Menos reality, más show
A quince años de su debut mundial, el género que prometía llevar la "realidad" a la pantalla muestra cada vez más las costuras de su narrativa y sus personajes
Fue "una riña de gallos", según las palabras del chef Germán Martitegui, uno de los jurados. En la última gran final de MasterChef competían Alejo y Martín. Este último era el candidato popular: venía de La Plata, empleado, padre de un niño que pedía probar chocolate en el último programa. Alejo, el contrincante, era un estudiante de marketing de Los Cardales, soltero, acompañado de hermanos con suéteres sobre los hombros y nada de niños. Hasta el último capítulo, la rivalidad se había cocinado a fuego lento: con miradas y musicalización aceitada, con los testimonios frente a cámara elegidos a la perfección, con las devoluciones de los chefs que apuntalaban. Un Boca-River tejido con oficio. Los reality games (así el Observatorio de la TV de la Universidad Austral llama a este tipo anfibio entre el reality show y el concurso) gozan de buena salud en la televisión nacional.
Gran Hermano, por su parte, el que abrió la puerta al género hace casi quince años en Argentina (la original, Big Brother, creada por John de Mol, tuvo su debut mundial en 1999 en Holanda), no se ve tan vigoroso y terminó esta semana con el rating más bajo de su historia. ¿Se agotó el reality show en su forma clásica? ¿Se necesitan nuevas lógicas narrativas? ¿O será que el público cambió su forma de mirar? Mientras se mide esa cuerda, una ficción norteamericana llamada Unreal trae una mirada ácida y cruda sobre la producción de ese tipo de programas y renueva una serie de preguntas sobre el género.
"Necesito una villana", les grita Quinn a los productores del reality que dirige y todos salen a "pinchar" muchachas para que expongan sus miserias y dejen ver la parte más escabrosa, la que las haga ocupar el casillero de villana en el programa. La serie estadounidense Unreal (emitida por Lifetime USA) muestra el detrás de escena de Everlasting, un programa que tiene como objetivo la búsqueda de una futura esposa para un rubio con apresto, típico príncipe encantado. Esta adaptación para TV de un corto previo llamado Sequin Raze nació de la experiencia de Sarah Shapiro, que trabajó durante nueve años como productora de The Bachelor, un reality show en el que se concursaba para conquistar a un soltero. Aquí, en la ficción, Shapiro y equipo muestran las costuras internas del género, la manera en la que se manipula a los concursantes para entregar lo que Quinn, la protagonista, llama "buena televisión".
¿Podría esa sátira oscura matar los realities?, se preguntaba hace unas semanas, provocador, el diario The Guardian. ¿Será eso? ¿O será que conocemos el juego y vemos sus hilachas desde siempre, pero luego de años de idas y vueltas, apenas esperamos una mínima ilusión de verdad pero mucho de ficción que caliente la historia?
Hace poco, en un programa de radio, Sergio Vainmann, guionista de las dos primeras ediciones de Gran Hermano, dijo que el formato agonizaba: "Tal como está, está vetusto porque pasó de todo en estos 17 años tecnológicamente", y agregó: "Los productores van a tener que hacer un esfuerzo muy grande para estar a tiro de lo que la gente plantea como necesidad de ver". Tic tac, el tiempo no corre sólo para las personas.
Mercè Oliva es profesora de la Universitat Pompeu Fabra, en Barcelona, y autora del libro Telerrealidad, disciplina e identidad: los makeover shows en España. Ella dice: "Después de 15 años de reality la audiencia conoce bien el género y sus convenciones y esto ha influido en la evolución de estos programas. La telerrealidad ha evolucionado progresivamente hacia la ficción, utilizando formas y estructuras narrativas más complejas, propias de la ficción seriada". España, junto a Estados Unidos e Inglaterra, es uno de los países con más temporadas emitidas de Gran Hermano: quince, contras las ocho que se hicieron en Argentina desde 2001.
El camino del héroe
El resultado final de MasterChef fue una jugada inesperada -¿o no tanto?- frente a la definición del año pasado, cuando Elba, la estudiante de enfermería, le ganó a Pablo, el abogado. El menú de ensalada Waldorf-lasaña a la boloñesa-mousse de chocolate se impuso sobre la tríada consomé de langosta-rack de cordero-tarta de chocolate blanco. Todo un manifiesto: en la primera temporada ganó la favorita del público. En la segunda, en cambio, la victoria fue para el "villano". Como si en la novela de la tarde la pobre y buena muchacha no se volviera luego dueña del hogar y de los corazones. Si este año lograron conformar un Boca-River; el año pasado contaron con simpleza el camino del héroe.
"La estructura sigue siendo la misma: el rico y el pobre, el bueno y el malo, las antinomias lógicas que tenía la novela de Alberto Migré. Funcionan porque es la base de cualquier narración. Van ganando a intervalos regulares", dice Santiago Calori, guionista (La niñera, Casados con hijos) y director del documental Un importante preestreno (en cartelera desde el 18 de septiembre), que cuenta los años de oro de la cinefilia porteña. "Me críe viendo Titanes en el ring. Hablame de algo más mentiroso y más reality que Titanes. Karadagián siendo campeón del mundo de no se sabe qué?. Uno acepta como espectador que eso es verdad del mismo modo que uno acepta que bajan extraterrestres en una película. Es el suspension of disbelief. En realidad, es toda una gran construcción, porque si uno piensa la televisión como negocio, sería suicida hacer algo en lo que no sabés hacia dónde estás yendo. Todos los que entran a Gran Hermano tienen un secreto que en algún momento cuentan. La televisión está pautada al detalle. La gente se pelea en prime time. Todos los que renunciaron a un reality lo hicieron a las diez de la noche", dice. Calori que es, además, coconductor del programa de radio Gente sexy y allí tiene una sección ("Tres empanadas") en la que desmenuza con ironía el día a día de Gran Hermano.
De una mirada a la página de Gran Hermano surgen videos con palabras clave: historia de amor, peleas, polémica, complots, pasado oculto. La novela de la tarde? Hace años nos preguntábamos cuánto hay de ficción y cuánto de realidad. La cuestión se complejizó. O la respuesta quizá ya no importa. Gabriela Fabbro, investigadora de la Universidad Austral en el área de TV y Calidad y coordinadora del Observatorio de la Televisión Argentina, señala un cambio en la elección de los participantes de este año en Gran Hermano: "Han incorporado nuevos tipos que amplían la ingenuidad de los protagonistas iniciales. En la última versión entraron un ex ladrón, una chica que abortó, otra que nació varón, otra de un country que desea ?levantarse a todos los pibes' según declaró al entrar, otra que fue violada de adolescente junto a su hermana gemela, por nombrar algunos... Digamos que todos exceden la cotidianidad inicial del formato". De aquella primera temporada de 2001, con personas encerradas a la espera de que pasaran los días, a realities de juegos y talentos, la lista parece interminable. "El éxito se basa en encontrar un buen personaje -afirma Calori-. Es sabido que tienen guionistas. Está en los títulos. Es entretenimiento, no está mal, pero no es real. El primer Gran Hermano fue un ejemplo de eso, con Gastón Trezeguet que entendió perfecto cómo funcionaba la cosa."
La diversificación del género ha sido frondosa. Desde aquella primera emisión holandesa (con antecedentes como The real world, emitido en 1994 por MTV, y Survivor, que tuvo su debut en la televisión sueca en 1997), ha habido diferentes ramificaciones que el Observatorio de la Televisión Argentina agrupa así: reality de debate (talk show); de cámara oculta (humor); de observación pasiva (el encierro tradicional de GH); de competencia, física o de talento (reality games como MasterChef , Elegidos o La voz). El género integró elementos de otros. Hubo y hay baile, canto, búsqueda de parejas, deportes, modelaje. Hay realities de famosos, como The Osbournes (que se mete en la vida del músico de heavy metal) o el de las Kardashian (sobre la "cotidianidad" de las hermanas mediáticas). Un monstruo de miles de cabezas que se ramifica para sobrevivir. Fabbro dice que todo programa de este tipo "tiene que encontrar el justo medio, que ofrezca a los espectadores lo que quieren ver, acción, escándalo y morbo, sin que la manipulación sea demasiado evidente. En el momento en que el espectador se siente manipulado o engañado, deja de ver el programa".
La serie Unreal muestra esa cocina y esa barrera entre quienes entienden el juego y quienes no. Impone una reflexión sobre el género. Mercè Oliva señala: "Los concursantes y protagonistas pierden todo control sobre su representación en este tipo de programas, e incluso su vida, en el caso de los realities de convivencia. Es la crítica principal que la serie hace al género. Al mismo tiempo, acaban representando un papel (el que creen que se espera de ellos), profundizando el estereotipo y la estigmatización de estos grupos". Estudiosa del tema, Oliva indica que uno de los principales atractivos hoy reside en descubrir cuándo los hechos son espontáneos y cuándo están guiados por el programa. La audiencia, dice, todavía valora la autenticidad: "En este contexto, auténtico se equipara con normal u ordinario y, a su vez, se considera que son determinados estereotipos de clases trabajadoras u otras minorías los que mejor personifican estos atributos".
Así discute lo que en los años noventa autores como Peter Lunt y Sonia Livingstone celebraban como potencial progresista por dar voz a grupos sociales invisibilizados hasta el momento. Todos se vuelven personajes pintados con trazos gruesos: buscan algo y deben sortear obstáculos para lograrlo. A Fabbro le parece natural el surgimiento de una ficción como Unreal, que muestra la producción de estos programas y por lo tanto va un paso más allá de series como The Office: "Luego del momento de esplendor y apogeo, todos los géneros llegan a hacer una lectura metalingüística: es la ?vuelta de tuerca' necesaria para la renovación. Es un recorrido lógico de toda producción artística".
En un pasaje del libro Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, la Reina Roja toma la mano a la imaginativa rubia y le dice: "Aquí, es preciso correr mucho para permanecer en el mismo lugar y para llegar a otro hay que correr el doble más rápido". Con la "hipótesis de la Reina Roja", el científico Leigh Van Valen desarrolló una teoría evolutiva inspirada en esas líneas para explicar la necesaria mejora de cada especie para mantenerse y mantener su entorno. Algo de eso les sucede a los realities. En esa carrera por sobrevivir, la búsqueda se desarrolla en cada rincón del mundo para ver dónde se esconde el próximo éxito.
Por el momento, lo que hace ruido y ya llega a las cadenas norteamericanas (que son las que luego viralizan sus éxitos) es el reality británico The Great British Bake Off (La Gran Horneada Británica): un reality game de cocina. Una vuelta a lo básico que causa furor. Un modo de ver qué hacen diferentes personas con los mismos ingredientes. Algo parecido a lo que ocurre con estos programas que aún no abandonan la receta.