
Las Fokkens, memoria de otros tiempos en la zona roja
Son literalmente dos gotas de agua. Ojos celeste clarito, cabello blanco, cuerpos robustos pero ágiles y la misma gracia para moverse y sonreír. Se visten igual y el rojo aparece entre sus colores favoritos, siempre. Martine y Louise Fokkens son gemelas y se las conoce como "las prostitutas más viejas de Amsterdam". Subidas a sus tacos altos unas doce horas por día, durante más de 50 años ejercieron en la conocida zona roja de la ciudad. Con 71 años, una de ellas todavía se encierra en el cubículo, de tanto en tanto, porque "la pensión estatal no alcanza", como dicen en Meet the Fokkens, un documental que las tuvo como protagonistas. "Este negocio nos enseñó que hay que llevarse bien con todos", cuenta Louise. Alguna vez hicieron cuentas: si combinan sus experiencias, son 100 años durante los que se acostaron con 355.000 hombres. Un numerito. Louise se retiró a los 70; aunque argumenta que la artritis ya le impedía otorgar ciertos placeres, la verdadera razón fue la falta de clientes. Martine aún ejerce, son 50 euros por veinte minutos de trabajo, y todavía hay clientes leales o amantes fetichistas que celebran tener sexo con una anciana ardiente.
Las Fokkens se iniciaron en la prostitución inducidas por maridos vagos y miserables. A una de ellas, a fin de presionarla, el hombre le quitó los cuatro hijos y los mandó fuera de la ciudad, para que los criara otra familia. Hace rato que las chicas se divorciaron y de aquellos matrimonios sólo quedan hijos y nietos con los que juegan a parecerse a cualquier abuela del mundo. Ni Martine ni Louise se sienten cómodas entre quienes hoy ejercen el oficio. "La mafia de Europa del Este cambió todo, ya no hay sentido de comunidad", dice Louise. "En nuestra época, nos poníamos detrás de la ventana con nuestras mejores ropas. Hoy ya no son holandesas las que están ahí, son inmigrantes. Y están desnudas." Ya en 1997, un artículo de Le Monde Diplomatique aseguraba que en Holanda el 80% de las prostitutas eran extranjeras. Una cifra oficial de 1999 reduce un poco el cálculo y dice que dos tercios de quienes ejercen el oficio llegaron de otros países. Los clientes tampoco son holandeses en Amsterdam (ni marineros, como cantaba Jacques Brel), sino turistas. La regulación de la práctica en 2000 fue una manera de permitir al Estado monitorear la actividad para evitar la explotación, el abuso de menores y la trata -Holanda es uno de los principales destinos de los traficantes de mujeres-, ya que aunque la prostitución allí es legal desde 1830, recién con la regulación comenzaron a exigir licencia municipal y el pago de impuestos. Estas decisiones no mejoraron la vida de las prostitutas, aseguran las gemelas, quienes sostienen que ahora se trabaja sólo para pagar los impuestos.
Las gemelas viven en un departamento de dos ambientes en Ijmuiden, en la zona oeste de Amsterdam, acompañadas de tres chihuahuas, y asisten regularmente a la clínica de salud mental de la comunidad judía: hay más de un trauma que enfrentan a diario. Nacieron en 1943 y el nazismo fue una marca en su familia. Son judías por parte de su madre, quien hasta su muerte pensó que podían llegar a buscarla para llevarla a un campo de concentración. Por estos días concedieron una entrevista al diario israelí Haaretz, donde hablaron de todo. Ahí contaron que aunque se reconciliaron con su origen judío en la vejez, aún les da pudor ir al templo. Y que, cuando lo hacen, se ubican lejos, bien lejos del rabino.







