Más compromiso si queremos terminar con el trabajo infantil
El gran escritor francés Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) produjo una de las obras más maravillosas de la literatura en su exilio en Estados Unidos llamada El Principito. Fue publicada en abril de 1943, en medio de la Segunda Guerra Mundial. La historia narra las aventuras de un piloto. En una parte de su travesía por el desierto del Sahara su máquina sufre una avería. Mientras intenta reparar su avión, se encuentra con un pequeño príncipe proveniente del asteroide B-612. El principito pide, insistentemente, al aviador que le dibuje un cordero. Este le mostrará un dibujo que él había hecho de niño. Representa a una víbora digiriendo un elefante. Cuando él lo mostraba a los adultos, todos veían un sombrero, pero, para alegría del piloto, el principito ve lo que es realmente.
Esta clásica obra muestra con maestría el abismo que existe entre la mirada de fantasía de un chico y la de los adultos. A su vez, pone de manifiesto la disparidad de responsabilidades entre el mundo de la niñez y el de los adultos.
Los mayores debemos proteger y defender a la niñez y la adolescencia, ya que son las etapas en que se define el futuro de una persona y, por consiguiente, el del grupo, la familia o la sociedad.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) eligió el 12 de junio para conmemorar el Día Mundial de Lucha Contra el Trabajo Infantil y definió a este flagelo como "toda actividad económica o estrategia de supervivencia remunerada o no, realizada por niñas, niños y adolescentes que se encuentran por debajo de la edad mínima de admisión al empleo, o que no han finalizado la escolaridad obligatoria, o bien que no han cumplido los 18 años si se trata de trabajo peligroso". No todas las tareas realizadas por niños constituyen trabajo infantil. La participación de estos en actividades que no atenten contra su salud o desarrollo personal o no interfieren con su escolarización se considera positiva como, por ejemplo, la colaboración a sus padres en el hogar o entorno.
En las últimas décadas la humanidad tomó conciencia de que el empleo en los niños genera consecuencias negativas sobre ellos, no solo definiendo su futuro sino comprometiendo el cumplimiento del respeto de los derechos humanos en las sociedades modernas. Además, el impacto es devastador. Tres de cada cuatro niños que trabajan abandonan sus estudios. La sociedad en su conjunto se empobrece al perder el mejor aporte posible de los hijos de su tierra.
La erradicación de este tipo de trabajo sigue siendo un desafío de extraordinaria actualidad y magnitud. Es una lucha de todos nosotros como humanos y, en particular, como argentinos. Conforme los datos de la OIT, en todo el mundo aún hay 152 millones de niños trabajando. Esto equivale a decir que uno de cada diez niños lo hace; 42% son mujeres y 58% varones. El mayor porcentaje de niños a relación a las niñas en situación de trabajo infantil puede verse sujeto a un sesgo vinculado a que el trabajo de las niñas no siempre se declara, especialmente el doméstico.
En todo el mundo aún hay 152 millones de niños trabajando. Esto equivale a decir que uno de cada diez niños lo hace; 42% son mujeres y 58% varones
Según las estimaciones sobre la esclavitud moderna de 2016, alrededor de 4,3 millones de niños menores de 18 años son víctimas del trabajo forzoso a nivel global. Esta estimación incluye a los niños soldados y a las víctimas de explotación sexual forzosa. Por supuesto que esas formas extremas de empleo son las que requieren medidas más urgente por parte de la comunidad internacional.
Existe un compromiso de la mayoría de los países por erradicar este flagelo que es una vergüenza para todos. Para 2025, el mundo se ha propuesto lograrlo. Así lo dice la Meta 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El compromiso político de los gobiernos no alcanzará solamente para poder poner fin a este sistema de sojuzgamiento si no se entiende la verdadera dimensión del fenómeno. Cómo se estructuran y desarrollan sus entornos e identifican sus características conforme cada región o ámbito de actividad. Las respuestas políticas deben ser focalizadas. Las políticas públicas deben ser directas y adaptarse a los contextos socioeconómicos en los cuales se detecte trabajo infantil. Ello tiene que ver con las fuerzas económicas, la informalidad en la economía, la urbanización y hasta el cambio climático, lo que marca un desafío no solo en el diagnóstico preciso sino en la estrategia que se debe llevar adelante. Asimismo, se debe diferenciar la edad, el género y las dimensiones regionales del trabajo infantil. Se debe identificar a los grupos de mayor riesgo e intervenir prestando mayor atención a los sectores particularmente vulnerables.
El abordaje de este tipo de políticas es multidimensional y multisectorial, por ello la Meta 8.7 es de importancia vital para que el apoyo de los gobiernos se mantengan firmes para la erradicación absoluta del trabajo infantil, articulando la inclusión de interlocutores sociales fundamentales, como las organizaciones de trabajadores y empleadores y las organizaciones de la sociedad civil. Los niños, las niñas y los adolescentes deben ejercer sus derechos plenamente, la educación, la salud, el esparcimiento y el desarrollo en un ambiente sano no solo les asegura una vida diferente sino que les permite soñar con tener un futuro.
Necesitamos ir más allá, comprometernos con este drama como seres humanos, recordando que la diferencia entre un niño que creció trabajando en una mina o bajo trabajo forzado o esclavo y cada uno de nosotros, solo ha dependido de ese momento en el cual la lotería de la vida determinó que naciéramos en lugares diferentes.