Los mártires del Monte Atlas
La conmovedora historia de los siete monjes católicos asesinados por fundamentalistas islámicos en Argelia, en mayo último, sale a la luz por primera vez en este documento exclusivo, cuyo autor, abad general de la orden a la que pertenecían las víctimas, es argentino.
ROMA.- Era el 17 de enero de 1994. Entre las numerosas cartas llegadas esa mañana había un sobre grande con estampillas de Argelia y la diminuta escritura del padre Christian, abad del monasterio Nuestra Señora del Monte Atlas.
Abrí y leí: Querido padre y hermano Bernardo, aquí adjunto todo un dossier para completar los acontecimientos. Era difícil ponerme en contacto con la Casa Generalicia para decir las cosas. Y todo sucedió muy rápidamente. Hubo, inclusive, después de la "visita` de la noche de Navidad (del jefe fundamentalista Sayat-Atiya), una reacción de huida inmediata, perfectamente comprensible. Yo me encontraba, quizás, en mejor posición para saber que, si había una amenaza, pesaba ante todo sobre mí (yo era, y soy, la contraseña: ¡un verdadero acierto!). No pienso que en lo inmediato la comunidad en su conjunto corra el riesgo de seguir la suerte atroz de nuestros amigos de Tamesguida (asesinato de doce croatas por fundamentalistas islámicos). Pero, ¿cómo no guardar en el corazón lo que les sucedió?
Comprendí; al instante que algo importante había acontecido. Algo... esperadamente inesperado. Tomé el teléfono y me puse en comunicación con Christian. Con voz tranquila me explicó lo sucedido. Sentí que algo nuevo había comenzado en Monte Atlas.
Los padres Jean-Pierre y Amèdèe, que sobrevivieron a la tragedia, me escribieron en julio de este año, cuando ya se habían cumplido dos meses del atroz asesinato. La distancia del tiempo les permite tener una mayor objetividad, pero no quita emoción y pasión a lo vivido.
Querido Reverendísimo Padre, en esta carta (julio 30, 1996), le envío el relato de la visita de Sayat-Atiya y de su grupo, el 24 de diciembre de 1993, a Tibhirine, tal como yo la he vivido y después de hacer memoria. Este acontecimiento ha dado un giro a nuestra vida comunitaria. Los fundamentalistas islámicos, tendencia GIA (Grupo Islámico Armado), habían anunciado que el 1° de diciembre de 1993 todos los extranjeros deberían haber salido del país; de lo contrario serían asesinados. Doce croatas acababan de ser degollados en el pueblo vecino de Tamesguida, en su campamento de trabajo. Esto ocurrió el 14 de diciembre, hacia las 10.30 de la noche. Degollados por ser cristianos, en represalia por los musulmanes maltratados en Bosnia.
Nada más entrar en el claustro, cerca de la campana pequeña del refectorio, vi al H.Célestin detrás de un militar armado, precedido del H.Paul, dirigiéndose hacia el portal de salida. Me acerqué y pregunté en voz baja al H.Célestin qué deseaba ese policía. Él me respondió: "No te das cuenta, es uno de la montaña". En efecto, el montañés se volvió y me dijo: "¡Todos a la hospedería!". El H. Paul, que iba adelante, me dijo entonces: "¿Dónde está el padre superior? Quieren verlo". De inmediato, creyendo haberle visto pasar, le dije que estaba en la hospedería. En el patio de la portería, el montañés me tomó de la manga para llevarme. Viendo el drama de una reunión demasiado fácil con todos en la hospedería, me decidí a no asistir. Dejándole plantado, me fui a cerrar bruscamente la puerta de entrada del monasterio, abierta de par en par... Sin duda los espías estaban fuera, no muy lejos.
Nadie reaccionó. Di la vuelta y entré en el claustro por el portón de hierro que está junto a la portería. Lo cerré... Al volverme me di de narices con el P. Christian. Le dije enseguida que un grupo armado lo esperaba en la hospedería. "Ya lo sé -me dijo-. No tengo prisa" .
(...) Se dirigió entonces lentamente hacia la hospedería. Yo cerré el portal hasta no dejar más que una rendija por donde vi lo que pasaba, todas las luces apagadas, excepto las de la hospedería y la luz de entrada a la capilla.
Enseguida vi volver al P. Christian, acompañado de un montañés (djebelli, como dicen nuestros vecinos: gentes de la montaña). Hablaban sin hacer ruido, a media voz y se detuvieron un poco frente a la estatua de piedra de Nuestra Señora (de la calle "du Bac", traída de Staouèli) que está a la entrada de nuestra capilla. Los veía bien. Continuaron hablando bastante tiempo, inmóviles, excepto las manos del hombre que, en la penumbra, hablaban tanto como él, según es costumbre en los árabes-bereberes. No sabía entonces que era el terrible jefe de la región, Sayat-Atiya, el que, sin duda, dio la orden de degollar, unos días antes, a nuestros hermanos croatas... También oía su conversación, pero sin entenderla. Escuchaba ansioso... y he aquí que el djebelli termina por marcharse sin estridencias tras haber reunido a los otros dos que estaban en la hospedería. (Testimonio del P. Jean-Pierre).
Al llegar (el montañés), Christian gritó: "Esto es una casa de paz, jamás entró nadie con armas. Si ustedes quieren discutir con nosotros entren, pero dejen sus armas fuera..." El jefe tomó a Christian aparte, a medio camino entre el edificio de la hospedería y la pequeña puerta del patio que da a la calle. Allí tuvieron una entrevista en la que Sayat-Atiya intentó imponer varias condiciones, de las cuales Christian nos dio detalles a continuación. Sayat-Atiya dijo: "Hay que instaurar un gobierno islámico... Vosotros sois religiosos, no temáis nada, no os haremos nada malo..." El hermano Ph. que desde el pasillo de la cocina vio la escena, se puso a salvo y tomó al P. Christophe, al que encontró, para ir a esconderse en una gran cuba de la bodega. (Testimonio del P. Amédée.) Objetivo de esta visita.
Tal como nos lo expuso Christian tras la entrevista con el jefe, éstas son las tres condiciones que puso: "Ustedes son ricos, dijo, y tendrán que darnos dinero cuando se lo pidamos. Que el doctor venga a curar a nuestros heridos o enfermos. Que nos den medicamentos.Ustedes son religiosos, deben ayudarnos en nuestra lucha por instaurar un gobierno islámico. Deben hacer lo que les pedimos: no tienen elección". (Testimonio del P. Amedee.) Respuesta de Christian.
"Nosotros no somos ricos. Trabajamos para ganarnos el pan de cada día. Ayudamos a los pobres. En lo referente a enviar al H. Luc a la montaña, no es posible; primero, por su edad, y sobre todo por su asma. El Hermano puede cuidar a los enfermos o heridos que vengan al dispensario. En esto no hay dificultad, él cuida indistintamente a todos los que lo necesitan, sin preocuparse de su identidad. En cuanto a los medicamentos, da lo necesario a cada enfermo."
Christian indicó a este emisario que íbamos a prepararnos para celebrar el nacimiento de Cristo, la fiesta de Navidad... "Perdónenos, pues -respondió él-. No lo sabíamos". Al salir, dejó una consigna: "Volveremos". (Testimonio del P. Amedee.)
El despiadado jefe Sayat-Atiya, informado por el P. Christian en el patio de que había venido la noche misma de Navidad, cuando íbamos a celebrar el nacimiento de Jesús, hijo de María, Príncipe de la Paz, se excusó. Pero dijo: "Volveremos; déme una consigna para mí o para mi enviado". Ante la incertidumbre del P. Christian, dijo: "Bien, la contraseña será: "Señor Christian`; y reuniendo a sus hombres, dos dentro y tres en el exterior, partieron... (Testimonio del P. Jean-Pierre).
Consecuencias de esta visita para la comunidad.
La primera consecuencia fue, evidentemente, que día tras día, esperábamos verlos de nuevo con sus exigencias. Estábamos decididos a no participar de ningún modo en su guerra, ésta no tenía nada que ver con nuestra vocación monástica ni con nuestra razón de estar en Argelia. Si un día llegaban para pedir un rescate, les entregaríamos una suma simbólica, a título provisional, para librarnos de los pedigüeños y, al punto, abandonaríamos el monasterio. Nos pusimos de acuerdo para ver qué haríamos en caso de una huida rápida, inesperada y saber si era necesario o no tomar medidas de seguridad... Adónde iríamos o dónde nos reuniríamos en caso de salir. Decidimos reducir el número de miembros de la comunidad: dos fueron enviados a Francia para visitar a sus familias, y Ph., que era estudiante, a Argel. Muy pronto, las opciones que eran diferentes al comienzo, se fueron consolidando. (...) Nosotros no estamos sujetos a las órdenes del GIA. Mientras que nuestros vecinos no nos expresen su deseo de vernos partir, permaneceremos con ellos en un contrato de alianza y de amor, compartiendo sus pruebas y tratando de llevarlas con ellos. (Testimonios del P. Amedee y del P. Jean Pierre.)
La Nochebuena de la Navidad de 1993 fue inesperada para nuestros siete Hermanos. Pero mucho menos inesperada fue la noche cuaresmal del martes 26 de marzo de este año. A fines de noviembre de 1995, Christian, en nombre de todos, escribía:
Presencia de la muerte. Tradicionalmente, ésta es una compañía familiar al monje. Esta compañía se ha hecho más aguda a nuestro alrededor por ciertas visitas... Se presenta como un test verdaderamente útil y nada cómodo (¿cómo vivir el carisma de nuestra Orden en la situación presente? 21-XI-95).
Un mes antes del secuestro, el 27 de febrero, escribí por última vez a Christian y a la comunidad. La carta nunca llegó a sus manos. La leímos juntos con el P. Amèdèe durante mi estancia en Argel. Les decía: Nos volveremos a ver en Octubre en el Capítulo General, "Deo volente". Mientras tanto, os deseo a todos una ferviente subida hacia la Pascua, una Pascua ya plena de la fuerza y de la alegría de la Resurrección.
El martes 26 de marzo me encontraba en el monasterio de Tilburg (Holanda), junto con el padre André. A la mañana siguiente, día 27, me llama D. Armand desde Roma para avisarme sobre los acontecimientos ocurridos en Tibhirine la noche anterior: el rapto de los hermanos.Y comenzó así una larga espera cuaresmal y pascual que concluyó poco antes de la fiesta de Pentecostés: el 23 de mayo de 1996.
El 27 de abril, al mes del rapto, el GIA, mediante el comunicado 43, intenta un intercambio de prisioneros. Las líneas finales dejan poca esperanza: "Ustedes eligen: si liberan, liberamos; si no liberan, degollamos".
El Santo Padre hizo oír su voz durante el Angelus del Domingo de Ramos (31 de Marzo): "Que puedan volver, sanos y salvos, a su monasterio y reencontrar así su lugar entre sus amigos argelinos".
Y llegó así el 23 de mayo. Un nuevo comunicado de la GIA concluía: "Hemos degollado a los siete monjes (...). Esto fue ejecutado esta mañana, 21 de mayo". El resto ya lo conocen. Pero, ¿qué sucedió la noche del 26 al 27 de marzo? Aprovechando mi visita a Argel, tuve oportunidad de hablar largamente sobre esto con los padres Jean-Pierre y Amèdèe y con el huésped T.B. Les pedí encarecidamente que me pusieran por escrito todo lo vivido esa noche en el monasterio.
Como portero de noche que era, yo vivía diariamente en la habitación de la portería, muy cerca del porche de entrada. Esta puerta se cerraba todas las tardes con cerrojo, desde las cinco y media hasta el día siguiente hacia las siete y media. Era el fin de la jornada de trabajo y de acogida en el dispensario... Aquella noche, hacia la una y cuarto me desperté por el ruido de una voz cerca de la ventana de la portería que da al patio... una conversación en árabe entre 2 o 3 personas.
Dada la hora, comprendí inmediatamente que se trataba de una visita de gentes de la montaña entradas al asalto en la clausura: no habían tocado la campana. Me acerqué a la ventana a observar, sin ser visto.
No pude percibir al grupo que se encontraba retirado, a la derecha, delante de la entrada. Pero una sombra se dirigía en ese momento hacia ellos; venía de la puertecita metálica que da a la calle; esta última estaba abierta. Era un hombre armado; tenía una metralleta y se dirigía hacia los otros que estaban delante de la puerta de entrada. Yo me fui al otro lado, a la puerta de cristales que da al porche de entrada al monasterio. Vi a un hombre cubierto con un turbante, metralleta en bandolera, entrando por la puerta que da a la clausura y a la habitación del H.Luc.
Como la conversación y los gestos no tenían ninguna apariencia agresiva, no pensé en algo grave. Pensé que se trataba de una petición de ayuda médica, como ya había ocurrido antes de modo semejante; y esto, tanto más, cuanto que lo que había podido ver, no me permitió darme cuenta de que los agresores eran unos 20, según diría el guardián. En aquel momento los otros debían estar fuera. Pensaba que, al no haberme despertado yo, seguramente Christian se habría adelantado y les habría abierto, dado que la habitación en la que dormía no estaba lejos de la entrada del monasterio. En realidad, habían entrado en el monasterio, no por la puerta principal, sino por otra puerta que está detrás de los edificios, en el subsuelo del jardín.
Por tanto, llegaron a la habitación de Christian y a la del H.Luc pasando por el interior de los edificios.
Cuando me desperté, ambos se hallaban ya delante de la entrada principal; Christian hablando con ellos en medio del patio y Luc con su cartera de médico en la mano, dispuesto a marchar con esas gentes a atender a unos pretendidos heridos graves. El guardián estaba también allí; ha sido él quien me ha dado estas últimas informaciones... Me puse en oración esperando que todo terminara.
En un momento dado oí: "¿Quién es el jefe?", y la contestación que venía de un tercero: "Aquel es el jefe; hay que hacer lo que diga". En ese momento, siempre según el guardián, se dio la orden de abrir las puertas. Oí un ir y venir en el vestíbulo de la entrada, pero de personas aisladas... Y después , nada. Salí para ir a los servicios antes de volverme a acostar. Las luces del claustro habían sido apagadas (fue el P. Amèdèe).
Todo me parecía en orden, y por lo tanto pensaba que Christian había despedido a los montañeses y se había vuelto a acostar. Una cosa, sin embargo, me parecía curiosa: la ropa que encontré en un local contiguo. Me dije: "¿Habrán pedido ropa para que luego no les haya gustado, tirándola aquí al irse?" Instantes más tarde me llamaron a la puerta, la puerta de cristales que da al porche. Era el P. Amèdèe, acompañado de T.B. "¿Sabes lo que ha ocurrido? -me dijo-. Estamos solos; se han llevado a todos los demás". (Testimonio del P. Jean Pierre.)
Y he aquí que este comando de unos veinte terroristas estaban ciertamente ahí, a dos pasos de mi habitación. Acababan de intentar abrirla. Todas las tarde me tomaba el trabajo de cerrarla con llave. Sin duda interesados más por las cajas de medicinas que se hallaban en la gran sala, no insistieron de momento.
No era cuestión de hacerse notar ni de salir por la escalera exterior, pues debía haber hombres armados en los alrededores del edificio. Fuimos entrando en nuestras habitaciones en silencio. Si algo de lo que pasaba nos concernía a nosotros, el P. Christian vendría a decírnoslo.
Creía que había llegado el momento de pasar por la muerte y me volvía a acostar; tenía frío, pero estaba muy sereno pidiendo al Señor me mantuviese en su paz, suplicándole al mismo tiempo que retrasara el día de ese paso, porque había muchos asuntos administrativos en curso, que me hacían temer mucho por la diócesis en caso de que yo llegara a desaparecer antes de haberlos aclarado un poco. Oí también los ruidos exteriores, pero ningún motor de coche. (Testimonio del P. Amedee.)
Fuimos a comprobar el estado de los lugares: la habitación de Christian, la del H.Luc... Todo estaba en un indecible desorden. Papeles por el suelo, cajones abiertos, incluso los armarios empotrados; mesas abarrotadas de objetos dispares, la máquina de escribir de Christian desaparecida, lo mismo que su cámara fotográfica. (Testimonio del P. Jean Pierre.) Debíamos avisar enseguida de lo ocurrido, ir a casa de M. a telefonear. El cerrojo estaba echado sobre la puerta que daba al patio de su casa. Llamamos y al fin salieron sus hijos y después su mujer a decirnos: han venido a buscar a M. Su teléfono está cortado.(Testimonio de T.B., huésped.)
Encontramos muy nerviosa a su esposa. Entonces nos enteramos de que los secuestradores habían empezado yendo a casa del guardián. Le obligaron a abrir aporreando la puerta y rompiendo los cristales, y después a acompañarles al monasterio con el pretexto de llamar al H.Luc, y conseguir que éste les acompañase para atender a dos heridos graves. Pensamos que el guardián tuvo que ser llevado con nuestros hermanos, puesto que no lo volvimos a ver. Me quedé un momento con su mujer y sus hijos para confortarlos y animarlos a afrontar la situación hasta tener otras noticias. (Testimonio del P. Jean Pierre.)
Decidimos, pues, volver a acostarnos; pero Amèdèe nos dijo: "No he terminado el Rosario". El Rosario que rezaba mientras Jean-Pierre y yo estábamos fuera por la noche. Terminamos de rezar el Rosario con Amèdèe. Decidimos levantarnos a las cinco. Yo tenía gran paz en el corazón, con la conciencia de que por el momento no había otra cosa que hacer.
(Testimonio de T.B., huésped.)
La lámpara del Sagrario de nuestra capilla de Tibhirine se apagó en esa triste noche del 26 al 27 de marzo. La capilla habitada por los cantos y las oraciones en las Horas del Oficio Divino desde 1937 se quedó de repente silenciosa y vacía: "¿Hasta cuándo, Señor?". "No es más que un hasta luego", cantan nuestros corazones. "Nuestros hermanos se han ido". (Testimonio del P. Jean Pierre.) El Señor ha obrado poderosamente en la vida de nuestros hermanos. Su obra en ellos es también palabra. En las líneas precedentes les hemos dejado expresarse, ellos mismos nos han contado su historia y nos han develado su sentido.
Hay un primer mensaje destinado a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La pascua oculta y silenciosa de estos hermanos se ha convertido en voz evangélica que clama sin ambigüedad. Petición de perdón a Dios por los agresores.
Sólo el perdón puede romper la cadena del odio y de la violencia. Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido... (Christian, testamento espiritual.) El mártir que entrega su vida perdonando no acusa ni culpa a nadie. Un grupo extremista no es representativo de un pueblo. Nada más absurdo que culpar al pueblo argelino o al mundo islámico por lo sucedido. Pero tampoco corresponde culpar a los autores físicos del drama. Hay que confiar en que la palabra de perdón puede disipar toda ignorancia y maldad permitiendo luz sobre sí mismo y espacios de libertad para convertir la propia existencia. Todo ser humano merece ser amado.
En efecto, no veo cómo podría alegrarme de que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizá, la "gracia del martirio" debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam. (...) Y a tí también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para tí también quiero este GRACIAS, y este "A-DIOS", en quien te veo. Y que nos sea concedido reencontrarnos, ladrones bienaventurados, en el Paraíso, si así lo quiere Dios, Padre Nuestro, tuyo y mío.
Amén! (Christian, testamento espiritual).
Los siete mártires del Atlas son fruto maduro de la iglesia local y del pueblo argelino; decidieron permanecer a fin de seguir viviendo desde ella y para ellos hasta el fin. Desearon ser iglesia en Argelia para el pueblo argelino.
Los hechos
Lo que sigue es el relato cronológico de los hechos que culminaron con la decapitación de los siete monjes por el terrorismo fundamentalista.
- Noviembre de 1993. El GrupoIslámico Armado (GIA), el más violento de los grupos fundamentalistas de Argelia, anuncia que todos los extranjeros deberán abandonar el territorio argelino antes del 1 de diciembre de 1993. "Los que no lo hagan, serán asesinados".
- 24/12/93. El lider de la GIA, Sayat-Atiya, con un grupo de hombres armados, irrumpe en el monasterio de Nuestra Señora del Monte Atlas, un convento de monjes franceses ubicado en Tibehirine, en el enclave islámico de Media, a unos cien kilómetros de Argel.
Recibidos por el padre Christian, abad de la congregación, los terroristas exigen dinero y reclaman que el "doctor" del convento se traslade a la montaña para curar a sus heridos.
El abad contesta que el monasterio no tiene dinero y que el hermanoLuc, médico, no puede, por su edad y por su asma, ir a la montaña, pero atenderá a los enfermos o heridos que se presenten en el dispensario. El jefe terrorista se retira, pero deja una advertencia: "Volveremos".
Ultimos días de diciembre de 1993. La comunidad de Tibehirine comienza a deliberar sobre la situación planteada. Existen distintos puntos de vista. Se analiza, inclusive, la posibilidad de abandonar el monasterio o de adoptar alguna otra medida de seguridad.
Finalmente, los monjes adoptan la decisión de permanecer en su lugar, "desarmados y no protegidos, con las solas armas de la fidelidad en la caridad y en la fe y con el Espíritu Santo actuando en los corazones".
- 26-3-96. Un comando de veinte terroristas irrumpe en el monasterio en horas de la noche y secuestra al padre Christian y a otros seis monjes, entre los cuales se cuentan los hermanos Christophe, Luc yCélestin.
- Del 27-3-94 al 23-5-96. Angustioso periodo de espera. Los terroristas intentan un intercambio de prisioneros: liberarán a los monjes si el gobierno de Argelia libera a los terroristas que están en la cárcel.
- 31-3-96.Domingo de Ramos. ElPapa reza por los secuestrados, "para que puedan volver sanos y salvos a su monasterio y reencontrar su lugar entre sus hermanos argelinos".
- 23-5-96. La GIA difunde un comunicado que dice escuetamente:"Hemos degollado a los siete monjes. Esto fue ejecutado esta mañana". El comunicado lleva fecha del día 21.