cosas, apocó o borró los queridos trabajos de Sarmiento y los otros fundadores de la segunda mitad del siglo XIX. A eso seguiría la tarea de los encomendados a revolver el relato histórico para disminuir méritos consolidados y levantar figuras o episodios grises de modo que sólo brillara en todo su esplendor la refundación progresista de Néstor. Ni Sarmiento ni Alfonsín, Néstor, "el mejor presidente de la democracia".
Ahora es público que por aquellos mismos días se construía a la sombra y al amparo del poder progresista la operación de fraude económico acaso más grande de la historia. Muchos teníamos informaciones y rumores sobre esas maniobras que no sólo implicaban violencias morales y perjuicios al patrimonio público, sino también un modo de gobernar torcido para permitir que esos jugos del dinero público se desviaran, en cuantía asombrosa, hacia bolsillos privados. Hubo algunas denuncias que tuvieron poco eco y menos atención judicial. Y el relato se usó para demonizar a los denunciantes como agentes enemigos del progreso que se estaba construyendo. El relato tapaba todo y los corifeos del régimen acentuaban sus diatribas y sus afirmaciones de lealtad fundadora en extensas y rocambolescas declaraciones y en colectivas asambleas aplaudidoras en las que no faltaban figuras conocidas de nuestra vida mediática. Ellos aplaudían el relato, acaso inocentes -debemos presumirlo- de lo que sucedía detrás de las bambalinas.
Y entre tanto la acción depredadora se generalizaba. Porque con el unitarismo vigente en la asignación de fondos para obras públicas en las provincias, desde los ministerios nacionales se despachaban proyectos cerrados con presupuestos inexplicables. En todas las provincias favorecidas por el calor kirchnerista hay obras públicas faraónicas al lado de necesidades de los pobladores, urgentes y menores, insatisfechas. Da la impresión de que la gran obra justificaba el "apoyo" federal, ¿acaso porque permite mejores desvíos?
Hoy tenemos a la vista las dos alas de ese depredador. Una encomiable tarea periodística revela, día tras día, los detalles y responsables de la gigantesca defraudación. Y el colapso de los servicios públicos -transportes, inundaciones, energía, seguridad-muestra sin afeites los daños que esa maniobra de enjugar fondos públicos durante años ha provocado al interés colectivo y a la vida de cada uno de los argentinos. Son daños mortales.
El relato se invierte porque el progreso retrocede. Y nos llama a pensar todo de nuevo, porque es evidente que ha servido para tapar otro proyecto político, que según conocidos comunes, se resume en una frase preferida de Néstor Kirchner: "El verdadero poder es el poder económico".
Todo esto impone dos preguntas. La primera es cómo los más altos responsables de la administración presupuestaria -Alberto Fernández y los ministros responsables de estos diez años- no advirtieron los desvíos del dinero público. No sólo los de los modestos e inflados presupuestos de obra de Santa Cruz, sino también los que tiñen las obras nacionales y los subsidios multimillonarios al transporte, todo lo cual debía poder verse en las cuentas que inicialan y firman los ministros y, muy especialmente, el jefe de Gabinete, responsable constitucional de la administración presupuestaria.
La segunda pregunta -más dramática- es si esta reversión del progresismo que estamos viviendo, con actitudes oficiales como apocar a esa misma Corte Suprema que fue un emblema, no anuncia que el mentado relato ya no es útil. Más aún, que el relato empieza a ser un estorbo para el puro y descarnado ejercicio del poder político y el ocultamiento del poder económico que los favoritos del Gobierno han juntado en estos años. Podemos estar al inicio de un retroceso del relato, con la aplicación de medidas cada vez más improvisadas y deletéreas, que sólo buscan detener el quebranto.
Y entonces aparece la figura presidencial aislada, como si perdiera el asidero del relato y se quedara sin memoria, lo que generalmente implica quedarse también sin futuro. Como si la Presidenta fuera un náufrago en un presente sin orillas.
Estamos llegando a una crisis. Pero no es tanto alguna de las crisis que atisbábamos o temíamos, crisis económica, crisis política, crisis social. No, se trata de otra crisis. La crisis de la justificación histórica. La única crisis de la que no se vuelve.
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