Líderes y partidos: fragmentos de un legado fundacional
La conflictiva pluralidad de los 80 dio lugar a liderazgos pragmáticos y ?a nuevas rupturas con el pasado, pero no dejó de garantizar una frontera al autoritarismo
Hay hoy una larga generación criada en los años del menemismo que ha sido testigo de la fallida experiencia de la Alianza y su ominoso epílogo. Estos jóvenes, menores de 35 años, que en su mayoría emergieron a la vida pública en el transcurso de la última década, constituyen alrededor del 40% del padrón electoral. Para estos importantes segmentos de la población argentina, el Estado de Derecho y la sucesión ordenada de elecciones constituyen un dato antes que el resultado, a veces ansiado y otras veces no buscado, de la revisión de los desencuentros que imposibilitaron al país constituir un orden político estable durante buena parte del siglo pasado.
No es esa experiencia juvenil la que debe ser cuestionada: es la memoria vital de los mayores, golpeada por recurrentes infortunios sustentados en responsabilidades propias, la que mucho ha callado para condenar a ese hilo que nos une a nuestro pasado reciente a un cono de sombras.
Pasados 30 años, la creciente banalización de términos como republicanismo y liberalismo oscurece día tras día las aristas fundacionales de nuestro régimen político. Heredera de una transición radical no pactada y erigida alrededor de una promesa de vida que rompía para siempre con un pasado de muerte y violencia, la frontera alfonsinista supuso una particular comunión de principios y valores provenientes de diversas tradiciones políticas. Si el elemento típicamente democrático de la soberanía popular había constituido una marca de las principales identidades políticas argentinas del siglo pasado, aquél muchas veces se había desarrollado a expensas del respeto del Estado de Derecho. Una hazaña no menor de la gesta de 1983 es haber combinado aquel elemento democrático popular con la defensa irrestricta de los derechos humanos y la ley. Todo ello se dio en un marco signado por una activa participación de la ciudadanía a través de los partidos políticos. La democracia argentina se encontraba así con principios liberales y republicanos constitutivos de nuestra institucionalidad y lo hacía a partir de una revisión que era por momentos flagelante autocrítica de la intolerancia y el faccionalismo al que no eran ajenas las principales fuerzas políticas en vertiginosa transformación. El alfonsinismo y el peronismo renovador fueron la expresión más auténtica de ese proceso que atravesó a la mayoría de los partidos.
La política nunca "se fue"
El lento naufragio de aquella gran promesa que auguraba una rápida confluencia entre democracia y bienestar condujo al paulatino eclipse de aquella movilización inicial. El imperio de la necesidad y la demanda de orden frente al caos inflacionario dieron lugar a nuevos liderazgos más pragmáticos que, si de una parte ahondaron las brechas sociales, de otra supieron satisfacer requerimientos urgentes aun a costa de cierta torsión de aquel consenso fundacional, aunque sin romper con varios de sus postulados fundamentales. La política nunca "se fue", contrariamente a lo que afirma el sentido común, pero la competencia y la pluralidad de los primeros años se resintieron y con ella aquella centralidad de la forma partido. La representación se fragmentó y perdió densidad organizacional, los liderazgos crecientemente se convirtieron en empresas parasitarias de la opinión pública antes que en artífices de estados de opinión.
La política de la última década ha emergido de la heterogénea movilización a que dio lugar la crisis de 2001. El kirchnerismo fue un inteligente organizador de ese malestar hacia los elencos políticos y sobre él edificaría un poderoso liderazgo reconstruyendo un horizonte de comunalidad perdido. El kirchnerismo fue durante sus primeros años tanto el heredero de aquel consenso fundacional como el operador de torsiones diversas de ese legado. La por momentos conflictiva y por momentos cooperativa pluralidad de los 80 había dejado lugar a un nuevo discurso de ruptura con el pasado, poco dispuesto a reconocer herencias, filiaciones y aspiraciones compartidas.
A lo largo de estos 30 años, aquellos sentidos de la fundación de 1983 han permanecido entre nosotros como un límite efectivo que ha impedido el retorno de un pasado que se pretendió sepultar para siempre. Corresponde a aquellos que fuimos testigos o actores de aquel tiempo poner en palabras esa herencia latente de la democracia argentina para las generaciones más jóvenes, una herencia que bien puede enorgullecernos a pesar de las múltiples dificultades enfrentadas o aun gracias a ellas: como rasero de lo conseguido, como denuncia de lo que aún nos falta. Porque como escribía Platón en Las Leyes, "el comienzo es como una divinidad, que asegura el éxito de nuestras empresas siempre que le honramos como merece".
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