Llega el desafío de la inversión
En la última semana, la estimación de actividad industrial está confirmando las señales que indicaban un enfriamiento de la actividad económica, después de 15 meses de crecimiento. Si bien no se puede hablar de recesión, ni la caída de demanda es generalizada, ya no se puede disimular la evidencia de un debilitamiento de las fuerzas que impulsaron la economía en el último año.
Las causas de este fenómeno son múltiples y variadas, y algunas de ellas están generadas fuera de la Argentina. El mundo está quedándose sin "locomotoras" de crecimiento económico, ante el debilitamiento de la economía americana y europea, que se suman al estancamiento de la japonesa desde hace bastantes años. Esto ha provocado temores de deflación y fuertes reducciones en las tasas de interés, que explican en parte el debilitamiento internacional del dólar, lo que nos afecta por ser un país cuyos ahorros se mantienen fundamentalmente en esa moneda.
Otra vez el Mercosur
Pero nos perjudica especialmente el enfriamiento económico en Brasil, que tiene sus causas propias, muy relacionadas con el peso de una deuda interna que los obliga a mantener tasas de interés inusitadamente altas, cercanas al 30%, cuando la inflación está cayendo por debajo del 10%. Este freno de Brasil es muy brusco y contrasta con las expectativas muy favorables que rodearon al acceso del presidente Lula al poder, lo que genera un aluvión de "liquidaciones" de saldos exportables cuyo destino es muchas veces nuestro país y otras veces países que podrían ser destino de nuestras exportaciones. Esto se nota especialmente en los sectores textil, automotor, avícola y plástico, pero también en otros, y explica por qué hemos tenido recientemente un déficit de balanza comercial con nuestro vecino, aun incluyendo los productos primarios que exportamos. Y es más preocupante aún la tendencia, ya que si analizamos la balanza de productos industriales exclusivamente, el déficit anualizado del primer cuatrimestre es de $ 900 millones, comparado con un superávit de casi $ 270 millones el año pasado. Pero el bimestre marzo - abril triplicó el déficit del bimestre anterior, y los valores de mayo son aún peores, por lo que es razonable estimar que el déficit del año podría superar los $ 1200 millones, valor al que se llegó en el año 2001.
Y más allá de lo que está pasando con Brasil, el modelo basado en un tipo de cambio muy devaluado como el del 2002, generando exportaciones y sustituciones de importaciones, está perdiendo impulso. La reversión de la crisis externa le hace muy difícil al BCRA sostener el tipo de cambio, y resulta imperioso buscar otros factores de estímulo de la demanda global. Entonces hay que pensar en la inversión y en el consumo. Las autoridades ya han manifestado su preocupación por la falta de crédito bancario, y hasta han realizado algunos ajustes salariales para movilizar la demanda interna.
El tema del crédito no pasa exclusivamente por los bancos. En los últimos meses, la reconstrucción de las reservas internacionales y la disminución de la huida de capitales han permitido reconstruir la liquidez del sistema financiero, lo que a su vez ha permitido una importante caída en las tasas de interés. No obstante, a pesar de la liquidez sobreabundante, los préstamos no se reponen con la misma velocidad de los depósitos, y ésta es otra causa del debilitamiento temprano de la recuperación económica.
La falta de crédito es hoy el resultado de una serie de causas muy complejas. En primer lugar hay que entender que muchos bancos, fundamentalmente extranjeros, están desmotivados para seguir invirtiendo en la Argentina, por muchos motivos. También están aún pendientes las compensaciones por los ajustes decididos a comienzos del año pasado, y otra serie de complejas decisiones que afectan la integridad patrimonial de muchos bancos. Además, en los últimos meses han surgido serios problemas de rentabilidad, que nos obligan a repensar el sistema financiero de la próxima década, incluyendo el papel que en la misma jugarán los bancos oficiales.
Pero el principal determinante de la falta de crédito es el "desencuentro" entre las pretensiones de los ahorristas y las posibilidades o expectativas de los empresarios. Efectivamente, resulta entendible que los potenciales depositantes pretendan tasas de interés cercanas al 10% anual, considerando los corralitos, las devaluaciones y la inflación experimentados en los dos últimos años. Podría decirse que es sorprendente que acepten esas condiciones, aun conociendo que son rendimientos que hoy son superiores a la inflación y la devaluación esperada, y que en el exterior las tasas son mucho menores.
Pero cuando al costo de esas tasas de interés se le suman la incidencia del encaje bancario y de los demás costos operativos, llegamos a tasas de interés sobre préstamos que oscilan entre el 15% y el 25%, dependiendo de plazos y riesgos. Y a estas tasas de interés, la mayoría de los empresarios no está dispuesto a endeudarse para financiar sus inversiones.
Los empresarios que se endeudaron durante los años 90 tuvieron una mala experiencia, más allá de la pesificación resuelta el año pasado. Cuando se comparan los costos financieros con la evolución de las empresas, su rentabilidad o los precios de sus activos, resulta evidente que al que no se endeudó le fue mejor. Y esa experiencia está presente en la cautela que los empresarios están demostrando hoy, y que no estuvo presente durante la primera mitad de la década pasada. En aquellos años prevalecía un optimismo, hoy sabemos que infundado, que llevó a los hombres de negocios a aceptar tasas en dólares tan altas como las que hoy se ofrecen en pesos.
La falta de un horizonte más claro y más propicio para la actividad económica es una de las explicaciones de la falta de demanda de créditos al sistema financiero, y que explican los valores aún muy bajos de inversión productiva. La indefinición en la negociación de la deuda externa agrava esta situación, ya que las empresas más grandes tampoco tienen posibilidades de recurrir al crédito externo, ni siquiera de sus casas matrices.
Cabe esperar entonces que las nuevas autoridades adopten las decisiones que permitan despejar las dudas subsistentes. Y también que elaboren las políticas activas que ayuden a un cambio de expectativas en vastos sectores económicos, incluyendo las negociaciones de condiciones de acceso más favorable de nuestros productos en el exterior.
Las políticas activas de apoyo a las pequeñas y medianas empresas pueden ser otro de los pilares de este cambio de humor que necesitamos, y que tiene la posibilidad de producir simultáneamente empleo, exportaciones y recursos fiscales, que son las tres grandes necesidades de corto plazo de nuestra economía. En este sentido hay mucho para aprender y copiar de los países más desarrollados, como Estados Unidos y Europa, que más allá de lo que proclaman y recomiendan, tienen muy en claro que las prioridades nacionales coinciden con las necesidades de la producción.
- El próximo domingo: el columnista invitado será Roberto Frenkel.