Los hados y la galaxia
Nuestro concepto de destino tiene sentido. En un universo cuyas variables son, si no infinitas, incontables, sabemos que somos incapaces de controlar casi nada. Eso no nos gusta ni un poquito. Somos demasiado ególatras (y, por lo tanto, demasiado inseguros) para admitir que nuestra existencia está a merced de vientos caprichosos e imprevisibles.
OK, sí, concedido, tomamos a diario muchas decisiones. Pero aquello de que somos los arquitectos de nuestro destino suena de lo más exagerado. Exagerado y un poquito contradictorio. Porque si es destino, entonces no hay arquitectura que valga; y viceversa. El destino y los viajes en el tiempo (en el fondo, vendrían a ser lo mismo) resultan prolíficos en paradojas y contradicciones.
No nos desviemos. Es improbable que descubramos esta mañana si el destino es una entidad real y comprobable. ¿Existe una "fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre dioses, hombres y sucesos", como lo define el diccionario de la Real Academia Española? ¿O el hado no es sino el reflejo de un universo inconmensurable sobre nuestras conciencias perplejas? Curioso: parecemos estar predestinados a no resolver nunca tal misterio. Pero incluso si pudiéramos aislar esa "fuerza desconocida e irresistible", ¿lo conseguiríamos porque somos muy inteligentes o porque estábamos destinados a hacerlo?
Lo sé, la filosofía y la religión han lidiado con nuestra laberíntica condición desde los albores de la humanidad. No le daremos más vueltas por ahora. Preferiría, mejor, echarles un vistazo a la inmensidad que nos rodea y a lo que hemos logrado (o lo que estábamos destinados a lograr, en este punto da lo mismo), para establecer un equilibrio entre la humildad y el orgullo. Frágil y endeble, pero una pizca de equilibrio entre el hado y la voluntad. Aunque, es cierto, uno podría simplemente estar destinado a tener voluntad. ¿Podríamos estar destinados a estar destinados? Dejemos esto. Marea.
Los astrónomos, protagonistas estelares del eclipse de ayer, lo saben mejor que nadie. Nuestro planeta orbita un pequeño sol en los confines de una galaxia a la que llamamos Vía Láctea y que contiene entre 100.000 millones y 400.000 millones de otras estrellas. Algunas brillan en soledad. Otras, no. Se calcula que hay 100.000 millones de planetas en esta galaxia. El número total de galaxias en el universo observable, revisado en 2016 por la Sociedad Astronómica Americana, sería de 2 billones (es decir, un 2 seguido de 12 ceros). No, no estamos solos. ¿Por qué nos sentimos tan únicos entonces? (O sea, tan solos.) Enrico Fermi lo planteó primero. Tal vez, nos encontramos demasiado lejos. Tal vez, es mejor que se nos mantenga aislados hasta que maduremos un poco.
La frase que contribuye a aumentar el estupor de nuestro quebradizo intelecto es, y la subrayo, "el universo observable". ¿Y más allá? Buena pregunta.
No hace falta irse tan lejos. Aquí mismo, en nuestro mundo, somos solo un punto en el inmenso tejido de la vida. Un artículo de la revista del Museo Smithsoniano de Estados Unidos, que cita un estudio del PNAS (www.pnas.org/content/115/25/6506), observa que los humanos representamos tan solo una diezmilésima parte de la biomasa terrestre. Pocos y tan creídos.
No hay algunos imponderables. Estamos rodeados de imponderables. El milagro es que persistimos. No lo logramos con fanatismo y violencia, sino con bondad, esfuerzo, voluntad, fe, esperanza y sacrificio. Aunque a veces la nuestra parece una historia de horrores, la hostilidad y la destrucción no han prevalecido. De otro modo, impertérrito, el universo ya nos habría exterminado. ¿O fue solo destino? No me parece.
Y tampoco importa. Venimos de la noche innombrable y hemos llegado lejos. Pero deberíamos abonar este legítimo pundonor con una generosa dosis de recato. Si nos sintiéramos tan seguros como pregonamos, nunca hablaríamos de destino.