
Milei, el exocet reversible que nadie vio venir
Antes que apodaran “el loco” a Javier Milei, hubo otro presidente de la Nación, volcánico y disruptivo, pero tan ilustre como polémico, que mereció ese mote: Domingo Faustino Sarmiento.
Se anda repitiendo por ahí que el líder libertario es quien ha hecho más supersónicamente la carrera desde el llano hasta la Presidencia de la Nación. Error: le llevó un breve tiempo similar en llegar hasta la Casa Rosada a Juan Domingo Perón, aunque en su caso lo hizo aupado desde el primer minuto en el lomo de una poderosa dictadura militar hasta su unción, por las masas obreras, el 17 de octubre de 1945.
Ojalá que del “padre del aula” (Sarmiento), Milei tome su inventiva y determinación para, al cabo de su gestión, brindar a la posteridad una profusa obra de gobierno, tal como lo hizo el gran sanjuanino y que saque del “primer trabajador argentino” (Perón), la fortaleza necesaria para disciplinar a las corporaciones (sindicales, patronales y movimientos sociales) sea por adhesión o porque sepa inspirar reverencial respeto.
Sabido es que cualquier administración no peronista asume con la desventaja de no contar con la aquiescencia de esos y otros factores de poder que suelen poner palos en la rueda y elevar la protesta hasta los indecible desde el minuto uno, algo que no suelen hacer cuando gestiona cualquier facción justicialista sin importar cuan ineficiente pueda ser su desempeño (el actual gobierno y la gestión de Sergio Massa como ruinoso ministro de Economía lo demuestran una vez más).
Milei debe dejar atrás, cuanto antes, su desordenado dogmatismo, las provocaciones virtuales que lo llevaron a ser un exitosísimo rockstar de las redes sociales y un ruidoso panelista televisivo para elevarse por encima de grietas y divisiones. Su prioridad tiene que ser convertirse en el jefe de Estado que la Argentina necesita ahora mismo para curar viejas y nuevas heridas. En esta hora tan crucial del país, la Historia demanda de Milei que se transfigure en un estadista, y que se aplique de verdad a ser mucho más de lo que el mismo supone que es.
Para ello deberá sosegarse, no entrar en discusiones estériles ni sentirse obligado a contestar preguntas/trampa que solo quieren enredarlo en las mismas polémicas de siempre. También deberá amordazar a sus propias fieras si estas no toman en serio la dimensión del nuevo escenario, tan alejado de los jueguitos atrevidos de la Web.
Moderar y moderarse, ser flexible, buscar consensos. Entender que se gana el balotaje con votos propios y ajenos. Y que en menos de tres semanas se convertirá en el presidente de todos los argentinos, inclusive de los 11,5 millones que no lo votaron. No significa que deba traicionar sus principios; solo que tendrá que dosificarlos con prudencia y contemplando que los remedios a aplicar no sean peores que las enfermedades que pretenda erradicar. La tarea que lo espera es monumental y delicada.
Si bien no es un tema que Milei enfatice por propia iniciativa, sí viene respondiendo ante distintas consultas periodísticas que privatizaría los medios públicos (TV Pública, Radio Nacional y la agencia Télam). No parece tan fácil de llevar a cabo eso rápidamente. En cambio sí solo es cuestión de voluntad política adecentar sus contenidos, corriéndolos del rancio oficialismo que hoy transitan sin suplantarlo por uno nuevo, a partir del próximo 10 de diciembre.
Ha quedado atrás la sucesión de elecciones nacionales más curiosas, disímiles y sorprendentes de la historia argentina contemporánea. En las PASO del 13 de agosto nos asombramos todos cuando picó en punta Javier Milei que venía corriendo muy de atrás, no era favorito. Entonces desplazó al segundo lugar a Juntos por el Cambio (que sumaba en esa instancia los votos de Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta) y al tercero, al oficialista Unión por la Patria.
En la primera vuelta, el 22 de octubre, la sorpresa vino por el lado de Massa al tomar la delantera, nada menos que por seis puntos, dejar a Milei en segundo lugar y eliminar a Patricia Bullrich de la competencia. Finalmente, el domingo último, en el balotaje, todos nos volvimos a mirar azorados con la enorme diferencia de 11,5 puntos que le sacó de ventaja Milei a Massa.
¿Qué factores contribuyeron para que el voto fuera tan volátil y cambiante de una elección a otra? Sin duda, la aparición de un elemento extraño e imprevisto, una suerte de cuña entre las dos grandes coaliciones que ocupaban hasta ahora monopólicamente el centro del escenario político: el “tercero en discordia”, Javier Milei.
Tanto Juntos por el Cambio como el Frente de Todos (luego rebautizado Unión por la Patria) demostraron gran eficacia electoral en 2015 y 2019 respectivamente, pero dejaron bastante que desear a la hora de gobernar. Sin embargo, en los comicios legislativos de 2021, JXC retomó una contundente delantera que proyectaba un triunfo casi seguro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales que acaban de celebrarse.
En 2019, el peronismo había llegado a la conclusión que para ganar debía unir a sus distintas corrientes internas, aun hasta las más enfrentadas entre sí. Al lograrlo, consiguió imponerse al macrismo con holgura en la primera vuelta. Pero ya en 2021 sus huestes notaron que el solo hecho de seguir unidos no les garantizaba la victoria en 2023. Entonces jugaron a la división de la oposición fortaleciendo a un simple “standupero” televisivo (así lo rotuló despectivamente Massa en el último debate), metiéndole fichas y armando sus listas. Les funcionó: lograron dejar fuera de carrera a JXC. Es algo que tanto Mauricio Macri como Patricia Bullrich habían detectado tempranamente y también Javier Milei, que había dicho que juntos en una fórmula con la titular del Pro habrían ganado en primera vuelta. Efectivamente, si se suman los porcentajes que consiguieron por separado superaban el 54%.
Si era tan simple, ¿por qué no lo hicieron antes? Por las mismas razones, que cuando se decidieron a último momento, ocurrieron: la férrea oposición de la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica y una parte del Pro, que dejó a JXC en estado de disolución.
Las matemáticas, una vez más, no volvieron a fallar: el triunfo de Milei es producto de sus propios votos más lo que le cedieron en bloque los votantes de Patricia Bullrich. La jugada de Macri/Bullrich volvió a soldar lo que el oficialismo había roto y Milei se convirtió entonces en un exocet reversible que terminó impactando en el mismísimo Massa, sin que el “Plan platita” ni la campaña del miedo pudiesen impedirlo. Increíble carambola.
La democracia argentina está cumpliendo 40 años y quiere celebrarlo repartiendo los tantos: La Libertad Avanza gobernará ahora a nivel nacional; Unión por la Patria seguirá administrando la provincia de Buenos Aires y Juntos por el Cambio, como desde 2007, continúa a cargo de CABA.
Es hora de que las dirigencias de las tres coaliciones demuestren madurez, dejen las consignas y chicanas a un lado y se pongan a hacer seriamente lo único para lo que fueron votados: administrar con honestidad y eficiencia los distritos que tienen a su cargo. También que, de una vez, se acostumbren a dialogar sin zancadillas sobre aquellos temas en los que deban confluir. Nada más y nada menos.
