Los perversos subsidios agrícolas
Esta ya en plena actividad la nueva rueda de negociaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que acomete una agenda amplia de temas, entre los que están comprendidos los bienes agrícolas e industriales, los servicios, los derechos de propiedad intelectual y otros.
Los propósitos de liberalización del comercio que inspiran al organismo, acordados en ocho ruedas anteriores a partir de 1947, han aportado beneficios importantes para algunas naciones; para otras, en cambio, han arrojado resultados magros. Una visión equilibrada de lo actuado hasta ahora indica que las grandes beneficiarias han sido las naciones desarrolladas, de indiscutible eficiencia a la hora de producir bienes industriales, servicios y patentes y alta tecnología.
Cuando en 1986 se inició la llamada Rueda Uruguay, los países coincidieron en general en reconocer que lo agrícola y lo agroindustrial había sido dejado de lado en las ruedas anteriores. En efecto, las negociaciones habían estado orientadas, hasta entonces, a bajar tarifas aduaneras y barreras a los bienes industriales, lo cual acarreó un claro beneficio a las economías desarrolladas. Por eso, en la Rueda Uruguay se incorporaron formalmente a la OMC los bienes de base agrícola. Pero también se incluyeron temas como los servicios, los derechos de propiedad intelectual y las inversiones relacionadas con el comercio, la mayor parte de los cuales va a parar a los países de mayor desarrollo.
El GATT, hoy OMC, procura que la denominación de las ruedas sea un símbolo de los objetivos que cada una de ellas pretende alcanzar. El lanzamiento de la Rueda Tokio, que transcurrió entre 1973 y 1979, quiso reconocer la importancia de las economías del Pacífico asiático, que se incorporaban al progreso y al comercio. La Rueda Uruguay se denominó así porque se quiso mostrar una predisposición a incorporar el comercio de base agrícola a las reglas liberalizadoras, que tanto éxito habían tenido en la economía industrial. Punta del Este, en Uruguay, una nación predominantemente agraria, representaba ese propósito.
Aunque esa rueda cumplió algunos objetivos, no pudo evitar la ola de subsidios con que las economías más avanzadas han seguido privilegiando a sus agricultores y proveedores. Transcurrido el período de aplicación de lo resuelto, pudieron ser identificadas las fisuras por las cuales lograron filtrarse nuevas subvenciones. Entre otras, no pudo dejar de reconocerse el mazazo asestado al sistema por los Estados Unidos con su nueva ley agrícola, que aleja a ese gran país del liderazgo liberalizador de la agricultura que -a pesar de sus propios subsidios- había desempeñado hasta ahora.
Los observadores de este proceso hacen cuentas. Señalan que la Rueda Uruguay se lanzó en 1986 y se prolongó por ocho años, más otros seis destinados a una ampliación gradual de sus decisiones. De allí en más, y con la fracasada reunión de Seattle en 2000, se perdieron dos años sin progreso alguno. Ahora, tras la nueva rueda que se ha lanzado -denominada Rueda del Desarrollo- se espera concretar un acuerdo, que se aplicaría a partir de 2005. Cuando se cumpla ese plazo, habrán transcurrido 20 años desde el inicio de la Rueda Uruguay. Si las decisiones de la rueda que actualmente se está desarrollando fueran, como se estima, de cumplimiento progresivo, podrían transcurrir otros cinco años, con lo cual se completaría un cuarto de siglo de negociaciones.
Los 16 primeros años tuvieron algunos modestos logros, pero no pudieron rebajar el perverso régimen de subsidios y protecciones que, con un sistema u otro, suman 1000 millones de dólares diarios. Cabe preguntarse, entonces, si las naciones con mayor poder de negociación están dispuestas a continuar con esta danza infernal de subsidios, que introduce una grave asimetría en el proceso de globalización y que determina una absoluta ausencia de equidad en las relaciones económicas internacionales, o si habrán de sujetarse en algún momento a un principio moral, sin cuya observancia las palabras y buenas intenciones de los líderes del mundo se diluyen como el agua entre los dedos. Habrá que poner todos los esfuerzos para lograr que se produzca el cambio copernicano esperado y que las naciones desarrolladas se sometan, en el campo del comercio internacional, a los principios de libertad y justicia tantas veces proclamados.