Los límites de la Fundación
“Había, por aquel entonces, cerca de 25 millones de planetas habitados en la Galaxia y ninguno de ellos dejaba de obedecer al Imperio con sede en Trántor”. La presentación del universo diseñado por Isaac Asimov para su serie de novelas de Fundación no se anda con chiquitas. Trántor es como Roma en el apogeo del Imperio pero a una escala galáctica; la historia terrestre de los seres ha sido olvidada dentro de 50.000 años pero no la condena a repetirla. “Toda la superficie de Trántor, con sus 1.700.000.000 kilómetros cuadrados, era una sola ciudad. La población, en su máximo, excedía los 40.000 millones”, explica la ficticia Enciclopedia Galáctica dentro del primer volumen de Fundación, publicado en 1951.
El destino de Trántor es, por supuesto, la Caída. Igual que el de Roma relatado por Edward Gibbon, principal inspiración de la ficción –y de otros clásicos del género, como Roma eterna, de Robert Silverberg; Hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon y, por supuesto, Star Wars– el futuro es irreversible. El mejor curso de acción para la humanidad es intentar acortar la inevitable Edad Oscura que sucederá a su derrumbe a apenas mil años, y preservar la historia y los progresos de la civilización en dicha Enciclopedia para cuando vuelva a surgir de las tinieblas. La hoja de ruta para lograrlo es trazada por la psicohistoria, una suerte de complejísima sociología matemática perfeccionada por el doctor Hari Seldon, capaz de predecir “las reacciones de los conglomerados humanos ante determinados estímulos sociales y económicos” con un grado de precisión asombroso (pero no absoluto).
La Fundación, aunque la traducción del inglés haya querido preservar sus semejanzas a una ONG, no es una sociedad de socorros mutuos. Sus agentes buscan constituirse en la base o los cimientos sobre los cuales se construirá el Segundo Imperio Galáctico según el Plan Seldon, sin saber que hay una Segunda Fundación trabajando por el mismo propósito pero con otras armas (el éxito de ésta depende de mantenerse en las sombras). No es necesario ir mucho más allá para entender por qué siempre fue considerada infilmable, un diagnóstico compartido por el propio Asimov (el mismo veredicto recibió Duna, la serie de novelas de Frank Herbert que sin embargo llegará a las salas en octubre). Habrá que esperar un poco para estar o no de acuerdo con el diagnóstico, pero los primeros dos capítulos disponibles, de un total de diez, de la adaptación largamente demorada de Apple TV+ de Fundación, pueden provocar más de un “¡Por el amor de Seldon!”
Entre las reescrituras de David Goyer, showrunner de la serie, están la esperable transformación de Gaal Dornick, discípulo de Hari, en una joven (no hay muchas mujeres en roles centrales a lo largo de los diez mil años de historia que narra) y también otras apuestas algo desmesuradas, como la transformación del imperio en una dinastía genética en la que reinan tres clones de distintas edades de su predecesor. La distancia entre las imágenes que retrata el gran angular de la psicohistoria imaginada por Asimov, y el teleobjetivo necesario para que una serie pueda encarnarlas en un rostro con emociones humanas puede probar ser imposible de compaginar.
La psicohistoria es una de las creaciones más complejas e influyentes de Asimov, el padre de las tres (luego actualizadas a cuatro) leyes de la robótica. Como en el caso de su ética para las inteligencias artificiales, no solo la literatura ha tomado sus teorías muy en serio. Su visión fatalista de nuestro inconsciente colectivo, sin embargo, tiene sus límites: por caso, todas las desviaciones del Plan Seldon a lo largo de esos cinco siglos ocurren por acciones individuales, cuyas motivaciones son el punto ciego de los psicohistoriadores. Para Fundación y Tierra, Asimov deja a Golan Trevize la decisión del camino a seguir por toda la galaxia. Su respuesta, muy humana, es una duda existencial.