Lo correcto
"Creo que la Argentina se convertirá en un mal ejemplo para muchos países, porque hizo todo lo correcto, buscó siempre honrar sus obligaciones y respetar los derechos de propiedad, pero al final miren dónde está..."
(De Carl Ross, economista jefe para América latina de Bear, Stearns & Co.)
La vida nos conduce a conclusiones que jamás hubiéramos deseado formular. Es muy posible que pocos presidentes como el que acaba de dejar el puesto hayan vivido con la obsesión de hacer siempre lo correcto, y, sin embargo, tuvo que renunciar dos años antes de terminar su mandato. Su caso no es el único. No hace falta pensar en las alturas del poder, sino más bien en el modesto empleado que ha hecho lo correcto -es decir, lo que sus jefes le pedían- a cada paso de su carrera y a quien los mismos jefes, hartos de tanta obediencia ciega, reemplazan sin contemplación de buenas a primeras por otro que les augura una conducta llena de incorrecciones.
Lo más difícil de aceptar en este ejemplo es que muy a menudo el incorrecto reemplazante logra mejores resultados que el reemplazado que sólo quiso hacer lo correcto. ¿Hicieron bien en despedirlo? ¿Significa esto, acaso, que no se debe hacer nunca lo correcto o más bien debe ser una pista para entender que lo correcto, pensado en términos absolutos, no existe?
El azorado economista Ross aún está deslumbrado por el resplandor de la paradoja. En el fondo, parece no desear que la Argentina encuentre épocas mejores por el camino de la incorrección, porque se convertirá así en mal ejemplo para los correctos que todavía perseveran. Y una lectura más fina de sus palabras devela que, también en el fondo, está seguro de que al país le irá mejor cuando deje de ser correcto. Extremando el análisis, diríamos que nos encontramos al filo de una elección difícil: o insistimos en hacer lo correcto para empeorar día tras día, o nos portamos mal y alcanzamos de esa manera nuestro destino de grandeza. Hay una tercera posibilidad: declarar que en adelante lo incorrecto pasará a ser lo correcto y quedar de ese modo en paz con Dios, con el diablo y con nuestra propia conciencia.