Las rupturas que esconde el Brexit
La saga del Brexit parece más una mala ruptura amorosa (aunque nunca haya existido amor) que la partida ordenada de un país civilizado de un acuerdo regional. El Brexit esconde por lo menos cuatro rupturas, de profundas consecuencias para Gran Bretaña y Europa: regional, nacional, en el sistema de partidos y entre el Partido Conservador y la sociedad. Como el Brexit, estas son, más que económicas o comerciales, sobre todo cuestiones de identidad. La ruptura entre británicos y europeos no sorprende: los británicos nunca se sintieron muy europeos. Es común escucharlos referirse a Europa continental como "Europa", como si ellos fueran de otro continente.
El país no estuvo entre los fundadores de la Comunidad Económica Europea, cuya consolidación coincidió con el declive del imperio británico de posguerra. La crisis de identidad colectiva que siguió explica el euroescepticismo británico. Años de intensos debates precedieron la entrada a la Comunidad, en 1973. Una vez adentro, el país prefirió no profundizar la integración y mantenerse fuera del euro o el acuerdo Schengen. El discurso del Brexit que llama a romper con Europa para "recuperar el control" de las fronteras, los impuestos y la seguridad, "librarse" de las trabas europeas y "comerciar con el mundo" esconde el sueño de retornar a un pasado imperial esplendoroso. Europa es el Otro, que trae inmigrantes, costos y burocracia; el mundo, la oportunidad de (volver a) conquistar mercados globales.
Aquel imperio fue antes inglés que británico. Esta es la segunda ruptura. De las cuatro naciones que forman el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Inglaterra tiene la mayor población y riqueza, e históricamente dominó la escena política y económica británica. Como observa Krishan Kumar, son los ingleses -no los británicos- quienes se sienten los creadores de Gran Bretaña, constructores del imperio y pioneros de la primera civilización industrial del mundo.
Las encuestas sobre identidad nacional vs. identidad británica son reveladoras. Cuanto más británico se sienta un escocés o un irlandés, más probable es que haya votado por el Brexit. Si predomina su identidad escocesa o irlandesa sobre la británica, más probable es que haya votado contra el Brexit. Con los ingleses, lo opuesto: cuanto más inglés, más pro-Brexit. Cuanto más británico, más anti-Brexit. Timothy Garton Ash resume: para algunos, Gran Bretaña solo se salva con más Europa; para otros, Inglaterra solo se salva con menos Europa. La nostalgia del imperio británico encarna en el nacionalismo inglés, enfrentándolo con las otras naciones de la Unión. Escocia se resiste a ser arrastrada fuera de Europa por una mayoría inglesa y reclama un nuevo referéndum de independencia.
El nudo del Brexit es la frontera aduanera entre Gran Bretaña y la UE en la isla de Irlanda. El regreso a un control fronterizo entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte es inaceptable para los católicos nacionalistas. La alternativa de controles entre Irlanda y su isla vecina -Escocia, Gales e Inglaterra- es inaceptable para los protestantes unionistas. No es un tema menor: el conflicto irlandés terminó en 1998, duró más de 20 años y dejó más de 3500 muertos (la mitad, civiles). La violencia podría resurgir. Además del debilitamiento de la identidad británica, el Brexit provocó mayor dispersión electoral. La tercera ruptura es la del bipartidismo.
Los dos partidos históricamente predominantes -el Conservador y el Laborista- tienen adentro fuertes facciones a favor y en contra del Brexit. Pero cada vez más votantes buscan partidos con posturas definidas sobre el tema, como UKIP/Brexit y el Demócrata Liberal o el Nacionalista Escocés, consistentemente europeístas. En las últimas elecciones al Parlamento Europeo, laboristas y tories, sumados, arañaron el 23% de los votos. Es probable que mejoren en las elecciones nacionales, pero también que nunca recuperen la identificación con los votantes de antaño.
De los dos partidos más importantes, el Brexit daña más al Conservador. La cuarta ruptura nos muestra la crisis de ese partido, que buscó resolver en el seno de la sociedad británica sus propias divisiones internas y solo las agudizó. Esas tensiones -y el ascenso de UKIP, que les quitaba votos- fueron el origen del referéndum de 2016. El Brexit se devoró a dos primeros ministros conservadores: David Cameron y Theresa May. El tercero, Boris Johnson, es aún más intransigente que los anteriores. Al convertir el Brexit en su único objetivo, el Partido Conservador rompe con su tradicional política de sostener el unionismo de las cuatro naciones británicas, una sociedad británica compartida. ¿Y si Johnson lograra materializar el Brexit? La salida (aún por verse) nos dejaría al comienzo -y no al final- de un proceso histórico que está cambiando profundamente el perfil y el tejido de aquello que conocimos como Gran Bretaña... y Europa.
Profesora asociada y directora de las Licenciaturas de Relaciones Internacionales, y Ciencia Política y Gobierno de la Universidad de San Andrés