Legisladores irascibles
Lo menos que puede esperarse de un legislador de la Nación es que sepa guardar un mínimo de compostura y decoro cuando se encuentra en un lugar público. De ahí el asombro que ha suscitado la escandalosa reyerta que desataron días atrás cuatro miembros del Congreso nacional -dos senadores y dos diputados, todos ellos representativos de la provincia de La Pampa- en un restaurante porteño del barrio de San Telmo que ofrece habitualmente atracciones musicales.
Los cuatro legisladores y el grupo de militantes justicialistas que los acompañaban, disconformes con la calidad del servicio que se les estaba ofreciendo, irrumpieron en la cocina del establecimiento -varios de ellos en avanzado estado de ebriedad- y saquearon la heladera, apoderándose por la fuerza de botellas de vino y champagne por valor de 600 pesos. Pero no sólo eso: desataron además una descomunal gresca y propinaron trompadas a uno de los empleados de relaciones públicas del local. Los pendencieros representantes del pueblo estaban festejando de manera tan original y briosa el triunfo electoral que les había permitido ganar bancas en el Poder Legislativo.
La anécdota no deja de causar preocupación. Si la morosa afluencia de bebidas a la mesa que habían hecho tender para celebrar su acceso al Congreso fue capaz de encender en sus fueros íntimos tal acceso de furia, ¿qué no serán capaces de hacer cuando un proyecto sometido a debate no satisfaga sus expectativas o, simplemente, no fuere de su agrado?
Las borracheras pasan, los escándalos también. Pero lo que no pasa tan fácilmente es la incomodidad que un episodio de este tipo produce en un país que sigue soñando con legisladoras y legisladores que honren sus investiduras no sólo cuando están en el recinto: también cuando el dios Baco los convoca a sus dominios.